Subcontratar la infamia

En lugar de intentar establecer unas condiciones aceptables en los países de origen de refugiados o potenciar las políticas de acogida, casi todo ha consistido en crear el pánico

Protesta contra la deportación de demandantes de asilo a Ruanda, el 13 de junio en Londres.ANDY RAIN (EFE)

Una de las características de la infamia contemporánea es que, pendiente como se está del juicio moral cosmético a todas horas, cada vez que se comete una tropelía conviene subcontratarla. La externalización de la tortura se logra con inyecciones de dinero en países fronterizos que aplican un cómodo tapón. Esas barreras, pese a la crueldad, utilizan la distancia para tapar la vista. Porque los ojos que no ven anulan los corazones, siempre tan pejigueros. Más lejos aún de esta subcontrata periférica que Europa practica con altos costes, hace años que los australianos con conciencia vienen señal...

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Una de las características de la infamia contemporánea es que, pendiente como se está del juicio moral cosmético a todas horas, cada vez que se comete una tropelía conviene subcontratarla. La externalización de la tortura se logra con inyecciones de dinero en países fronterizos que aplican un cómodo tapón. Esas barreras, pese a la crueldad, utilizan la distancia para tapar la vista. Porque los ojos que no ven anulan los corazones, siempre tan pejigueros. Más lejos aún de esta subcontrata periférica que Europa practica con altos costes, hace años que los australianos con conciencia vienen señalando una cultura de apartamiento y concentración de emigrantes que contraviene la mayoría de los derechos humanos. Sin embargo, lejos de corregir el desastre, la receta parece expandirse a otros territorios. Es el caso del Reino Unido, que ha firmado un acuerdo con Ruanda para que ese país africano sirva de acogida a las remesas de emigrantes sin papeles mientras gestionan sus permisos de entrada o refugio. Va a resultar muy singular la peripecia de estas personas que con enormes sacrificios lograron alcanzar las fronteras europeas tras huir de las guerras y el hambre cuando se despierten en un hotel de tres estrellas en Ruanda. Supongo que esa extremadamente delicada infamia se acomete con el apoyo de una proporción suficiente de votantes para justificar la medida ante el espejo electoral frente al que se peinan cada día los políticos.

En el caso de Boris Johnson y algunos de sus ministros más audaces, la sorpresa no puede sorprender. De seguir por este camino, su huida hacia adelante le puede llevar al siglo XIX, donde no está de más recordar que la superioridad de unos hombres sobre otros permitía todo tipo de atrocidad. Por si algunos tenían duda de la ejemplaridad de sus planes, ha contado con la anuencia de los tribunales. Será únicamente la presión ciudadana la que podrá frenar una medida tan preocupante que Dinamarca está deseosa de copiar. Para frenar este despertar de conciencias hace ya varias décadas que se trabaja sobre el fenómeno migratorio con un alud de mentiras y predicciones que lo único que han provocado es miedo. En lugar de intentar establecer unas condiciones aceptables en los países de origen, de tramitar los cupos necesarios de mano de obra, de potenciar las políticas de acogida de refugiados, casi todo ha consistido en crear el pánico.

Ante un problema irresoluble como es la emigración, se han probado ya casi todas las respuestas autoritarias de rechazo, apartamiento y disuasión. Todas ellas han fallado de manera estrepitosa y muy costosa. Pero dan votos, así que adelante, que cunda el ejemplo. Ninguna se plantea trabajar en origen, con una visión de conjunto. Es obvio que ha llegado la hora de probar otra estrategia, pero la carencia de imaginación global en un mundo global nos condena a soluciones aldeanas. Un pasto muy nutritivo para los oportunistas del nacionalismo, que le han vendido a sus votantes que hay posibilidad de salvarlos refugiándolos en un complejo residencial con barreras armadas y torretas de seguridad alrededor. Ese planazo tiene un alcalde honorífico en el bueno de Boris Johnson, que pronto será director gerente de unas cadenas de hoteles con matriz en Ruanda, pero que podrían expandirse por el mundo con un lema común: nos gusta la infamia, pero fuera de casa.

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