Rumbo de colisión

La diplomacia guerrera de Pekín ya no esconde sus cartas. Traduce la doctrina Monroe al chino: Asia para los asiáticos

El presidente chino, Xi Jinping, durante su intervención en la 76ª Asamblea General de la ONU.POOL (Reuters)

Xi Jinping está convencido de que Estados Unidos se halla en decadencia. Joe Biden no tiene dudas acerca de la pretensión china de convertirse pronto en la superpotencia hegemónica. Pruebas en mano para Pekín: la presidencia de Trump, la gestión de la covid, la crisis de la democracia liberal, el Brexit y el Aukus como exponentes de la división entre los aliados y sobre todo la salida catastrófica de Afganistán. Y p...

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Xi Jinping está convencido de que Estados Unidos se halla en decadencia. Joe Biden no tiene dudas acerca de la pretensión china de convertirse pronto en la superpotencia hegemónica. Pruebas en mano para Pekín: la presidencia de Trump, la gestión de la covid, la crisis de la democracia liberal, el Brexit y el Aukus como exponentes de la división entre los aliados y sobre todo la salida catastrófica de Afganistán. Y para Washington: el golpe de mano antidemocrático en Hong Kong, la represión sobre los uigures, el creciente gasto en defensa, la ocupación de arrecifes en aguas territoriales ajenas en el Mar de la China Meridional, las inversiones estratégicas de la Nueva Ruta de la Seda o la concentración del poder en manos del presidente.

Es la trampa de Tucídides, la ecuación del politólogo Graham Allison inspirada en la guerra del Peloponeso, que narró el militar e historiador ateniense. “Cuando un poder ascendente amenaza con desplazar al poder en plaza, suenan las alarmas acerca del peligro que se acerca”, asegura en el libro Destinados a la guerra: ¿Pueden Estados Unidos y China escapar de la trampa de Tucídides? Joe Biden y Xi Jinping niegan tanto la ineluctable trampa como la guerra fría incipiente, pero ambos siguen imperturbables moviendo las piezas en rumbo de colisión.

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La novedad actual no son tanto los jugadores como el tablero en el que se juega la partida. Las tres anteriores del siglo XX, las dos cruentas guerras mundiales y la posterior guerra fría, se jugaron en Europa: en las tres salió vencedor definitivo el poder ascendente, Estados Unidos. Esta del siglo XXI se juega en Asia y hay un nuevo aspirante, asentado en el centro del tablero. Si antes todo giraba en el control territorial de Euroasia, según la ecuación del clásico de la geopolítica Halford McKinder (quien controla el corazón territorial controla el mundo), ahora el eje del mundo global hipercomunicado es marítimo y se halla en los mares circundantes de China.

La diplomacia guerrera de Pekín ya no esconde sus cartas. Quiere que Estados Unidos y los europeos se vayan, que abandonen el Pacífico occidental y dejen solos a sus aliados. Traduce la doctrina Monroe al chino: Asia para los asiáticos. Taiwán, el equivalente del Berlín dividido durante la guerra fría, debe caer como fruta madura, tal como aconsejan los clásicos de la guerra, que alcanza la excelencia cuando se gana sin disparar ni un solo tiro.

Se entiende el fuera de juego de los europeos y que solo Francia, con su fuerza nuclear y su presencia territorial en la región Indo-Pacífico, pretenda apostar todavía en esta nueva timba del poder global en la que se juega el modelo de sociedad entre la difícil democracia y la eficiencia de los regímenes de partido único.

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