Despertador

Señalar los males del capitalismo es justo y útil; considerarlo como el puro mal resulta imbécil

Un operador de la Bolsa de Nueva York, mirando las pantallas de cotizaciones.Allie Joseph (AP)

Cuando me preguntan qué libros cambiaron mi forma de pensar, evito mencionar los grandes clásicos —Spinoza, Schopenhauer, Nietzsche...— sin los cuales no pensaría. Recurro a El conocimiento inútil, de Jean-François Revel, gran intelectual del siglo pasado que me despertó del estupor izquierdista (es más difícil dejar de pensar mal que empezar a pensar). El libro trata de cómo lo que ya podemos saber es bloqueado por lo que queremos opinar (“la ideología es una mezcla de emociones fuertes e i...

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Cuando me preguntan qué libros cambiaron mi forma de pensar, evito mencionar los grandes clásicos —Spinoza, Schopenhauer, Nietzsche...— sin los cuales no pensaría. Recurro a El conocimiento inútil, de Jean-François Revel, gran intelectual del siglo pasado que me despertó del estupor izquierdista (es más difícil dejar de pensar mal que empezar a pensar). El libro trata de cómo lo que ya podemos saber es bloqueado por lo que queremos opinar (“la ideología es una mezcla de emociones fuertes e ideas simples”). Se publicó en 1988, cuando no existía internet, ni móviles, ni redes sociales. Aparece ahora (en Página Indómita) y sorprende que aún sea tan actual. Sus capítulos sobre la mentira, los periodistas o los profesores valen casi más para hoy que para ayer. Se lo recomiendo a los que fueron educados por la bruja Avería en la execración del capitalismo y la ceguera ante sus alternativas. Señalar los males del capitalismo es justo y útil: considerarlo como el puro mal es imbécil (al respecto también conviene leer el excelente Defensa del capitalismo, de Carlos M. Gorriarán, editorial Espasa). Me gustaría conocer la crítica que haría hoy Revel a la ideología de género, el animalismo, la ecolatría o el desmadre de los trolls en la Red, entre otras sociopatías actuales...

El conocimiento inútil, admirablemente escrito y a ratos dolorosamente divertido, se asombra ante los ciudadanos que en las naciones más ilustradas y benignas las consideran especialmente insufribles, además de culpables del resto de las desdichas humanas. ¿Por qué odian la mayoría de los intelectuales las sociedades liberales en que viven? Porque en estas se les impide apoderarse enteramente de la dirección del prójimo. Si en su día no lo hicieron, lean ahora este libro. Les hará menos bobos: ¡a mí me sirvió!

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