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Pensándolo bien
Columna
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No hay garantías de que la estrategia de López Obrador sea la idónea. Lo único cierto es que la realidad es suficientemente ambigua y el calendario excesivamente temprano

Jorge Zepeda Patterson
López Obrador (centro) con Claudia Sheinbaum y Jorge Arganis Díaz, en el Aeropuerto de Ciudad de México.
López Obrador (centro) con Claudia Sheinbaum y Jorge Arganis Díaz, en el Aeropuerto de Ciudad de México.Presidencia de México (EFE)

Si usted es uno de los mexicanos convencido de que el presidente Andrés Manuel López Obrador nos está conduciendo al desastre, este texto probablemente habrá de incomodarle. El manejo que el Gobierno ha hecho de la crisis económica provocada por la pandemia ha sido percibida en el sector privado poco menos que como un crimen, un error descomunal que deprimirá al sector productivo y condenará al país a la depresión y a la pobreza. Entre la élite y los sectores altos y medio altos esta tesis se ha convertido en una verdad absoluta. El problema para ellos es que la información está lejos de ser concluyente y en más de un sentido podría ser contraria.

El desplome. Según las estimaciones más recientes del legendario y conservador The Economist, el PIB de México caerá este año 9,7%, el peor descenso en muchas décadas, lo cual parecería confirmar la noción de que el Gobierno no tiene idea de cómo funciona una economía moderna. Pero en tal caso tampoco la tendrían los gobiernos de la zona europea, que en conjunto caerá 8,4% este año, arrastrada por España (-11%), Italia (-10,8%), Francia (-10,4%) e Inglaterra (-9%). En otras palabras, la magnitud de la caída de la economía no es un indicador que por sí solo permita aprobar o reprobar a un Gobierno.

Ideologías y partidos políticos aparte, lo cierto es que el impacto económico de la pandemia tiene que ver, mayormente, con las características estructurales y crónicas de un país. Naciones en las que son muy relevantes el turismo, el petróleo y la subordinación a cadenas productivas internacionales lo pasarán peor que aquellas orientadas a la producción de alimentos o a insumos destinados al sector tecnológico, por ejemplo. La diversificación de la planta exportadora y su flexibilidad para adaptarse a las nuevas condiciones será un factor decisivo en los meses por venir.

En ese sentido en México los astros no están del todo alineados. No solo por la fragilidad que nos impone una vocación turística y petrolera, también porque nuestro sector de exportación resulta poco competitivo a mar abierto, toda vez que nuestro empresariado se fortaleció a la sombra de la maquila y la interdependencia que ofrecía el TLC a partir de una mano de obra barata. Pero sin esos “flotis” el país carece de la competitividad en el mercado mundial que alcanzan otras naciones de América Latina o el Mediterráneo. Del otro lado, la interdependencia con Estados Unidos, que nos impone esa fragilidad ante el mercado mundial, se convierte en una ventaja geográfica evidente. De lo anterior se desprende que citar una cifra negativa (en este caso el -9,7%) como argumento último y definitivo para descalificar al Gobierno es simplista o revela un interés político. No solo habría que contextualizar los datos con el resto de los países sino entender las singularidades históricas, geográficas y estructurales para poder desprender una valoración razonable sobre el desempeño de las autoridades.

Nulos apoyos al sector productivo. Contra lo que hicieron la mayoría de los gobiernos, el mexicano decidió ignorar a la planta productiva y concentrar todos los esfuerzos en la población de bajos ingresos. Una actitud no solo calificada de suicida para efectos económicos sino también de criminal porque, a juicio de sus críticos, obedecía a un cálculo político electoral. Pero, otra vez, los números no necesariamente confirman esta tesis. En países como Francia o Alemania donde el grueso de la población trabaja en el sector formal, la ayuda a las empresas es también una ayuda a sus trabajadores, es decir a las familias. Pero, ¿qué pasa cuando la mayoría de las familias, particularmente las más pobres, no trabaja para una empresa formal? La respuesta de López Obrador fue una estrategia “de abajo para arriba”. La primera responsabilidad del Gobierno ante una crisis de esta magnitud, asumió el presidente, es que el cierre de la actividades económica no se convierta en una tragedia humana. Entre el 52 y el 56% de los trabajadores operan en el sector informal, la mayoría de ellos vive literalmente al día. Disminuir impuestos a las empresas u ofrecer créditos subsidiados a los empresarios, como clamaba la iniciativa privada, no iba a dar de comer a decenas de millones de hogares al límite de la pobreza; las transferencias del Gobierno, sí. Y justamente eso es lo que hizo. En este momento entre 60 y 70% de las familias del país recibe algún tipo de apoyo económico directo. Adicionalmente se generó una partida para minicréditos a la microempresa y al trabajador por cuenta propia (equivalente a poco más 1.000 dólares) para paliar los efectos de la parálisis económica.

La irresponsabilidad de no endeudarse. Una crítica adicional tiene que ver con la renuencia del presidente a recurrir al endeudamiento lo cual habría ampliado el tamaño de “la cobija” y permitido ayudar a todos y no solo a los más pobres. La negativa de López Obrador puede ser objeto de discusión, pero no es irracional. Los niveles actuales de endeudamiento son preocupantes y sangran brutalmente el presupuesto. Ya hay textos que señalan la amenaza que representa la deuda contraída para la recuperación a corto y mediano plazo de varios países europeos. En ese sentido, México no habrá incrementado ese lastre.

Se puede estar en desacuerdo con la estrategia del Gobierno de la 4T pero eso no significa que sea absurda o irracional. Responde a criterios y urgencias que pueden no ser los de algunos sectores de la población pero sí las de otros. López Obrador apostó por un apoyo al consumo (o evitar una crisis de consumo). Con ello buscó un propósito doble: impedir una tragedia social pero también propiciar la demanda desde abajo para la reactivación de los sectores productivos. Acompañó esta estrategia con dos objetivos complementarios: uno, restablecer el T-MEC para agilizar las cadenas productivas de exportación y dos, acortar los semáforos de salubridad para reanudar lo más pronto posible la actividad económica. En otras palabras, la prioridad ante la pandemia no fue evitar la propagación del virus porque eso habría significado un confinamiento económico insoportable para los pobres, sino simplemente aplanar la curva de contagios e impedir un colapso del sistema de salud pero con el mínimo de semanas de parálisis económica.  

No hay garantías de que la estrategia de López Obrador sea la idónea. Difícilmente alguna lo es. Lo único cierto es que la realidad es suficientemente ambigua y el calendario excesivamente temprano para crucificar o, por el contrario, beatificar a alguien por ese motivo. Hacerlo es, simple y llanamente, grilla.

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