La impunidad que pide Álvaro Uribe

Si el expresidente de Colombia bajara de su pedestal sabría que la mejor amnistía es la verdad

El expresidente Álvaro Uribe (centro) da su versión del conflicto armado en Colombia al presidente de la Comisión de la Verdad, el sacerdote Francisco de Roux (iziquerda) en Llano Grande, Colombia.Centro Democrático (EFE)

Gran escándalo ha producido en Colombia el testimonio que dio el expresidente Álvaro Uribe ante la Comisión de la Verdad, un organismo que es hijo del acuerdo de paz y que debe presentar sus hallazgos en noviembre de este año.

El espectáculo fue grotesco por varias razones, primero porque era un show poco creíble debido a que Uribe ha dicho en muchas ocasiones que desconoce a Comisión de la Verdad porque la considera una concesión a las Farc. Segundo, porque su testimonio fue un sartal de mentiras. Sin ruboriz...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Gran escándalo ha producido en Colombia el testimonio que dio el expresidente Álvaro Uribe ante la Comisión de la Verdad, un organismo que es hijo del acuerdo de paz y que debe presentar sus hallazgos en noviembre de este año.

El espectáculo fue grotesco por varias razones, primero porque era un show poco creíble debido a que Uribe ha dicho en muchas ocasiones que desconoce a Comisión de la Verdad porque la considera una concesión a las Farc. Segundo, porque su testimonio fue un sartal de mentiras. Sin ruborizarse Uribe mintió durante las seis horas que duró la intervención y acomodó de tal manera las piezas para que sus mentiras evitaran poner la luz sobre el cuestionado papel que cumplió como gobernador de Antioquia y como presidente durante los años mas fatídicos de la guerra.

En nombre de la verdad, el expresidente negó todo lo que ya casi nadie se atreve a negar. Negó el contubernio que hubo en Antioquia durante su gobernación entre los militares y los paramilitares, denunciado con lujo de detalles por exjefes de las autodefensas como Mancuso.

Negó que hubiese tenido vínculos con los paramilitares pese a que Mancuso ha dicho todo lo contrario. Según sus versiones ante Justicia y Paz, durante la gobernación de Uribe los paras entraban como Pedro por su casa a la cuarta brigada de Medellín. Mancuso también ha dicho que fue con la anuencia de los generales, y de Pedro Juan Moreno, su secretario de gobierno, que prepararon masacres como la del Aro, en la que murieron mas de 40 campesinos.

Más información

Uribe también negó cualquier responsabilidad en los falsos positivos, esa práctica macabra que se dio en varias unidades militares durante su gobierno y que permitió que militares asesinaran a civiles para hacerlos aparecer como guerrilleros muertos en combate. Eso sí, se dio el lujo de defender la política del body counting y el sistema de premios e incentivos a cambio de bajas que instauró como estrategia para derrotar a las FARC, y hasta tuvo el cinismo de calificarla de transparente. Sin embargo, a la hora de asumir la responsabilidad política por los atropellos que se cometieron, escurrió el bulto y dijo que los responsables eran los soldados que lo habían engañado. Es decir, Uribe descargó en los soldados y militares la responsabilidad de los abusos que se cometieron bajo sus órdenes.

Lo relevante en la mentira, decía Derrida, no es nunca su contenido sino la intencionalidad del que miente. Y en el caso de Uribe su intención es clara: quiere imponernos su verdad para que nos olvidemos de los falsos positivos, de las capturas masivas, de los despojos sucedidos en su gobierno, de los perfilamientos que se le hicieron a periodistas y a políticos de la oposición, y de los montajes que se urdieron contra magistrados de la Cortes porque se atrevieron a investigar los nexos de los políticos uribistas con los paramilitares en el congreso.

Él quiere imponernos su mentira porque le teme a la verdad. Eso nos quedó muy claro.

Su show fue un espectáculo fallido, comenzando por la decisión de recibir a los comisionados en una de las haciendas ganaderas desde donde Uribe maneja los hilos del poder y amansa sus caballos. Sin embargo, sus mentiras no embrujaron ni se volvieron verdades porque el país de hoy ya no le copia, como bien lo demuestra su bajonazo en las encuestas.

Lo que los colombianos vimos no fue a un expresidente dando su versión para esclarecer la verdad sino a un dueño de hacienda déspota y malhumorado con ínfulas de caporal que trató a los comisionados que fueron a tomarle la versión como peones de finca.

Vimos fue a un expresidente manejando al país como si fuera su finca. Semejante imagen feudal es la mejor invitación al pasado. Vimos en resumidas cuentas a un expresidente desesperado por llenarnos de mentiras para impedir que salga la verdad a flote.

Su verdad no solo resultó una larga y tediosa mentira: dejó al descubierto la podredumbre del poder en Colombia. La verdad ante todo: Uribe representa también a todas esas élites que no quieren asumir su responsabilidad en esta guerra.

Uribe no es el único exmandatario que ha escurrido el bulto ni es el único expresidente que nos debe la verdad. Por la comisión han desfilado el expresidente Samper, el expresidente Gaviria y Juan Manuel Santos, y aunque este último pidió perdón, su mea culpa no fue para nada suficiente.

Entrados en gastos hay que decir que tampoco han sido suficientes los perdones hieráticos de las FARC ni las denuncias de los paramilitares diciendo que ellos no fueron responsables de nada porque solo cumplían órdenes del establecimiento político y económico.

Decir la verdad, siempre cuesta. Pero cuando el grado de desconfianza entre todos los actores legales e ilegales es tan alto como nos sucede en Colombia, decir la verdad se vuelve un acto casi que imposible.

La tapa del show en El Ubérrimo, fue la propuesta de amnistía general que lanzo Uribe como receta para que Colombia encuentre la paz y la felicidad. Las amnistías son en realidad la peor forma de impunidad y en el mundo globalizado donde no se permite la amnistía para los delitos atroces, estas están condicionadas a la verdad y a la reparación de las víctimas. Una amnistía general a cambio nada, como las que propone Uribe es un tiquete a la impunidad que hoy es prácticamente un imposible.

Si Uribe bajara de su pedestal sabría que la mejor amnistía es la verdad. La verdad tiene que reconciliarse con el dolor, la inequidad, la injusticia y la discriminación que la guerra ha destilado. En cambio, la Impunidad sin verdad como parece proponer Uribe, es la mejor receta para que nada cambie en Colombia.

Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS América y reciba todas las claves informativas de la actualidad de la región

Más información

Archivado En