Las dos profesiones más antiguas del mundo

El problema no es si la política debe abordar o no la prostitución, sino cómo hacerlo. Hay que intentarlo, pero no creo que se consiga su abolición por mero golpe de BOE

Un momento de la manifestación celebrada en Madrid el 28 de mayo para reclamar la abolición de la prostitución.Fernando Sánchez (Europa Press)

Alguien, no recuerdo quien, dijo que la política es la segunda profesión más antigua del mundo. Quizá por eso mismo no deja de ser interesante contemplarla cuando decide confrontar a la primera de todas, la prostitución. Que deba hacerlo me parece impepinable. En un sistema democrático no puede mirarse para otro lado cuando se produce una explotación y denigración sistemática de seres humanos. El problema no es, por tanto, si debe o no hacerlo, sino el cómo abordarlo. Si buscan un tema complejo, aquí lo tienen. Creo que las razones no se le escapan a nadie. Estas van desde la propia def...

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Alguien, no recuerdo quien, dijo que la política es la segunda profesión más antigua del mundo. Quizá por eso mismo no deja de ser interesante contemplarla cuando decide confrontar a la primera de todas, la prostitución. Que deba hacerlo me parece impepinable. En un sistema democrático no puede mirarse para otro lado cuando se produce una explotación y denigración sistemática de seres humanos. El problema no es, por tanto, si debe o no hacerlo, sino el cómo abordarlo. Si buscan un tema complejo, aquí lo tienen. Creo que las razones no se le escapan a nadie. Estas van desde la propia definición del objeto de la intervención pública hasta la cuestión de cuáles sean las medidas más eficaces para combatirlo. El que haya sido una práctica semisumergida lo hace, si cabe, aún más difícil. Diferentes sistemas políticos lo han intentado con éxito desigual, no hay un modelo estándar al que podamos recurrir para aplicarlo sin más.

No tengo una respuesta clara. O la tengo a medias. Hay que intentarlo, pero no creo que se consiga su abolición por mero golpe de BOE. Y cuando algo así se produce, cuando nos embarga la perplejidad y nos llenamos de dudas, lo lógico es que nos detengamos a pensar, que lo debatamos. Lo frustrante es que cuando uno se pone a hacerlo, y tengo una breve experiencia de ello, enseguida le cae una lluvia de mierda en la Red. Y ya saben lo que esto significa, la descalificación grosera, la desaparición de los argumentos y los matices en nombre de opiniones que se presentan sólidas como rocas —una contradicción en los términos, por cierto—, los retuiteos en bucle por parte de gente que ni siquiera nos ha escuchado..

Y, sobre todo, la moralización. Quien aparentemente no está del lado del bien debe de ser cancelado, debe enterarse de que sus defensores ya han tomado nota, que le han colgado un sambenito. El presupuesto es que la persecución del bien conduce necesariamente a un mundo más virtuoso, que basta con proponérselo para que todas las piezas acaben encajando de forma automática en un orden social armónico. Ignoran, sin embargo, que la moral en política funciona como “principio regulativo” (Kant), como ideal moral al que ir adaptando una realidad esquiva. La política es lo bastante vieja para saber que —como decía Kant de nuevo— “con un leño torcido” como es el hombre “nada puede forjarse que sea del todo recto”. Y que vivimos en sociedades donde existe una pluralidad de concepciones del bien. Los valores de unos considerarán como una aberración a proscribir el que dos personas decidan intercambiar dinero por favores sexuales. Para otros debe ser respetada siempre y cuando sea verdaderamente “libre”, que quien los otorga no se haya visto compelido a hacerlo por necesidad o mediando algún tipo de coacción. Y que es aquí, precisamente, donde habría que actuar.

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Por todo lo anterior, y lo digo con pesar, hemos vuelto a desaprovechar una magnífica oportunidad para ilustrarnos mutuamente sobre un tema central. Enseguida se ha visto arrastrado, como suele ocurrir, por la dinámica de las diferencias sectarias, la prédica de los “sacerdotes impecables” (R. del Águila) de la política moralizadora, el cortoplacismo de la economía de la atención y el cortocircuito de la argumentación que significan las redes sociales. Ahora ya solo existen las elecciones andaluzas. La gran pregunta es si este estado de cosas está ahí para quedarse. En ese caso habremos dejado de ser ya una sociedad madura e ilustrada. Ojalá me equivoque.

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