América Latina debe aprovechar la pandemia para transformar su educación

Con el coronavirus, que golpeó con particular fuerza a nuestra región, las brechas que ya arrastrábamos en educación se hicieron más visibles y profundas.

Tres niñas en un colegio de Puerto Nariño, Colombia, en 2020.

A medida que los cambios en el mundo se aceleran y nuestro futuro se torna más complejo e incierto, contar con los valores, conocimientos y herramientas para entenderlo y transformarlo, ya no es solo un propósito aspiracional, sino de supervivencia. Y aunque todos los países de América Latina y el Caribe conocen la importancia de que las niñas, niños y jóvenes accedan a una educación de calidad para adquirirlos, aportar al desarrollo equitativo y sostenible de sus países y convertirse en la persona que quieren ser, ...

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A medida que los cambios en el mundo se aceleran y nuestro futuro se torna más complejo e incierto, contar con los valores, conocimientos y herramientas para entenderlo y transformarlo, ya no es solo un propósito aspiracional, sino de supervivencia. Y aunque todos los países de América Latina y el Caribe conocen la importancia de que las niñas, niños y jóvenes accedan a una educación de calidad para adquirirlos, aportar al desarrollo equitativo y sostenible de sus países y convertirse en la persona que quieren ser, estamos lejos de lograr ese objetivo.

En las últimas décadas, la región dio grandes pasos para ampliar la cobertura de sus sistemas educativos, desde los niveles de preescolar hasta la educación superior. No obstante, a pesar de los esfuerzos e inversiones, persistieron la desigualdad y las brechas en el acceso, permanencia y logro educativo para los grupos con mayor vulnerabilidad y marginalización. Con la pandemia, que golpeó con particular fuerza a nuestra región, estas brechas que ya arrastrábamos se hicieron más visibles y profundas. Cientos de miles de niñas, niños y jóvenes que no contaban con las condiciones familiares, socioeconómicas, o de acceso a la conectividad se desvincularon de manera temporal o permanente de la escuela. Quienes pudieron mantenerse a través de opciones a distancia o en línea, lograron aprender tan solo una mínima parte de lo esperado. Sabemos que los impactos del cierre de las escuelas durante casi dos ciclos escolares completos no se limitaron a lo educativo, sino que también afectaron la seguridad, la salud física y mental y el bienestar general de gran parte del estudiantado.

Esta situación está poniendo en riesgo las posibilidades de millones de niñas, niños y jóvenes de poder garantizarse una vida digna, aportar a su familia y a su país y realizarse personal y socialmente. No actuar con sentido de urgencia para una recuperación y una transformación de la educación es renunciar al principal dinamizador de nuestro crecimiento, de nuestra convivencia, de la sostenibilidad de nuestro desarrollo y hasta de nuestra identidad colectiva.

El panorama educativo no podría ser más desafiante, más aún de cara a una nueva crisis económica que afecta a toda la región. América Latina ya vivió algo parecido en la crisis de los años 80, cuando no solo cayó la producción y el empleo, sino que se redujeron los presupuestos educativos. Esto llevó a una caída en la cobertura y a que cerca de la mitad de una generación se quedara apenas con una débil educación primaria.

Hoy, 40 años más tarde, seguimos pagando el costo de haber recortado ayer nuestra inversión educativa. No nos puede volver a pasar. Hoy sabemos que no hay ahorro más caro que el ahorro en educación y, por eso, más que volver atrás, necesitamos aprovechar esta crisis como una oportunidad para realizar los cambios que no dan más espera; porque la pandemia también —un poco a la fuerza— hizo evidente que había otras formas de hacer educación.

Tal es el sentido de la Cumbre por la Transformación de la Educación convocada por el Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, que llama a colocar la educación como una prioridad fundamental. Es urgente comprender que, sin una transformación profunda de la forma en que operan nuestros sistemas educativos, será imposible alcanzar el objetivo de garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad a lo largo de la vida, que sea habilitante para avanzar en los objetivos que nos hemos trazado como humanidad en la Agenda 2030.

En días pasados, en el marco de la III Reunión regional de ministras y ministros de Educación de América Latina y el Caribe, los ministros de educación de la región ratificaron su compromiso con la recuperación y la transformación de los sistemas educativos. Con este propósito priorizaron el pleno retorno presencial a los entornos educativos, la recuperación de aprendizajes, la reintegración de quienes abandonaron la escuela, el cuidado del bienestar socio emocional e integral de la comunidad educativa y el apoyo y formación para las y los docentes. Reconocieron además que “la recuperación no puede significar volver a lo mismo” y que es necesario “priorizar la educación en la agenda pública de nuestras naciones, garantizando el adecuado financiamiento estatal de la educación para poder realizar los objetivos propuestos”.

Estas conclusiones, que se presentarán como un mensaje de la región en la pre-cumbre educativa que se realizará en París el 29 y 30 de junio, en preparación para la Cumbre sobre la Transformación de la Educación, son una señal de aliento para la región.

El reto, sin embargo, va más allá de cualquier declaración y de la cumbre misma: el reto está en cumplirle a cada niña, niño y joven latinoamericano su derecho de tener acceso a una educación de calidad. Ellos serán los jueces de lo que nosotros hagamos o dejemos de hacer hoy. No podemos fallarles.

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