Meter el termómetro
En tiempos en que todo transcurre tan rápido saber leer el estado de ánimo de una sociedad es cada vez más difícil. Quien mejor consiga descifrarlo podrá articular las estrategias que le lleven a la victoria
Pocas cosas hay más importantes para una organización que saber interpretar el estado de ánimo de la sociedad. Cuando los partidos políticos eran organizaciones propiamente dichas disponían de sensores que les iban remitiendo información, y si tenían dudas aludían a una técnica infalible: “Voy a meter el termómetro”. Sindicatos, organizaciones empresariales, sociales o entornos vecinales, entre otros, eran continuos emisores de información si se disponía de sensores capaces de recibirla, procesarla y convertirla en conocimiento. No se trataba de sustituir ...
Pocas cosas hay más importantes para una organización que saber interpretar el estado de ánimo de la sociedad. Cuando los partidos políticos eran organizaciones propiamente dichas disponían de sensores que les iban remitiendo información, y si tenían dudas aludían a una técnica infalible: “Voy a meter el termómetro”. Sindicatos, organizaciones empresariales, sociales o entornos vecinales, entre otros, eran continuos emisores de información si se disponía de sensores capaces de recibirla, procesarla y convertirla en conocimiento. No se trataba de sustituir la demoscopia, sino de intentar captar lo que quedaba por debajo del radar.
Hoy, los partidos políticos, reducidos cada vez más a estrechos círculos alrededor de un líder, carecen de estos sensores estratégicamente colocados en puntos neurálgicos de la sociedad, de forma que la información o no llega, o llega sesgada, o envuelta en ruido. La dificultad para interpretar el estado de ánimo social sin confundirlo con la opinión publicada es cada vez mayor. Quizá haya que buscar aquí los motivos por los que el Gobierno considera que no rentabiliza socialmente su gestión.
Diferentes estudios indican que la sociedad española está dando por superada la pandemia y considera que el país tiene dos grandes problemas: la desconfianza en la política, por un lado, y la crisis económica, por otro. De fondo, un sentimiento pesimista frente al futuro y la irrupción de un enorme elefante blanco en la habitación: la inflación. ¿Cómo es posible que esto sea así mientras las reservas de los viajes de vacaciones están a tope, y bares y restaurantes desprenden el entusiasmo de la vuelta a la vida?, se preguntan algunos.
Los problemas referentes a la política se relacionan directamente con la desconfianza institucional, detectada antes de la crisis de 2008 y pendiente de resolver. Tanto que, pese a que los indicadores de aprobación del Gobierno apenas han descendido dos puntos ―a diferencia de los cinco que habían bajado en la mitad de legislatura del Gobierno de Aznar―, se ha instalado la idea de que el Gobierno está desgastado. Vuelta al teorema de Thomas: “Si las personas definen las situaciones como reales, éstas son reales en sus consecuencias.”
Las preocupaciones económicas se refieren fundamentalmente a dos temas: el paro y la inflación. El desempleo, esa gran lacra histórica, está tan arraigado en el imaginario que, pese a que se está creando empleo, la percepción negativa del futuro hace que siga siendo uno de los principales problemas. En cuanto a la inflación, como ya pasó con los precios de la energía, apenas sirve de nada argumentar que se trata de un fenómeno europeo ni aprobar medidas que puedan parar el primer golpe para las rentas más bajas. La desconfianza y la visión pesimista del futuro lo corroen todo.
En tiempos en que todo transcurre tan rápido saber leer el estado de ánimo de una sociedad es cada vez más difícil. Quien mejor consiga descifrarlo podrá articular las estrategias que le lleven a la victoria.