Debemos resolver este crimen

La novela de Sergio Ramírez es la única prueba del delito, el que cometen Ortega y Murillo contra él

Sergio Ramírez, el lunes en Madrid.Manu Fernandez (AP)

Los que amamos la literatura tenemos la inmensa suerte de poder refugiarnos en ella cuando vienen mal dadas. Al ruido de la política, la pelea y el odio que nos rodea contraponemos un buen libro en el sofá, en el metro, en un café y ya tenemos el territorio donde la tormenta escampa y es más plácido vivir. Lo recomiendo.

Pero hay algunos para los que refugiarse en ella, en la literatura, no significa precisamente aplicarse un bálsamo reparador, sino someterse a peligros aún más escalofriantes que aquellos de los que huyen. ¿Evasión literaria? Ni hablar. Lo suyo es meter el aguijón y pic...

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Los que amamos la literatura tenemos la inmensa suerte de poder refugiarnos en ella cuando vienen mal dadas. Al ruido de la política, la pelea y el odio que nos rodea contraponemos un buen libro en el sofá, en el metro, en un café y ya tenemos el territorio donde la tormenta escampa y es más plácido vivir. Lo recomiendo.

Pero hay algunos para los que refugiarse en ella, en la literatura, no significa precisamente aplicarse un bálsamo reparador, sino someterse a peligros aún más escalofriantes que aquellos de los que huyen. ¿Evasión literaria? Ni hablar. Lo suyo es meter el aguijón y picar. Es el caso de Sergio Ramírez, escritor tozudo, empeñado —para nuestra fortuna— en dejar huella de lo que supuso la revolución sandinista en la que participó; de la decepción posterior, y de la degeneración humana y criminal que hoy practica la pareja presidencial que se perpetúa en Nicaragua en el poder. ¿Estaríamos dispuestos al exilio por escribir, por protestar, por expresarnos? ¿A la prisión? ¿A la tortura que supone el dolor de los más queridos? Esa es la paleta de oscuros colores que hoy tienen Sergio Ramírez y su esposa ante sí por el mero hecho de escribir. Por contar verdades fuera del cauce oficial.

Muchos contemporáneos probaron antes esa hiel. Ai Weiwei vive en el Reino Unido y aún nos regala obras como su película Coronation, casi imposible de encontrar en esas plataformas tan simpáticas que, sin embargo, temen a China. Decenas de escritores o periodistas turcos siguen encarcelados. Bielorrusia exporta exiliados. Rusia los mata, como a esa inolvidable Anna Politkóvskaya que desveló las salvajadas que se cometían en Chechenia. Por no hablar de Irán, Uganda o la nueva Afganistán. Casos hay por todo el mundo allá donde queramos mirar y el PEN International tiene una larga lista que merece la pena consultar.

Pero en el universo hispanohablante que es el nuestro, heredero de Lorca, Machado, Zambrano y tantos represaliados que a su vez antes fueron herederos de Goya, Moratín y muchos ilustrados, lo ocurrido con Ramírez emerge como un acontecimiento extemporáneo, raro, intragable, que descompone el marco cultural y humano que nos ordena. Muchos escritores y periodistas están perseguidos en Latinoamérica. Ahora ya tenemos, además, un premio Cervantes para encabezar la lista y su nueva novela negra, Tongolele no sabía bailar, como contundente prueba del delito. A él le debemos resolver este crimen, el crimen de Ortega y Murillo contra él. Y que, por una vez, ganen los buenos. @BernaGHarbour

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