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Pensándolo bien
Columna
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Las mujeres y el presidente, ¿qué sigue?

La confrontación con el movimiento feminista probablemente baje de tono, pero queda una herida que no habrá de cicatrizar el resto del sexenio porque cada 8-M volverá a abrirse

Jorge Zepeda Patterson
AMLO en Palacio Nacional
El presidente Andrés Manuel López Obrador, en el Palacio Nacional, el 8 de marzo.José Méndez (EFE)

Cuesta trabajo creer que alguien con el instinto político que caracteriza al presidente Andrés Manuel López Obrador haya terminado envuelto en un encontronazo con el movimiento feminista en el que nada tiene que ganar y bastante que perder. Inexplicable digo, porque en realidad se metió al embrollo por su propia iniciativa. Y peor aún, todo indica que entre más esfuerzos hace para salir de él, más descontento genera entre las muchas mujeres agraviadas.

Este desencuentro era evitable en el papel, porque ni López Obrador ni sus banderas son explícitamente antifeministas. Y sin embargo, por alguna razón López Obrador terminó pagando la factura política de la rabia de tantas mujeres que se sintieron desairadas. “¿Por qué al Zócalo? ¿Por qué no protestan frente a la Estela de la Luz?”, se preguntó perplejo el presidente este miércoles, sin entender que fueron sus declaraciones desdeñosas desde hace un año sobre la convocatoria a “un día sin mujeres”, su énfasis en aludir a provocadores y violentos al referirse al movimiento y su insistencia en apoyar la candidatura de Félix Salgado Macedonio al Gobierno de Guerrero, un político acusado de abusos y violaciones, lo que desencadenó una irritación que terminó convirtiéndolo en destinatario de sus agravios.

¿Era evitable? En teoría sí, insisto, pero bien mirado parecería una consecuencia lógica de una concepción que lo conduce a esta confrontación, por una parte, y por otra de la indiscriminada exposición por parte de López Obrador de todo lo que se le atraviesa por la cabeza durante las mañaneras (“mi pecho no es bodega”). Este miércoles López Obrador ofreció una clave para comprender las razones del desencuentro, un atisbo a los pilares del mundo interior en el que él habita y produce tales confrontaciones.

En respuesta a una pregunta sobre la marcha de las mujeres, el presidente dijo: “Durante el periodo neoliberal, para que no se centrara la atención en el saqueo, en la corrupción, en la desigualdad económica y social, los potentados, los dueños del mundo permitieron y veían hasta con buenos ojos, alentaban movimientos justos, pero no centrales; o sea, puedes hablar del cambio climático, puedes hablar de la defensa de los derechos humanos, pero no quieras cambiar al régimen”.

Abreviando, en el ánimo del mandatario las otras agendas (igualdad de las mujeres, derechos humanos, cambio climático) pueden ser legítimas, pero no son centrales. La única batalla que verdaderamente importa es el cambio de régimen, es decir una sociedad donde no haya pobreza ni corrupción.

Por si hubiera alguna duda, añadió: “Si se transforma una sociedad, si hay una transformación política, tiene que dejar de haber injusticias, para eso es la transformación. Entonces, con una transformación hay igualdad, hay libertad, hay justicia. Entonces, no buscaban la transformación porque eso no les convenía, si acaso era un análisis nada más de la realidad, pero no transformar la realidad”. Es decir, en palabras de López Obrador, reivindicar la igualdad de la mujer es un aspecto de la realidad, pero en el fondo eso no la transforma.

Allí reside, en mi opinión, la razón de fondo que lo lleva a mantener reservas sobre otras agendas que no sean la lucha contra la desigualdad económica y social, y a la larga provoca desencuentros con las comunidades que bregan por banderas como los derechos humanos, el cambio climático o la igualdad de género.

Puedo entender el profundo compromiso social del presidente y su cruzada para hacer una diferencia frente al lacerante problema de la miseria. Muchos mexicanos, y no solo él, tenemos un imperativo para mejorar la situación de personas dejadas atrás. Pero hay evidencias históricas de que la sola búsqueda de la igualdad económica, desprovista de otras aspiraciones igualmente centrales, no han dado resultado. La Unión Soviética o Cuba, en otras circunstancias, experimentaron un cambio de régimen buscando una sociedad menos desigual, pero nunca resolvieron aspiraciones fundamentales como los derechos humanos, las libertades cívicas, la igualdad de género, por no hablar del absoluto desinterés con respecto al daño al medio ambiente. No solo desairaron estas reivindicaciones sino incluso las sacrificaron cuando consideraron que estorbaban o distraían recursos o tiempo del mandato prioritario.

En temas como el Tren Maya y las críticas ambientalistas, el movimiento de los desaparecidos o la agenda de las mujeres, me parece que López Obrador acusa una impaciencia similar. No es tanto una falta de empatía o de sensibilidad frente a los derechos humanos o el cambio climático, sino la sensación de que, por importantes que sean, son distracciones ante la tarea impostergable de mejorar la vida de los pobres.

Habría que insistirle al presidente que la lucha en favor de las víctimas de injusticia sean de género, de raza o condición social es en el fondo la misma, obedecen por igual a un sistema descompuesto. Pero a diferencia de lo que él cree, la desaparición de una de las causas no elimina a las otras. Sin respeto a los derechos humanos, sin equilibrio con la naturaleza o igualdad de género, un mejor reparto económico no elimina las otras miserias como el abuso a los débiles, los desastres climáticos, la victimización cotidiana de la mujer.

La confrontación con el movimiento feminista probablemente baje de tono en la escena pública, en la medida que otros temas de la agenda ocupen el espacio mediático. A reserva, claro, del escándalo que representaría la confirmación de la candidatura del repudiado Salgado Macedonio. Pero desgraciadamente queda una herida que no habrá de cicatrizar el resto del sexenio, entre otras cosas, porque cada año, puntualmente el 8 de marzo, volverá a abrirse.

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