Las palabras son navajas afiladas

Antonio Caballero pretendió hacer un fresco de la oligarquía colombiana y su ambigua relación con el país

El escritor Antonio Caballero en una imagen del 2009 en París, Francia.Ulf Andersen (Getty Images)

Antonio Caballero hablaba muy bajo, como en un susurro permanente. Muchas veces, durante alguna conversación en un restaurante ruidoso o una cena, alguien le pedía que repitiera lo que acababa de decir. Su reacción era siempre la misma: se enfurecía. A Caballero no le gustaba repetir porque medía el valor de cada cosa que decía. La fragilidad de su voz contrastaba con el peso de sus palabras: esas que utilizó a lo largo de su vida como navajas afiladas.

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En una entrevista con la revista Semana, en 1994, dijo: “Todo lo que puede salir mal saldrá mal, toda situación por m...

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Antonio Caballero hablaba muy bajo, como en un susurro permanente. Muchas veces, durante alguna conversación en un restaurante ruidoso o una cena, alguien le pedía que repitiera lo que acababa de decir. Su reacción era siempre la misma: se enfurecía. A Caballero no le gustaba repetir porque medía el valor de cada cosa que decía. La fragilidad de su voz contrastaba con el peso de sus palabras: esas que utilizó a lo largo de su vida como navajas afiladas.

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En una entrevista con la revista Semana, en 1994, dijo: “Todo lo que puede salir mal saldrá mal, toda situación por mala que sea es susceptible de empeorar. Hay que saber que lo peor es siempre cierto. Además si miramos el entorno –el horror político, el horror económico, la destrucción acelerada del planeta– no hay razones para el optimismo. Aunque como dice Borges: tocó, como a todo el mundo, vivir tiempos infames”.

Antonio Caballero Holguín nació en Bogotá, en 1945. Fue hijo del escritor Eduardo Caballero Calderón, sobrino del escritor Lucas Caballero y hermano del pintor Luis Caballero, lo que le permitió, desde niño, estar relacionado con la literatura y las artes plásticas. El hecho de pertenecer a una de las familias más tradicionales y ricas de Colombia le abrió las puertas también a los secretos de la oligarquía. Estudió en el colegio Gimnasio Moderno de Bogotá y luego pasó un tiempo en la facultad de Derecho en la universidad de El Rosario. A los 23 años viajó a París donde inició estudios en Ciencias Políticas. Fue durante su estadía en Francia que presenció uno de los eventos fundamentales para su posterior formación intelectual: las revueltas de mayo de 1968.

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Mayo del 68 le mostró todas las frustraciones de la posguerra. Se trataba de una generación desencantada, cansada de un orden político desgastado. Este ambiente lo marcó y moldeó su carácter contestatario. Debido a las revueltas de mayo, la facultad de Ciencias Políticas cerró y Caballero se marchó a Londres; allí trabajó en la BBC y en la revista The Economist.

Poco después, entró a hacer parte de la revista Alternativa. Este experimento editorial, fundado en febrero de 1974 en Bogotá, fue un intento de hacer oposición política, de crear una opinión contestataria de izquierda frente a los poderes establecidos en Colombia. Gabriel García Márquez, Enrique Santos, Orlando Fals Borda, Daniel Samper y Jorge Restrepo hicieron parte de este proyecto, todos influenciados por la ola revolucionaria europea. Se puede decir que fue el germen del periodismo contemporáneo en el país.

En el editorial del primer número quedó clara su postura: “No es fácil en Colombia abrir una ventana por donde entre el viento fresco de un pensamiento de izquierda. Este esfuerzo es Alternativa, que nace con y desde una posición. Alternativa busca contrarrestar la desinformación sistemática de los medios de comunicación del sistema y se ha comprometido a servirle en forma práctica, política y pedagógica, a todos los sectores de la izquierda colombiana”.

Caballero trabajó ahí desde 1975, primero como corresponsal internacional y luego como jefe de redacción. Desde esta tribuna, atacó sin consideraciones a los gobiernos de turno. Ya con una prosa furibunda, se ensañó en contra de las fuerzas armadas. Desde luego, el proyecto duró poco: Alternativa cerró sus puertas en 1980, en su número 257, en gran parte por amenazas, por falta de recursos y por presiones externas. De cierta manera, el experimento de Alternativa propició una reunión de la izquierda colombiana: muy cerca de su sala de redacción nació el movimiento Firmes, que buscaba llevar las propuestas de la revista a la arena política.

Por su rol protagónico en Alternativa, Caballero era visto como una amenaza para la estabilidad del país y fue amenazado varias veces. Decidió entonces exiliarse en Madrid. Allí conoció a Juan Tomás de Salas, un periodista opositor al régimen del General Franco. Salas había fundado la revista más importante de la posdictadura española: Cambio 16. Caballero entró a trabajar allí con la idea de hacer periodismo cultural. Fue en esa España, recién salida de la dictadura, donde se gestó una de sus principales aficiones: la fiesta brava. Sus textos sobre las corridas de toros son deslumbrantes y nunca le importó que lo criticaran por ellos.

Caballero pasó tres décadas en Madrid. En la capital española, en un piso ubicado en la calle de San Cosme y San Damián en Lavapiés, encontró su refugio natural. La gastronomía, los cuadros de Goya y Velásquez, el vino y la fiesta brava era su gran adoración. Vivía rodeado de libros y de los cuadros de su hermano Luis. Recordaba, de memoria, fragmentos enteros de la Ilíada y la Odisea. Conocía de principio a fin la obra de todos los poetas del siglo de oro. Leía en francés a Proust y en alemán a Thomas Mann.

En esa época empezó a escribir su célebre columna en la revista colombiana Semana que mantuvo casi hasta el final de su vida. Desde ahí atacó, sin consideración, al establecimiento colombiano. No se salvaron de sus críticas mordaces los poderosos, los ricos y, en particular, los políticos. Escribió, mucho antes de que la discusión fuera pública, sobre la necesidad de un proceso de paz con las guerrillas colombianas, sobre la legalización de las drogas y sobre la nefasta influencia de los Estados Unidos en Latinoamérica. El propietario de la revista, Felipe López, mantuvo a Caballero como su principal columnista, sin mover una coma de sus textos, a pesar de las presiones de sus enemigos.

Caballero escribía sus columnas con intensidad y pasión. Se sentaba frente a su máquina de escribir, con un whisky y un cigarro a su lado, y tecleaba con ira. Cuando le preguntaban si hacía reportería o si investigaba para sus columnas, respondía que no: no hacía falta pues en Colombia siempre pasaba lo mismo.

En una entrevista de 1988, Daniel Samper Pizano le preguntó: “¿Cómo imagina, sentado en un banco invernal en el Parque del Retiro de Madrid, que será la Colombia en la que Isabel Caballero, su hija, vote por primera vez en el 2003?”. A lo que Caballero respondió: “Temo que en el año 2003 Colombia esté embarcada en la misma guerra interminable en que yo la he conocido toda la vida y en la cual nunca hay vencedores ni vencidos”. Además de premonitoria, esta respuesta es la síntesis de su pensamiento crítico, envuelto en una capa de humor negro que pocos podían penetrar.

Fue un caricaturista excepcional. En sus dibujos creó una galería de personajes que fueron el reflejo de la sociedad colombiana. Caballero reconoció, cuando recibió el premio nacional de periodismo por su labor como caricaturista, la importancia de este trabajo: “Ese ha sido, desde los catorce años, mi primer y más constante oficio. Caricaturista en el sentido estricto: uno que hace dibujos chistosos y grotescos; y caricaturista también en un sentido más amplio: uno que describe la realidad, simplifica y exagera”.

Así lo entendió García Márquez: “Antonio Caballero se distingue del resto de los colombianos por su inteligencia y su cultura, mezcladas en medio vaso de un humor corrosivo que podría parecer resentimiento si sus amigos no supiéramos que no es más que el ácido muriático de su incredulidad irreparable”.

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Además de sus ensayos, sus caricaturas, sus textos sobre tauromaquia, arte y gastronomía, Caballero publicó, en 1984, una novela: Sin remedio. La acción transcurre durante los primeros meses después del cumpleaños número treinta y uno de Ignacio Escobar, un aprendiz de poeta que deambula por Bogotá sin ningún rumbo, sin ninguna ocupación.

A Escobar lo persigue durante toda su vida una idea oscura y pueril: que nada cambia. El aspirante a poeta escribe un verso que pretende explicar esta obsesión y que está presente en toda la novela: “Las cosas son iguales a las cosas”. El verso –que no es especialmente brillante– hoy resulta profético.

En ese momento, Caballero pretendió hacer un fresco de la oligarquía colombiana y su ambigua relación con el país. Quería, a modo de caricatura, retratar cómo los ricos colombianos vivían en una realidad alterna y blindada de los hechos terribles. Cuando Sin remedio se publicó, circularon todo tipo de rumores. El más popular afirmaba que se trataba de una novela en clave: que Caballero la escribió inspirado en varios personajes reales.

Después su largo exilio español, Caballero regresó hace unos años a vivir en Colombia. Siguió escribiendo y leyendo, en su amplio departamento del norte de Bogotá, casi hasta la última semana de su vida. Nunca perdió su mirada crítica, su honestidad y su humor corrosivo. A pesar de una penosa enfermedad que le impedía moverse, todas las semanas escribía una columna. En su última etapa, publicaba en el portal Los Danieles. Si se mira con detenimiento, su influencia como opinador es monumental. Caballero fue durante décadas el columnista más leído del país y su estilo marcó para siempre la prensa colombiana.

Una de las últimas veces que nos vimos, le pregunté por qué no había escrito una segunda novela. Me respondió –como si se tratara de Escobar– que no lo había hecho porque no había nada nuevo que contar. El tiempo parece darle la razón.

Felipe Restrepo Pombo es escritor, periodista y editor. Fue elegido como uno de los mejores narradores de Latinoamérica y es autor de varios libros, entre ellos la novela Formas de evasión. Twitter: @felres

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