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Reforma Judicial
Columna
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La reforma al Poder Judicial, una batalla de vida o muerte para la oposición

Bloquear por bloquear la iniciativa, sin ofrecer alternativas, es la peor de las estrategias que tienen a mano los partidos opositores

la oposicion protesta contra la reforma judicial
Los priístas Manuel Añorve, Alejandro Moreno y Carolina Viggiano, durante una protesta con trabajadores del Poder Judicial, el 5 de septiembre.Graciela López Herrera (CUARTOSCURO)
Salvador Camarena

Los caídos el 2 de junio pueden resucitar. A cien días de su mayor derrota electoral, PRI y PAN reciben una inmejorable oportunidad. Pero esos partidos, al igual que Movimiento Ciudadano, han de demostrar mucho más que capacidad de resistencia individual para contener a Morena.

El oficialismo quiere aprobar la reforma al Poder Judicial antes del fin de semana, porque Andrés Manuel López Obrador quiere gritar en el Zócalo vivas a la muerte de la rama de Gobierno que se atrevió a detenerle proyectos, enmendarle leyes, echarle abajo iniciativas.

La enjundia de AMLO es resistida por jueces, magistrados, ministros y trabajadores del Poder Judicial, que pasan de los tribunales a las calles a mucho más que vociferar su rechazo: bloquean el Congreso en la conciencia de que no pueden delegar en nadie más la última línea de contención.

Imágenes inéditas en un sexenio convulso. Por un lado, una Suprema Corte de Justicia de la Nación fracturada, pública y sonoramente, en dos bloques de improbable reconciliación. Por el otro, el menos público de los poderes, decidido a paralizar el tráfico y al Legislativo.

Tardía o no, la revuelta del Poder Judicial es histórica: rechazan la imposición de una reforma que amenaza su estabilidad y la del país, recriminan la simulación del diálogo, reclaman mucho más que la promesa de que se les garantizarán sus derechos laborales.

El Poder Judicial que tenemos —parafraseando la leyenda del tinglado de los foros donde se suponía iba a haber diálogo sobre esta ley— rechaza el Poder Judicial que el oficialismo asegura, sin negociar nada sustancial a la propuesta de López Obrador, que todos queremos.

La primera escaramuza entre la resistencia del Judicial, a la que se sumaron estudiantes de Derecho, y las bancadas oficialistas se decantó a favor de estas. El miércoles, diputados de Morena, Partido del Trabajo y el Verde aprobaron en una cancha deportiva todo lo que les ordenaron.

Esa minuta, planchada por el oficialismo desde agosto, tuvo cambios mínimos, maquillaje engañabobos que ofrece, a los expertos en normas, apego a ley laboral. Demasiado poco, demasiado tarde: la grey judicial no pica el anzuelo de quienes por años les han injuriado.

Esa desconfianza aumentó el martes pasado por la tozudez obradorista de sesionar de inmediato y en donde fuera necesario, de privilegiar capricho a diálogo, de avasallar con su mayoría en San Lázaro antes de esforzarse en convencer mediante argumentos. De no negociar.

Pero si el resultado estaba cantado en la Cámara de Diputados, en la que AMLO tiene una obsequiosa mayoría para cambiar la Constitución, como le venga en gana, la nueva etapa del proceso legislativo, que arranca mañana en el Senado, es de pronóstico reservado.

En la llamada Cámara alta, los escaños en manos de la oposición alcanzan para detener la intentona de Andrés Manuel de despedir su sexenio, erradicando al Poder Judicial y mandando a México a elegir en las urnas a todos los impartidores de justicia.

Movimiento Ciudadano, Acción Nacional y el Revolucionario Institucional suman 43* senadores, el número que impediría al oficialismo cualquier reforma constitucional. Esta semana cada uno de esos legisladores ratificó que su voto sería en contra.

Empero, nadie, y antes que nadie la oposición misma, da por sentado que ya estuvo, que hasta aquí llegó el Plan C, que la oposición unidad no será… ya saben lo que sigue, que a pesar de todo el triunfalismo morenista tras el 2 de junio, no son omnipotentes.

Porque los de la oposición son 43, pero no están unidos. Más que grupo resultan una casualidad, un premio del destino a fuerzas disímbolas que, rumbo al 2 de junio, se atascaron en sumas ceros, en un carnaval de ocurrencias, en la falta de credibilidad de sus líderes.

Luego de la defección de dos senadores electos bajo las siglas del extinto PRD, la ruleta electoral quiso que justo sean 43 los escaños ocupados por la oposición, el número mágico que podría detener a la poderosa locomotora lopezobradorista.

Uno menos, y ese universo opositor vale prácticamente cero. Si uno brinca a Morena, a los otros 42 no les permitirán ni apagar las luces del recinto legislativo cuando tras aprobar todo el Plan C el Senado se vaya a dormir. Uno menos y Morena será imparable tres años.

Ante ese panorama, en las próximas horas atestiguaremos el resultado de una lucha política. Está clara la del grupo oficialista —que intentará arrebatar una cuenta, con una le basta, del collar opositor que hasta ahora luce poderoso, pero ¿qué intentará la oposición?

El enigma sobre qué harán PRI, PAN y MC implica la eventualidad de que en esos partidos haya gente que privilegie lo que está de por medio para México, por encima de eventuales réditos políticos particulares de cada organización en esta coyuntura.

Hay que partir del hecho de que el término oposición no reúne hoy a tres partidos con mínima agenda en común, y mucho menos con un acuerdo de irreductibles que les haga funcionar, en casos concretos, colegiadamente a fin de hacerse fuertes ante el obradorismo.

Esa oposición sigue instalada en la pugna que les enfrentó el 2 de junio. Movimiento Ciudadano y el PRI vocean sus descalificaciones, ya sea por los temas locales que se disputan en Nuevo León, ya sea porque el primero insiste en medrar con el descrédito del segundo.

El PAN, por su parte, terminó su alianza electoral con el PRI soportando la crítica interna de que tal aventura fue deficitaria, y que en el nuevo sexenio sería más redituable volver a los orígenes, y resistir y combatir solos y desde la derecha al estatismo morenista.

Movimiento Ciudadano, en tanto, tiene pendientes sin resolver. La catafixia electoral no le resultó tan exitosa a Dante Delgado, que en muy inoportuna hora queda fuera del Senado. Los naranjas, y toda la oposición en la Cámara alta, echarán de menos su vigor y experiencia.

De forma que si resulta un albur apostar a que cada una de las bancadas senatoriales de la oposición resistirá íntegra los embates del oficialismo —algunos armados con ordinarios ardides políticos, sin descartar los que se ejecutarán con recursos non sanctos—, qué decir de la duda de si entre ellos, entre los mismos opositores, no están apostando a aguantar solo lo suficiente para que sea otro partido el que se lleve el papel de Judas. A ver quién cae primero y ya. A eventualmente crecer de manera oportunista sobre la debilidad de otro opositor.

Resulta notable que la oposición, que en 2021 supo constituir, tras los comicios de ese año y un favorable acuerdo de sobrerrepresentación, un exitoso bloque de contención, no haya visto oportunamente tras la elección de 2024 que podían frenar a AMLO en el Senado.

Es muy fácil decirle Judas a los dos senadores perredistas que brincaron al barco oficial, pero esa acusación sería aceptable, si al menos la opinión pública tuviera constancia de que los partidos opositores intentaron retenerlos mientras articulaban una estrategia, más que para resistir, para imponer algunas condiciones. Y con 45 senadores serían mucho menos frágiles que con 43.

Cada uno de esos dos perredistas tendrá que dar cuenta de su chaqueteo, sin duda, pero lo mismo aplica para PRI y PAN, que durante los últimos tres meses parecieron más ocupados en repartirse el pastel y disfrutar la derrota que les deja millones, que por trabajar sin descanso en el futuro inminente.

La sociedad mexicana llega a la hora crítica de la votación de la reforma judicial con una oposición que dice comprometerse con todos y cada uno de los votos que se requieren para mandar a la tumba al Plan C.

Sería más creíble esa promesa si además mostraran una articulación de un discurso en común, una serie de propuestas para canalizar adecuadamente algo que también es cierto: la mayoría votó por seguir cambiando instituciones, la oposición debe ayudar a mejorar esa agenda.

Bloquear por bloquear el Plan C es la peor de las estrategias que tiene a mano la oposición. Resistir por su lado cada uno de los partidos les hace muy vulnerables; pero no ofrecer alternativas y solo bloquear lo que votó la mayoría, haría que más de uno justifique triquiñuelas para avasallarlos.

La oposición debe hacer política. Entre ellos, y a favor de lo que dispuso la mayoría, incluso si los representantes de esta no agradecen, al menos no en público, cuando les enmienden la plana redactada por el dedo de Andrés Manuel López Obrador.

Incluido Manlio Fabio Beltrones, que ha sido marginado del PRI, pero que se autodenomina priista.

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