Populismo encubridor

Las diferencias entre los partidos de Marine Le Pen y Jean-Luc Mélenchon son tan notables en el paradigma populista como lo fueron en el liberal

El líder del partido Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon, durante su mitin en Montpellier, el pasado febrero.PASCAL GUYOT (AFP)

Lo peor que le puede pasar a un concepto no es tanto que no describa con precisión aquello que pretende definir como que, además, se convierta en una “palabra encubridora”, como califica el politólogo Pierre Rosanvallon al término “populismo”. Máxime si se hace con intención de descalificar y deslegitimar críticas o propuestas ajenas....

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Lo peor que le puede pasar a un concepto no es tanto que no describa con precisión aquello que pretende definir como que, además, se convierta en una “palabra encubridora”, como califica el politólogo Pierre Rosanvallon al término “populismo”. Máxime si se hace con intención de descalificar y deslegitimar críticas o propuestas ajenas. Las elecciones francesas han vuelto a traer a primera plana este debate y nos permiten valorarlo con el desapasionamiento que da la distancia.

Bajo la palabra “populismo” se alude a realidades que nada tienen que ver, lo que dificulta entender el fenómeno y darle respuesta. Los análisis que señalan que el populismo obtuvo en la primera vuelta el 45% de los votos lo hacen sumando los apoyos que recibieron Le Pen y Mélenchon, interpretando en ellos un claro signo de malestar, rechazo al establishment y crítica a las democracias liberales. Apelan así a los elementos que suelen identificarse con el populismo: nosotros versus ellos, preferencia por la democracia directa en detrimento de la intermediación, repliegue hacia el Estado nación como rechazo de esta globalización y una cultura política anclada en las emociones. O, como sintetizan algunos autores, la crítica a las élites y el rechazo del pluralismo.

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Con más o menos intensidad podemos encontrar estos elementos en ambas formaciones del país vecino. Sin embargo, erraremos si pensamos que apuntan en idéntica dirección. Entre otras cosas, porque el antiestablishment no siempre es antidemocrático. Las dos formaciones apuntan un cambio de paradigma que impugna la democracia liberal, pero sus propuestas son radicalmente opuestas. En este terreno de juego populista que se contrapone a las democracias liberales, Mélenchon representa a la izquierda y Le Pen a la derecha, como los socialistas representaban a la izquierda y Los Republicanos a la derecha en el marco liberal. Ese marco desvencijado, sobre cuyas ruinas se erige hoy Macron.

Las diferencias entre dichas opciones son tan notables en el paradigma populista como lo fueron en el liberal. Siguiendo en Francia, cada una de estas fuerzas recoge el testigo de corrientes antagónicas. Cuando el Frente Nacional ―hoy RN― se fundó en 1972, reunió organizaciones que se definían como “derecha nacionalista”: neonazis, nostálgicos de Pétain y otros grupos que compartían el antisemitismo, fuertes sentimientos xenófobos y el odio al gaullismo. En el lado contrario, Francia Insumisa es heredera del anterior Partido de Izquierda, procedente de tradiciones marxistas a las que va trascendiendo para dar lugar a una propuesta más amplia, contemporánea y orientada hacia la profundización democrática.

A día de hoy, un repaso por la literatura especializada muestra que entre todos los elementos que hoy distancian a la izquierda y a la derecha populista subyace el carácter excluyente de esta última. Excluyente con quienes se alejan de los patrones de su idea de pueblo entendido como un solo hombre ―blanco, católico, heterosexual―. En el fondo, un ataque a los valores y principios de convivencia democrática. Poco favor le haríamos a las democracias si no somos capaces de diferenciar algo tan evidente. Es más: pecaríamos del simplismo del que habitualmente se acusa al populismo.


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