Sinfonía (H)eroica
La obra maestra se compone de noventa minutos de celebración épica no exenta de angustias
Al parecer, la tercera sinfonía de un sordo en potencia tenía una dedicatoria inicial que ha sido borrada con tal vehemencia que se agujeró la partitura de la Historia con la letra H mayúscula y –por lo visto—será conocida por los siglos de los siglos como Sinfonía Heroica (y en otras lenguas, sin la letra H mayúscula). Hay analistas que apuntan a la hipótesis (con la letra h minúscula) de que la letra H faltante se debe a la ausencia de un tal Hazard o a la desidia o desinterés de un galés de apellido Bale, cuyo patronímico se escribe GaretH (con la mentada letra). Con todo, la sinfonía de todas las sinfonías –compuesta por el genio despeinado en los albores de su famosa sordera—quedó en pentagrama de césped y noche de estrellas desde hace siglos y ha terminado por resonar en el corazón de la ciudad de Madrid, para más señas: capital del mundo redondo.
La obra maestra se compone de noventa minutos de celebración épica no exenta de angustias donde las cuerdas, vientos y percusiones variadas pasan por lo que algunos expertos definen como “remontadas previas” (mucho antes del cuarto movimiento que conduce al Final glorioso). Ese primer movimiento se condensa en un clima lluvioso y gris (común en fiordos o paisajes del norte de Inglaterra) con lo que parece “el triunfo de una derrota”; es decir, las blancas notas de la esperanza –no sin una saeta negra que cruza el prado a velocidad supersónica—logran perder ante un sólido corpus armónico (reconocido como armónico à la Guardiola en ciertas tertulias del Palau de la Música) y se prolonga el ánimo musical trepidante en una suerte de impasse de días que vuela por los aires hasta España.
El segundo movimiento es una indeseada Marcha Fúnebre que prefigura la posibilidad de la eliminación de todo lo blanco (nubes, pañuelos, vestidos de novia o el solideo del Papa) y sus notas tristes parecen lágrimas en eco de reciente goleada irracional y bicolor, derrotas históricas y la recurrente evocación de glorias pasadas (una Saeta como cometa de cabellera rubia, un Juan en honroso diminutivo que cada siete minutos renueva su eternidad, la Quinta imbatible de una ave de buen agüero, la Galaxia del moreno rapado, Spice inglés, fuego portugués y el Carrusel más grande del mundo con ZZ como logotipo de gloria… y el Ángel llamado Raúl, el Tequila en cabriola suspendida frente a un equipo llamado Señorgol al revés, el Monstruo de las Galletas por la banda izquierda, MariPili en medio campo y Michel de michelada intacto…. Y así, lo que está pautado como Marcha Fúnebre no es más que una advertencia o recordatorio de que los arcángeles imbatibles no dejan de ser mortales.
Pasa entonces al tercer movimiento la Heroica Sinfonía de noventa minutos que no prometen prórroga de no contar con la batuta sabia de un Angelote italiano (capaz de consultar con la banca de músicos suplentes) los cambios y la estrategia. En el silencio, lo que podía llamarse “conjunto rival” respira cierta ansiedad (hasta dar un campanazo de confianza que –supuestamente—debería abatir el milagro impoluto que transpira la propia sinfonía… que, de pronto, sustituye ritmo y efusión, pigmentación y numeral en el dorsal del primer violín y llega el milagro: un nota se prolonga en diagonal sobre los prados verdes de un paisaje entrañable, un arlequín polichinela con la mano vendada vuela en posición incómoda para triangular en polifonía la esfera planetaria que ha de ser rematada como por carioca…. Dos minutos después el mismo balón vuela en tangente por el espacio sideral, lanzado por el mismo guerrero galáctico que muchos confunden con Jar Jar Binks y rebota en la testa del mismo angelito negro que suma entonces dos epifanías en dos minutos, el tiempo se ha prolongado inesperadamente, las calles se quedan mudas, nadie se mueve en un congelamiento biológico que se esfuma con un silbatazo como de timbales.
Cuarto movimiento. Han huido los incrédulos del Campo de Estrellas. Los caballeros de la banda ajena tiemblan y dudan de sí mismos ante la continuación eufórica de una música blanca que sigue girando en las cuerdas de los botines del Oscuro Caballero Galáctico, el milagro Oscuro de la sombra que salva en la raya y en los guantes de un cancerbero como violoncello de siete manos que no deja pasar ni una sola nota desafinada… y el azar dicta la diagonal de la muerte de la pérfida Albión: el felino incansable ha sido golpeado en el tobillo –justo en el tempo que dicta la Musa y desde el manchón como ombligo lanza un Do sostenido como flecha de fuego.
Siguen quiénsabecuántos minutos de euforia que son evocación milimétrica de la gloriosa zarzuela que liga como hermandad a los habitantes y visitantes de Madrid hasta envolver en bufandas a la diosa que viaja sobre carroza de leones. Sueña París el director o conductor del conjunto que levita sobre la gracia invaluable, la felicidad en la piel de miles de niños, los gritos de tantas niñas, oxígeno de ancianos, incienso para todos los difuntos… mientras levitan entre nubes de neblina blanca los músicos en constante concierto del desconcierto que agradecemos el eterno instante de una epifanía tan redonda como un balón.
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