Digitalización, de marrón a verde
Es un imperativo conciliar la transición digital con la climática, so pena de perder el control sobre sus emisiones de CO2
Lo digital puede parecer algo liviano y no contaminante. Desde luego fue un genio del márquetin el que inventó el término “nube” para hablar de esos gigantescos centros de almacenamiento y procesamiento de datos, basados en tierra, y que consumen ingentes cantidades de electricidad, y, si esta no proviene de fuentes limpias, generan gases de efecto invernadero en gran escala, a lo que hay que sumar los equipos que sostienen la digitalización, ...
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Lo digital puede parecer algo liviano y no contaminante. Desde luego fue un genio del márquetin el que inventó el término “nube” para hablar de esos gigantescos centros de almacenamiento y procesamiento de datos, basados en tierra, y que consumen ingentes cantidades de electricidad, y, si esta no proviene de fuentes limpias, generan gases de efecto invernadero en gran escala, a lo que hay que sumar los equipos que sostienen la digitalización, incluidas las redes y la enorme fauna de los dispositivos de usuarios. Europa —y dentro de ella España— están lanzados a dos enormes transformaciones: digitalizar su sociedad y economía, y descarbonizarla. Hasta ahora eran temas separados, y, sin embargo, hay que conciliar de forma estrecha ambas transiciones.
Elon Musk cae en una gran contradicción cuando impulsa a comprar sus coches eléctricos para no contaminar, y a la vez a invertir en bitcoins, criptomoneda basada en una tecnología gran consumidora de electricidad. Se calcula que las operaciones de minería de bitcoins de China podrían terminar consumiendo tanta energía y creando tantas emisiones de carbono como algunos países europeos enteros (como la República Checa). El ingeniero francés Luc Julia recuerda cómo un simple selfie puede resultar anodino. Pero colgado en una red social como Facebook o Instagram, supone una información que ha recorrido decenas de miles de kilómetros por ondas y en fibras hasta los centros de datos de estas empresas, y de vuelta para que se lo descarguen en sus terminales los usuarios de estas redes. Esa simple foto podría, así, consumir el equivalente a tres o cuatro bombillas de bajo consumo vatios encendidas durante una hora.
Medir las emisiones de CO2 no es fácil, ya que dependen del origen de la electricidad que usen los equipos tanto en su fase de uso como en la de su producción. Con estas dudas, se calcula que en 2020 el sector digital consumió un 3% de la energía primaria global, un 7% de la energía eléctrica, y generó un 5% de las emisiones globales de CO2. La digitalización y la descarbonización son las dos grandes prioridades (20% y 37% de los fondos de recuperación europeos), pero no se enlazan como deberían. Es urgente conciliarlas, incluidas varias modalidades de inteligencia artificial que cada vez consumen más datos y más electricidad, más allá de que las tecnologías digitales resultan esenciales para diseñar y gestionar la lucha contra el cambio climático. Esta conciliación es parte de la ética que ha de acompañar el proceso de digitalización, que además de ser “humanista” (human-centered), también debe centrarse en la ecología (eco-centered).
En esta aspiración, las empresas se han adelantado a los gobiernos. Casi todas las grandes tecnológicas digitales han adoptado en los últimos dos años planes para el consumo de energía renovable (o nuclear en el caso francés). Ahora bien, en este impulso empresarial, no basta que el aumento del consumo de electricidad provenga de fuentes existentes no emisoras de gases de efecto invernadero, pues debe hacerse con fuentes adicionales. Las instituciones públicas —nacionales y la propia Comisión Europea— han tardado más, y solo han empezado a incorporar estos objetivos de forma reciente. Son cuestiones que a menudo van por separado, en parte debido a razones conceptuales y en parte a razones burocráticas: los departamentos que tratan estos temas suelen ser diferentes. El Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia del Gobierno español, así como otras estrategias, ya lo incorpora, pero de una forma aún excesivamente general. En la reciente Cumbre de Líderes sobre el Clima, convocada por Biden, se anunciaron muchos compromisos, pero nada de nada sobre la descarbonización de la digitalización.
España tiene fortalezas de cara a esta problemática. El peso de las energías renovables en la producción total de electricidad fue de un 43,6% en 2020, su mayor cuota desde que existen registros. Pero también debilidades. En cuanto a teletrabajo, por ejemplo, uno de los factores de ahorro de emisiones con los desplazamientos físicos y reuniones presenciales, España, incluso durante la pandemia, está entre los países más bajos de la UE: un 30%, en comparación con más de un 60% entre los nórdicos. Por otra parte, dado que la climatización de los centros de datos, la necesidad de mantenerlos a baja temperatura, representa casi un 50% de su consumo energético, España está en desventaja, por lo que debe aspirar a otro tipo de compensaciones.
En todo caso, esta conciliación no es solo una cuestión de responsabilidad de las empresas y de los gobiernos, sino de la ciudadanía en su uso y consumo. Es una cuestión de país. En el informe que hemos realizado al respecto para el Real Instituto Elcano, Digitalización con descarbonización, proponemos la elaboración de un barómetro medioambiental para promover las mejores prácticas de todo el ecosistema digital, privado y público, a escala nacional y europea.
Gregorio Martín Quetglas es catedrático emérito de la Universidad Politécnica de Valencia. Andrés Ortega es investigador senior asociado del Real Instituto Elcano. Son los autores del informe de este último centro sobre Digitalización con descarbonización.