Puigdemont: un pícaro español
La estrategia de Puigdemont es astuta y personalmente costosa. Que se le juzgue no debería verse como una cuestión de izquierda o derecha, sino de Estado de derecho
Carles Puigdemont fue detenido en Cerdeña, que visitaba para asistir a un festival folclórico donde formaba parte del atrezo. El embrollo jurídico es considerable. La batalla judicial es por supuesto política y simbólica. Puede ser una victoria o una derrota de la justicia española, un obstáculo para...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
Carles Puigdemont fue detenido en Cerdeña, que visitaba para asistir a un festival folclórico donde formaba parte del atrezo. El embrollo jurídico es considerable. La batalla judicial es por supuesto política y simbólica. Puede ser una victoria o una derrota de la justicia española, un obstáculo para la mesa de ERC y el Gobierno que de momento sigue la premisa heredada a lo Seinfeld de ser a show about nothing. Puede verse como un motivo para celebración de la derecha y de reencuentro para unos independentistas divididos que siempre se acaban uniendo frente al enemigo común, como la razón de una nueva disputa en la coalición UP-PSOE o como un problema para acordar los presupuestos. Pase lo que pase, el independentismo encontrará otros motivos para el victimismo y se señalará una nueva demostración de la habilidad táctica del presidente del Gobierno.
Carles Puigdemont es un símbolo antidemocrático. Es un prófugo de la justicia española. Las acciones que realizó eran acciones contra la democracia: violación de la Constitución, del Estatut, del reglamento del Parlament. Degradó las instituciones, fracturó la sociedad, consagró el desprecio por la ley. Vulneró los derechos de la oposición, de los catalanes que pensaban de otro modo y del resto de ciudadanos españoles. Su huida a Waterloo no solo muestra cobardía o rechazo a la legalidad: revela entre otras cosas desdén hacia otros líderes independentistas que se sometieron a la justicia. Después ha intentado entorpecer cualquier solución para la convivencia en Cataluña. Exiliado de una república de fantasía, no obedece a los incentivos políticos habituales. Fuera y sin muchas salidas sería raro que mostrase una responsabilidad que no tuvo en el cargo. Sus compañías son previsibles: de la extrema derecha belga a los servicios secretos rusos. En cierto sentido casi se le puede ver como un asesor de Esquerra, que aparenta ser una fuerza pragmática y moderada en comparación: un asesor explicaba “mi trabajo es hacer que mi partido no parezca ser lo que es”.
Quizá, como decía José María de Pablo, Puigdemont debería haberse entregado a la justicia española tras los indultos a los líderes independentistas condenados. Su estrategia es astuta y personalmente costosa. Que se le juzgue no debería verse como una cuestión de izquierda o derecha, sino de Estado de derecho. Seguramente ocurrirá en algún momento, porque ni siquiera Puigdemont puede ser un pícaro español toda la vida. @gascondaniel