A 53 años de la muerte de Enrique Ruano
Es momento de intentar lograr de verdad cierto consenso en temas de memoria histórica, dejarse de equiparaciones absurdas y reconocer a las víctimas en la medida de lo posible
Hay acontecimientos internacionales que marcan a una generación. Por ejemplo, la entrada de los tanques rusos en Budapest alejó sentimentalmente a muchos jóvenes occidentales de la Unión Soviética, el golpe de Estado en Chile dejó gran marca en el imaginario colectivo y la muerte del Che Guevara en Bolivia lo convirtió en un ídolo generacional. Estos eventos fueron vividos intensamente por los españoles nacidos en los años cuarenta y cincuenta, que poco después protagonizarían ...
Hay acontecimientos internacionales que marcan a una generación. Por ejemplo, la entrada de los tanques rusos en Budapest alejó sentimentalmente a muchos jóvenes occidentales de la Unión Soviética, el golpe de Estado en Chile dejó gran marca en el imaginario colectivo y la muerte del Che Guevara en Bolivia lo convirtió en un ídolo generacional. Estos eventos fueron vividos intensamente por los españoles nacidos en los años cuarenta y cincuenta, que poco después protagonizarían la Transición a la democracia y coparían puestos de poder en los ochenta y noventa. Posicionarse ante algunos de estos eventos resulta fácil retrospectivamente, pero no lo era entonces.
Hay acontecimientos nacionales que marcan a una generación. Hace 53 años de la muerte en oscuras circunstancias de Enrique Ruano, que impactó a muchos jóvenes españoles. Con casi toda seguridad, se trató de un asesinato perpetrado por policías con la connivencia del aparato franquista, que hizo todo lo posible por encubrir las pruebas del crimen. Se ha escrito bastante sobre las irregularidades que se produjeron durante el proceso, que en parte se esclarecieron una vez que la familia Ruano consiguió que se reabriera el caso 20 años más tarde, cuando España se había convertido en una democracia. Así se supo de las tergiversaciones de Manuel Fraga Iribarne y Torcuato Luca de Tena, que siempre serán amargamente recordadas por los familiares y amigos de Ruano.
Hay acontecimientos que siguen produciendo emociones. El recuerdo de Ruano sigue vivo en algunos círculos de izquierdas. El recientemente fallecido Alfredo Pérez Rubalcaba, que había ido al colegio madrileño El Pilar como Ruano, aunque algunos años más tarde, afirmaba que su muerte fue el detonante que le impulsó a entrar en política. Varios estudiantes de El Pilar recuerdan los días posteriores a la muerte como de gran agitación en el colegio. La muerte de Ruano supuso un punto de inflexión que aumentó la resistencia universitaria, provocando la declaración del Estado de excepción. Había indignación por la manipulación de sus escritos íntimos a Carlos Castilla del Pino que mostraban una imagen de Ruano que no se correspondía con la realidad. Su hermana Margot quedó destrozada y aún hoy se pregunta cómo hubiera sido su hermano de seguir vivo. Yo mismo me pregunto qué hubiera sido de Ruano, de cuya memoria tantos han intentado apropiarse con fines políticos.
Hay acontecimientos que retratan a sus protagonistas. Más allá de las reprobables actuaciones de Fraga y Luca de Tena, resulta interesante cómo se politizó la siguiente generación de políticos, que son los que podrían haber ajustado cuentas con el pasado. Además de Rubalcaba, en El Pilar estudiaron otros futuros dirigentes, que a diferencia del socialista aún estaban en el colegio cuando ocurrió la muerte de Ruano. Ante las protestas de varios profesores y alumnos contra el régimen franquista, un pequeño grupo de estudiantes decidieron vestirse con el uniforme de falangista en señal de apoyo al régimen. Alguno de sus compañeros de curso afirma que uno de ellos era José María Aznar, en un recuerdo que no desentona con su biografía. Miembro del Frente de Estudiantes Sindicalistas (FES) y encargado de hacer proselitismo del falangismo, Aznar escribió el mismo año de la muerte de Ruano una carta al director de la revista nacionalsindicalista SP en que se presentaba como un “falangista independiente” admirador de la obra de José Antonio Primo de Rivera.
Hay acontecimientos que matizan la Transición. Por ejemplo, la muerte de Ruano, el secuestro de Antonio María de Oriol y Urquijo o el asesinato de los abogados laboralistas de Atocha muestran lo violento que fue el final del franquismo. Posicionarse ante estos eventos debería ser fácil hoy en día y también debería haberlo sido entonces. Las actuaciones tanto de Luca de Tena como Fraga muestran que en el franquismo había víctimas y verdugos. Durante la Transición se pretendió hacer como si no hubiera habido vencedores y vencidos en la Guerra Civil, en una decisión que nos lleva a una situación problemática: el recuerdo de las víctimas del franquismo durante la democracia, tan fundamental para el relato histórico, solo vendrá de la izquierda. El consenso de la Transición se plantearía en temas de presente y futuro, pero sin tocar el pasado reciente, que podría ser convenientemente ignorado por los que habían sido parte del régimen franquista. La siguiente generación replicó el modus operandi de sus antecesores. Así, Rubalcaba insistiría durante toda su vida en recordar el momento en que se enteró, siendo ya universitario, de la muerte de Ruano y decidió entrar en política; Aznar nunca mencionaría el suceso ni su militancia falangista. La contraposición entre los recuerdos de la izquierda y los olvidos de la derecha impide cualquier relato consensual con respecto a la historia española.
Hay acontecimientos que explican parte del presente. La mayoría de la derecha española tiene un problema con la memoria histórica, que ven parcial y revanchista porque muestra un pasado que les pone en evidencia. Así, Aznar ha insistido en que la ley de memoria histórica es un “grave error” que hace añicos el pacto de la Transición, que consistiría en no mirar al pasado. La idea era que la democracia incorporara por igual a parte del aparato del franquismo y a parte de la oposición. Para ello, en palabras del rey emérito Juan Carlos a su biógrafo José Luis de Villalonga, el objetivo era el siguiente: “no quería que los vencedores de la guerra civil se convirtieran en los vencidos de la democracia”. Aun entendiendo el posibilismo y las circunstancias de aquella época, es difícil no ver una falla moral en este argumento, que en cierto modo equipara a víctimas y verdugos, y también sugiere que no hay que juzgar a los que se beneficiaron del franquismo. El problema no es solo que en 1969 Aznar fuera un ferviente falangista, sino que en 1979 se mostrara en contra de cambiar las calles dedicadas a Franco y en 2022 siga considerando “un error” tener un relato consensual sobre lo que ocurrió durante el franquismo.
Hay acontecimientos ante los que solo se puede pedir perdón. No hay que ser de izquierdas para indignarse ante unas actuaciones que muestran por qué una parte de la sociedad española no quiere una revisión colectiva del pasado. Es evidente por qué a gran parte de la derecha no le gusta hablar de memoria histórica: nunca es cómodo ver a tus referentes siendo copartícipes de un régimen criminal como el franquismo y cometiendo actos que son moralmente reprobables de acuerdo con cualquier ideal conservador. Pero ignorar el pasado equivale a dejar las heridas abiertas. A 53 años de la muerte de Ruano, quizás es momento de intentar lograr de verdad cierto consenso en temas de memoria histórica, dejarse de equiparaciones absurdas y reconocer a las víctimas en la medida de lo posible. Para empezar, debería aprenderse de los errores y aciertos de otros países como Argentina, Colombia y Estados Unidos, que han seguido estrategias diferentes con distintos resultados. La memoria histórica no debe estar sesgada ideológicamente, pero para que haya cualquier reconocimiento transversal es necesario primero que la derecha admita que saber la verdad sobre los crímenes del franquismo es un deber que concierne a todos los españoles.