Maldita herencia corrupta
Por decirlo en términos de herederos: a la presidenta Claudia Sheinbaum le molesta no la herencia que le dejó el papá sino las del abuelo y el bisabuelo


¡Ah, las herencias! Esos legados que maldicen y bendicen a la vez, que solucionan algunos problemas y profundizan otros. Las herencias, ese pleito interminable entre familiares y seres queridos, esa semilla de la discordia, esa moneda que le pertenece a aquel, ese reloj inservible para aquella, ese terreno ¿quién se lo quedará? Las herencias, esa marca para unos, esa ausencia para otros; fortunas para algunos, miserias para muchos.
Septiembre es el mes del testamento en Ciudad de México. Quizá motivada por esa oferta notarial que convida a los ciudadanos a que por un precio muy bajo pongan en papel y en orden los asuntos que quedarán pendientes a su muerte, la presidenta Sheinbaum decidió abordar en una de sus mañaneras lo que para ella es una herencia. Peor aún: lo que considera una herencia maldita.
Ya se ha comentado en este espacio que las mañaneras se están convirtiendo en el escenario en que Claudia Sheinbaum pierde el temple y deja asomar ciertos tonos de furia que hacen palidecer a cualquiera y compadecer a quien tiene que tolerar o simplemente presenciar, esos arranques destemplados. “Maldita deuda corrupta”, dijo la presidenta, recordando con el lenguaje y el tono aquellas famosas telenovelas mexicanas que eran reconocidas en el mundo. Se refería concretamente a la deuda sobre Pemex que dejaron las Administraciones de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. Por supuesto ni por asomo menciona el desastre que fue la petrolera durante el pasado Gobierno, un verdadero pozo sin fondo. Por decirlo en términos de herederos: a la presidenta le molesta no la herencia que le dejó el papá sino las del abuelo y el bisabuelo.
Curiosamente en estos días hemos visto todos –porque también se ha comentado en las apariciones presidenciales- como le ha explotado a la presidenta en las manos la “maldita herencia corrupta” de su antecesor. Porque no es otra cosa que una maldición que López Obrador le haya dejado “maldita” y “corrupta” ni más ni menos que a la Marina Armada de México, una institución que había sido pilar en la lucha contra el crimen organizado y que destacaba por su capacidad, organización y honestidad. Ahora, según la información del propio Gobierno de Sheinbaum, la podredumbre en esa Fuerza Armada durante el Gobierno anterior alcanza los más altos niveles. La Marina podrida en la parte alta de su pirámide. Eso no estaba en el panorama, eso no lo imaginábamos. Tanto el responsable de la seguridad Omar García Harfuch, como el fiscal general y la propia presidenta, han hecho malabares o desfiguros –como se le quiera definir- para defender de la corrupción en la Marina al titular de esa dependencia en el Gobierno de López Obrador, el almirante Rafael Ojeda Durán. El escándalo del contrabando de combustible de miles de millones de litros ensombrece la pálida luz que había sobre la herencia del Gobierno anterior.
Maldita herencia corrupta es la de tener a Adán Augusto López como el senador prominente de Morena en el Senado. La exitosa captura de hace unos días del capo del crimen organizado en Tabasco, Hernán Bermúdez, y que fuera secretario de seguridad durante el Gobierno de don Adán, habla de la corrupción rampante alrededor de los más cercanos al presidente anterior. Porque otra maldita herencia, también corrupta, es la de Andy, el hijo consentido del prócer, sorprendido en Tokio dándose la gran vida; porque la maldita herencia corrupta abarca al expresidente del Senado y una casa millonaria mal habida o las joyas, lujos, y despilfarros de los que hace gala la clase gobernante de manera descarada. Ellos, en su medida, en lo que les corresponde, también son y se sienten herederos.
Para infortunio de la sucesora, cada que ella avanza ya sea en materia de seguridad, combate anticorrupción o simple adecentamiento de la vida pública topa con pared: la maldita herencia corrupta de López Obrador.
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