El estilo de la socialdemocracia

El triunfo de Olaf Scholz en Alemania da alas a una tradición que reivindica la palabra y la negociación como instrumentos fundamentales de la política

Olaf Scholz, el líder del Partido Socialdemócrata (SPD) alemán.MICHELE TANTUSSI (Reuters)

La victoria de los socialdemócratas en Alemania ha venido a reforzar una opción política que llevaba un tiempo lastimada y maltrecha. A su líder, Olaf Scholz, le toca ahora negociar para conseguir los apoyos necesarios y convertirse en el nuevo canciller, pero mientras tanto ...

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La victoria de los socialdemócratas en Alemania ha venido a reforzar una opción política que llevaba un tiempo lastimada y maltrecha. A su líder, Olaf Scholz, le toca ahora negociar para conseguir los apoyos necesarios y convertirse en el nuevo canciller, pero mientras tanto no está de más celebrar que en el país más fuerte de la Unión Europea haya conseguido la primera posición un partido que viene de una tradición en la que la búsqueda de acuerdos y la capacidad de negociación son dos claras señas de identidad. Y que se combinan, además, con el afán fundamental de reforzar el Estado de bienestar y atender a las urgencias de los más necesitados.

Los adversarios de la socialdemocracia la critican por dar demasiado peso al Estado, y señalan que en su afán de controlar cada vez más vez más parcelas de la vida pública ha ido ahogando los derechos individuales. Hay otros, en cambio, que acusan a los socialdemócratas de ser demasiado débiles, incapaces de ir más lejos en su lucha contra el capital, ante el que se rinden con demasiada facilidad. Los destrozos que produjo la Gran Recesión, y muchas de las políticas de recortes que se aplicaron después, provocaron una severa crisis en esta vieja tradición que se encontró también desbordada por las transformaciones que introdujo en el mundo la globalización y la llegada de las nuevas tecnologías. Muchas de las políticas de izquierdas que se consiguieron aplicar con éxito en el marco del Estado nación no lograron trasladarse a una realidad distinta donde los mercados desregulados impusieron sus pautas. Es pronto, por tanto, para saber si la socialdemocracia recuperará su capacidad de influencia. El triunfo del SPD en Alemania es solo una señal de que podría haber mayores márgenes de maniobra, sobre todo si es capaz de gobernar y de sumar después a otros países de la Unión en su viejo afán de poner en marcha políticas más sensibles a la suerte de los que lo están pasando mal.

Lo que sí merece destacarse es esa vieja fortaleza que está en los genes de la socialdemocracia: la voluntad de servirse de la palabra y de los argumentos como instrumento fundamental de trabajo. Ya en el siglo XIX, y ante la emergencia de esa nueva política que sostenida en la emoción iba a impulsar a los nacionalismos, no claudicaron. Lo explica el historiador George L. Mosse en La nacionalización de las masas, un libro ya clásico sobre el poder movilizador de los símbolos. “Un gobierno basado en el debate y en el consenso no estaba realmente interesado en aprovechar las tradiciones de un culto nacional que parecía contrario al control racional del Estado”, explica ahí. Y apunta también que “los socialdemócratas sentían que la conciencia no debía despertarse mediante un enfoque litúrgico sino a través de la educación de los trabajadores”.

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No está de más recordarlo: la palabra, el debate y el consenso, la búsqueda de la racionalidad frente a la explotación de las emociones, y la educación. Puede sonar a viejo, tan viejo por lo menos como aquella nueva política, pero es una música imprescindible en estos tiempos donde el vertiginoso desarrollo tecnológico transmite la ilusión de que todo se inventa por primera vez.


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