El nido del cuco

Si el PCE de Carrillo se decía partido de lucha y de Gobierno, Unidas Podemos es partido de Gobierno, y al mismo tiempo de lucha contra su Gobierno

El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, durante una sesión de control en el Congreso.EUROPA PRESS

La política seguida en este primer año de coalición por Podemos, hace útil una mirada hacia el pasado. Pablo Iglesias no es un comunista en sentido estricto, dado que si se atuviera al antecedente de Stalin, su estrategia tendría un componente de elección radical, de atención a las exigencias de una realidad compleja, y de paciencia, virtudes de las cuales sin duda carece. Como él mismo ha proclamado varias veces, su inspirador es “el calvo genial”, por su determinación en el objetivo de destruir el r...

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La política seguida en este primer año de coalición por Podemos, hace útil una mirada hacia el pasado. Pablo Iglesias no es un comunista en sentido estricto, dado que si se atuviera al antecedente de Stalin, su estrategia tendría un componente de elección radical, de atención a las exigencias de una realidad compleja, y de paciencia, virtudes de las cuales sin duda carece. Como él mismo ha proclamado varias veces, su inspirador es “el calvo genial”, por su determinación en el objetivo de destruir el régimen vigente y de avanzar hacia ello, destruyendo también todo competidor político (eseristas, mencheviques). En otros aspectos, tampoco Stalin estuvo ausente de su formación, invalidando lo que Monedero calificó de “un leninismo amable”. La satanización del enemigo, siempre personalizado, y el sentido didáctico de sus declaraciones, claras y performativas, representan un plus de eficacia, conjugada con el planteamiento estratégico antes citado.

Esa firmeza doctrinal además se beneficia del nuevo tipo de mensaje político, que mediante el tuit funciona como una cascada de falsas evidencias, ajeno a toda argumentación. Al modo estrictamente de Trump, posverdades incluidas, aunque el ropaje doctrinal sea el opuesto, si bien no lo es tanto la clave del éxito: la descalificación brutal del otro (y de los medios indóciles). En fin, cuenta la moderna presentación de la figura del líder, tomada esta vez de los caudillismos latinoamericanos, y singularmente de Chávez, con la dimensión populista de permanente benefactor de aquello que el primer Podemos llamaba “la gente”. El cóctel funciona, no para impulsar una política transformadora, pero sí para capitalizar el profundo malestar social de la última década, especialmente el de una juventud en paro.

Por lo demás, la táctica desarrollada por Iglesias tiene un antecedente bien claro en el modo de hacer política de la Tercera Internacional. Tuvimos un buen ejemplo en los años treinta, con la trayectoria seguida por el Partido Comunista de España, cuyo centenario ahora conmemoramos. El punto de partida fue bien simple, de acuerdo con la línea internacionalista de “clase contra clase”: para avanzar hacia una revolución soviética, había que ir contra el capitalismo, contra la República y sobre todo contra los “socialtraidores” (o socialfascistas). A duras penas, el partido comunista superó la condición de grupúsculo antisistema. Tuvo que llegar el giro a la derecha del régimen en 1933 para que se diera una convergencia en la mentalidad de los trabajadores y el PCE, con la guía de Dimitrov y Togliatti desde Moscú, y el sentido de la realidad de José Díaz, se integrase en la dinámica del Frente Popular hasta 1939.

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Solo que la alianza con el PSOE no había perdido la intención fundamental de suplantarlo. Era cooperación y desgaste a un tiempo, justo lo que ahora practica Pablo Iglesias, cuyo padre ha sido atento estudioso del período. El propio Stalin intentó sosegar sin éxito la social-fobia del delegado de la Comintern, Vittorio Codovila (simpático personaje luego implicado en el asesinato de Trotski). En el verano de 1937 su sustitución en España por Togliatti (“Ercoli”), inició un nuevo tiempo, capital para la formación del otro comunismo, el del PCI, pero tardío para cambiar la imagen del “partido de la guerra”, enemigo de sus amigos. Estos también contribuyeron, la guerra estaba perdida (Stalin pensaba que desde que cayó Bilbao, porque los vascos, valerosos como sus primos georgianos, eran los únicos que podían salvarla), y la fractura de la izquierda duró hasta 1979.

Desde la instalación en el poder del Frente Popular, el PCE había puesto en práctica la táctica del cuco, asumiendo el principio de la unidad antifascista, incluso como vanguardia de la misma, sin dejar ocasión de marcar las distancias y las insuficiencias del aliado. Exactamente lo mismo que ahora lleva a la práctica Podemos, con la diferencia de que el enemigo no es un levantamiento militar, sino una pandemia, a la que Iglesias presta la menor atención posible para no desgastarse. Su táctica se despliega en un triple frente: agudizar el enfrentamiento con la derecha, en lo que es seguido por Sánchez y favorecido por la miopía de Casado, con el logro de eliminar a Ciudadanos como partido-bisagra; establecer un pulso permanente, con una puja de ofertas radicales que presenta al PSOE como “el partido del Ibex”, y por último, asumir el riesgo de alentar toda movilización social que resquebraja la pretensión de estabilidad de Sánchez.

Si el PCE de Carrillo se decía partido de lucha y de Gobierno, más de lo segundo que de lo primero, Unidas Podemos es partido de Gobierno, y al mismo tiempo de lucha contra su Gobierno. Son muestras clamorosas, tanto la movida permanente contra la monarquía, como el reciente apoyo, de navajazo por la espalda, con Iglesias callado, a los disturbios pro-Hasél. El cuco sabe que si se mueve hasta el límite, se cae el nido del árbol, y Sánchez tiene que soportar su desestabilización para sostener su Gobierno.

El próximo asalto puede llegar en Cataluña. Iglesias está forzando la aproximación al independentismo, con tal de tomar parte de un modo u otro en el nuevo govern, mientras las bazas de Sánchez dependen de un fracaso de la unión independentista y de su apoyo entonces a ERC. A Iglesias no le importa romper la baraja del Estado.

Antonio Elorza es profesor de Ciencia Política.

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