La edad de hielo

Desde la crisis de 2008, los jóvenes no conocen otra realidad que la de becas eternas y contratos basura

Dos jóvenes pasan ante una ofician de empleo este martes en Madrid.Rodrigo Jiménez (EFE)

Durante una edad de hielo disminuye la temperatura de la atmósfera, y se originan o aumentan las capas de hielo y los glaciares. Existen periodos crudísimos y otros de clima más amable, como espejismo de la normalidad. Desde 2008 atravesamos primero una crisis salvaje que destrozó a la clase trabajadora, luego unos años de recuperación más estética que verdadera, y de nuevo una recesión que se ceba con ...

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Durante una edad de hielo disminuye la temperatura de la atmósfera, y se originan o aumentan las capas de hielo y los glaciares. Existen periodos crudísimos y otros de clima más amable, como espejismo de la normalidad. Desde 2008 atravesamos primero una crisis salvaje que destrozó a la clase trabajadora, luego unos años de recuperación más estética que verdadera, y de nuevo una recesión que se ceba con quienes antes tenían poco, y ahora nada. La crisis frenó a quienes se incorporaban al mercado laboral, y la generación siguiente no ha conocido otra realidad que la de las becas eternas y los contratos basura: nuestras condiciones materiales impiden que cada cual viva donde desee y como desee, que el centro de la vida lo ocupe la vida misma y no la supervivencia económica. En esta situación, la nostalgia es un cobijo: el pasado no como una posibilidad de comprender el presente, sino como una idealización que nos consuela.

Se repite que vivimos peor que nuestros padres y que se trata del primer momento de la historia en el que se rompe esta cadena de progreso, como si el ascensor social hubiese funcionado antes. Depende: la recesión es —como siempre— una cuestión de clase, mucho más fiera con quienes ya vivían en la precariedad. Olvidamos a quienes perdieron —padres nuestros, madres nuestras— su empleo durante la crisis de los noventa, y desde entonces trabajaron en lo que les salía, o con quienes se quedaron en paro a principios y mediados de los 2000, y se les descartó —ya no servían— por la edad. Como necesitamos comprender lo que sucede, tan distinto a las expectativas, se romantiza y moldea la memoria; nos acomodamos en lo que nos sirve, y omitimos aquello que nos daña. Ya no nos referimos a un fenómeno excepcional que atañe a una generación, sino que se prolonga en las siguientes, y repercute también en el bienestar de las anteriores. Las herramientas para atajarlo —intervenciones y rescates, anglicismos que disfrazan el empobrecimiento— han fracasado, con medidas superficiales que parchean los problemas en lugar de acudir a la raíz. Y la raíz, claro: un sistema que te considera según lo que produces, que no tiende la mano a quienes se quedan atrás sino que los aparta.

Una edad de hielo se prolonga durante millones de años. Algunas regiones se mantienen a salvo durante la glaciación, igual que quienes viven la crisis como eso a lo que se refieren las noticias, pero también el hielo levanta puentes para comunicar espacios antes separados por el agua. Estos puentes nos hablan de otros caminos posibles: los habíamos descartado porque conllevaban otro ritmo, otras compañías, también otros destinos, y merece la pena probar a transitarlos. ¿Qué más vamos a perder?

Elena Medel es escritora y editora. Su libro más reciente es la novela Las Maravillas (Anagrama).

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