Cultivar lo efímero
Es posible imaginar toda una industria global de reparación y reacondicionamiento de objetos y materiales usados que sustituya a la actual de fabricación masiva de nuevos productos
A muchos nos llama la atención la práctica tibetana de los mándalas de polvo o arena de colores: esas impresionantes creaciones ornamentales a las que un grupo de monjes budistas puede dedicar semanas de trabajo para después barrerlas en segundos, simbolizando que nada permanece. Se dice que el sentido de este arte está en la atención plena que permite y el proceso mismo de crear, no en la obra final. Suele distinguirse, asimismo, entre una tradición oriental que enfatiza lo efímero en no...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
A muchos nos llama la atención la práctica tibetana de los mándalas de polvo o arena de colores: esas impresionantes creaciones ornamentales a las que un grupo de monjes budistas puede dedicar semanas de trabajo para después barrerlas en segundos, simbolizando que nada permanece. Se dice que el sentido de este arte está en la atención plena que permite y el proceso mismo de crear, no en la obra final. Suele distinguirse, asimismo, entre una tradición oriental que enfatiza lo efímero en nosotros y todo lo que nos rodea y una occidental que busca la permanencia en todo aquello que emprendemos. Sin embargo, podemos observar este sentido de lo efímero de manera universal en los niños que pasan horas creando castillos de arena que luego despejarán las olas o construyendo objetos con Lego que ellos mismos desmontan después de un rato para volver a empezar.
En el debate sobre la sostenibilidad, la noción de lo efímero ocupa un lugar creciente. Hace ya tiempo que en el arte y la arquitectura existen corrientes que abogan por creaciones y construcciones destinadas a desaparecer después de un tiempo, ya sea porque se confunden con el paisaje, como las obras de Andy Goldsworthy hechas in situ con ramas, flores, piedras y otros elementos naturales sueltos; o porque están concebidas para ser desmontadas y reutilizadas en otras construcciones, como plantea el movimiento arquitectónico Diseño para la Deconstrucción. Es importante distinguir entre lo efímero y lo desechable en términos materiales: lo primero se desvanece o convierte en otra cosa tras usarse, mientras que lo desechable —por ejemplo, un envase de plástico— bien es destruido o bien permanece intacto en el medio ambiente y carente de utilidad desde el momento en que es desechado. De lo que se trata es de aprovechar y crear artefactos —edificios, ropa, utensilios, etcétera— que puedan repararse para seguir usándose o desmontarse y adaptarse a nuevas necesidades con una incorporación mínima de nuevos materiales. Es posible imaginar toda una industria global de reparación y reacondicionamiento de objetos y materiales usados que sustituya a la actual de fabricación masiva de nuevos productos.
Si lo que queremos es reducir, no sólo nuestra huella carbónica, sino, en general, la huella humana sobre nuestro entorno natural, debemos continuar explorando e integrando la idea de lo efímero en nuestras distintas prácticas y actividades.