La segunda ola de coronavirus en Ciudad de México empieza en las zonas acomodadas
Tras un primer pico que afectó de manera desproporcionada a las clases trabajadoras, en diciembre las muertes han aumentado considerablemente en los barrios de clase media y alta
Ciudad de México volvió a la alerta roja a mediados de diciembre, pero la segunda ola de la pandemia no está siendo una copia simétrica del pico de mayo. La presión sobre la capacidad hospitalaria es ahora mayor -en vísperas de Navidad comenzó a acercarse el 90%- y el mapa de las zonas más afectadas también ha cambiado. Durante la primera oleada los contagios y las muertes crecieron más en los sectores populares de la capital, sureste y zona metropolitana, mientras que en esta ocasión el golpe se está concentrando el cogollo urbano y con mayor renta per cápita. Un análisis de datos de EL PAÍS revela que Coyoacán, Cuauhtémoc y Miguel Hidalgo se encuentran entre las delegaciones más afectadas.
Tras unas semanas titubeantes, las autoridades finalmente decidieron el 18 de diciembre volver a elevar al máximo las medidas de prevención, el llamado semáforo rojo. La decisión fue escenificada en un acto conjunto de la jefa de Gobierno de la ciudad, Claudia Sheinbaum, y el gobernador del Estado de México, Alfredo del Mazo, a quienes acompañó el subsecretario federal de Salud, Hugo López-Gatell. El valle de México, la capital y su zona metropolitana, cumplirá el 10 de enero el primer plazo previsto para levantar la mano. Aunque será poco probable, ya que las propias autoridades capitalinas han reconocido que de acuerdo a su modelo epidemiológico, el número de contagios y hospitalizaciones seguirá aumentando durante esta semana hasta alcanzar un nuevo pico de contagios cerca del 11 de enero.
Los fechas navideñas, como era de esperar, han provocado un repunte. De comienzos de diciembre a comienzos de enero las hospitalizaciones prácticamente se doblaron hasta superar los 6.000 pacientes ingresados. Durante las últimas semanas, los datos de ocupación que ofrece el Gobierno de la ciudad se han mantenido en máximos: el 23 de diciembre, un día antes de Nochebuena, la ocupación hospitalaria era del 78%; el 2 de enero había subido al 85%. El primer fin de semana del año se estabilizó en el entorno del 87%, donde se sostiene.
La aparente estabilidad en los datos hospitalarios dentro de estas últimas fechas ha sido aprovechado por el presidente Andrés Manuel López Obrador para salir al paso en su rueda prensa diaria de este lunes. “No nos rebasó esta situación que se dio de manera especial en la Ciudad de México, sobre todo la ciudad y el Estado de México, pero ya vamos saliendo. Ya está pasando la peor”. Un reciente informe del CIDE y la Universidad de Stanford no era tan optimista con la capacidad de respuesta hospitalaria en la ciudad. En el peor de los escenarios calculaba un 99% de probabilidad de saturación a finales de enero, por un 77% en caso de una mayor efectividad de las medidas de prevención durante las vacaciones.
Si se cierra el foco a la Ciudad de México para comparar la evolución de la epidemia en muertes por millón de habitantes cada semana desde marzo, un grupo significativo de delegaciones ya estaría alcanzando o incluso superando los niveles de la primera ola. Que esto se dé en los fallecimientos es muy significativo por dos razones: por un lado, los datos de muertes están menos sujetos al aumento de pruebas diagnósticas que se ha dado en la ciudad desde la ampliación de la estrategia epidemiológica que comenzó en enero. Por otro, y más importante, las muertes son un indicador más fiable, pero también más tardío sobre la situación epidemiológica: la media de tiempo entre contagio y fallecimiento supera las dos semanas, a lo que hay que añadir la demora de otros varios días por confirmación diagnóstica, así que la foto de un momento determinado en fallecimientos indica cómo estaba la epidemia casi un mes antes. Que aún con este retraso inherente ya haya lugares alcanzando los niveles de mayo y junio anuncia que todavía le queda pico por escalar a la serie de datos durante enero.
En dos delegaciones los máximos registrados de diciembre ya han superado a los de la ola inicial. Azcapotzalco es el caso más llamativo: su pico de junio ya fue de los mayores en el país, y aún así ahora lo ha desbordado.
Coyoacán tuvo valores relativamente más modestos, pero la escalada actual deja entrever una meseta que, quizás, se alargará tanto como la primera, pero en niveles más altos. Durante Navidad y Año Nuevo, la capital registró 593 denuncias por fiestas que excedían el número de personas permitido. Entre las delegaciones con mayor incidencia destacan, precisamente, Coyoacán, una zona residencial y de alto poder adquisitivo.
En otras tres delegaciones céntricas y con colonias de alto nivel de ingresos (Miguel Hidalgo, que alberga la exclusiva zona de Polanco; Cuáuhtemoc, donde están las muy de moda Roma y Condesa; Benito Juárez) la curva ya está en niveles prácticamente idénticos a los del primer pico.
No es solo una cuestión de cómo de pronunciado es el máximo; también de incidencia acumulada. Las muertes por millón acumuladas en los meses que contuvieron el inicio y lo peor de la primera ola (de marzo a junio) son ya en todas estas delegaciones menos a las que se observaron en el periodo equivalente de final de 2020 (septiembre a diciembre).
En Gustavo A. Madero (poblada por colonias populares, y quizás la más afectada en la primera ola) e Iztapalapa (donde el virus prendió como un incendio lento pero constante en mayo y junio), la situación es por ahora notablemente mejor que en el pasado. Sin embargo, en el cogollo urbano noroccidental de la ciudad, la realidad se ha dado la vuelta.
Desde un punto de vista más sistemático, si se divide a todas las delegaciones en dos grupos según tasa de pobreza en cada una, las que presentan mayor cantidad de hogares pobres son también las que acumulan más muertes per cápita: 293 frente a 211 durante diciembre.
Sin embargo, resulta que en el grupo de delegaciones con menor pobreza también hay menos casos, pese a que haya más muertes. Esta aparente contradicción se puede explicar por al menos dos razones, no excluyentes entre sí, y que ayudan a entrever el futuro desarrollo de la epidemia en la capital durante 2021. Puede ser que el gobierno de la ciudad esté realizando más pruebas por caso detectado en zonas vulnerables, siguiendo efectivamente la política que anunció en el valle de casos que dio cierto respiro en julio y agosto.
Pero también podría ser que esta segunda ola esté siguiendo el mismo recorrido que la primera, cuando los contagios y muertes empezaron en barrios de mayor nivel adquisitivo para acabar afectando con igual o mayor intensidad a las clases trabajadoras. Así sucedió en la primera ola, cuando los valores de casos per cápita terminaron por igualarse entre los grupos de delegaciones con mayor o menor nivel de pobreza (casi 6.000 por millón entre marzo y junio en ambos segmentos urbanos), pero no tanto las de muertes (765 por millón en las zonas con más hogares pobres, 725 en el resto). Con el consabido retraso que lleva el indicador de muertes frente a la marcha de la pandemia, el de casos en estas delegaciones podría indicar que un porcentaje de ellos se acabará convirtiendo en fallecimientos, y con ello los picos en todos los rincones de la capital acabarán por encontrarse en puntos similares.
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