La casa de Robert Capa

Lo que más llama la atención en la fotografía del edificio vallecano no es la metralla, es la sonrisa de una niña, que es una forma de celebración de la vida

Fotografía de Robert Capa de Peironcely, 10 (1936), en Madrid.

Cabe imaginar que las chiquillas que, al menos alguna de ellas, sonríen a la cámara de Robert Capa, o al instante, no lo sabemos. Hay varias niñas que han salido vivas de alguno de los bombardeos que la aviación franquista ha realizado sobre Madrid en 1937.

Capa, o los eficientes servicios comerciales de su agencia, Magnum, han logrado vender ni más ni menos que a The New York Times un reportaje sobre esos bombardeos. Varias fotos que ilustran la severidad del castigo mostrando las fachadas de algunas casas, com...

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Cabe imaginar que las chiquillas que, al menos alguna de ellas, sonríen a la cámara de Robert Capa, o al instante, no lo sabemos. Hay varias niñas que han salido vivas de alguno de los bombardeos que la aviación franquista ha realizado sobre Madrid en 1937.

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Capa, o los eficientes servicios comerciales de su agencia, Magnum, han logrado vender ni más ni menos que a The New York Times un reportaje sobre esos bombardeos. Varias fotos que ilustran la severidad del castigo mostrando las fachadas de algunas casas, como la de la calle de Peironcely, número 10, en Vallecas, llenos sus muros de mataduras provocadas por la metralla.

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Pero hay siempre en las fotos de Capa, y eso contribuye a hacer de cada una un icono del conflicto que quiere representar, alguna presencia humana. ¡Y qué presencia es más llamativa que la sonrisa de un niño! Las instantáneas de sus socios Gerda y Chin, tienen siempre ese punto. Cuando las fotos de los hombres y mujeres de la agencia Magnum no son las más atrevidas y arriesgadas, son las que conmueven a quienes las miran.

El edificio vallecano no llama la atención por nada ajeno a la metralla que ha castigado con severidad sus muros. Lo que llama la atención es la sonrisa de una niña, que es una forma de celebración de la vida.

No conocemos el nombre de esa niña, ni el de las que se agachan en la acera, ni sabemos nada de ella, como por ejemplo si sobrevivió a algún bombardeo posterior o al hambre y las enfermedades de la posguerra. Pero sabemos que lo que nos hace quedarnos con la mirada fija en la foto de Capa es ella. Su mirada y su sonrisa, que es lo que les pasó a los lectores de la revista francesa Regards y a los del NYT.

Lo que sucede es que esa mirada y esa sonrisa no se quedan convertidas en piedra, sino que permanecen solo en la foto. La casa que fotografió Capa nos da lo mismo. Ni el edificio ni los materiales con los que está hecho tienen ningún interés para el observador. Creo.

Los esfuerzos por conservar la casa hay que valorarlos, y también el trabajo para la recuperación del Vallecas que Amós Acero intentó, de esa sonrisa que el franquismo destruyó.

Que es lo que más nos importa de la foto de Robert Capa.

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