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Columna
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López Obrador qué

A las élites políticas les conviene que la discusión se centre en el presidente de México a nosotros no

Viri Ríos
El presidente, Andrés Manuel López Obrador, en una conferencia matutina en Palacio Nacional.
El presidente, Andrés Manuel López Obrador, en una conferencia matutina en Palacio Nacional.Presidencia de México (EFE)

Tanto Andrés Manuel López Obrador como su oposición se benefician de que solo hablemos del presidente, sus acciones, errores y ocurrencias. La clase política gana cuando la discusión se centra en una sola persona porque de esa manera se crea la falsa expectativa de que la solución a los problemas nacionales depende, principalmente, de quién es presidente, de quién gana una elección. Para un bando, el que López Obrador continúe siendo presidente es la solución. Para otros, que se vaya.

Esto es equivocado y llano. Es momento de madurar la discusión política.

México debe transitar el duro camino de discutir política más allá del presidente y con base en demandas concretas. Esto es crítico porque lo que necesitamos como país no es otro cambio de partido sino un cambio profundo en el sistema de poder. Un cambio radical en cómo se distribuye el poder y en la forma que tenemos los ciudadanos para influenciarlo. Cambiar de partido no es suficiente. La historia reciente ya nos lo ha enseñado.

Sin embargo, tal parece que nuestra obsesión con la figura presidencial nos gana. Y por ese error, le damos gusto a toda la clase política.

López Obrador es el más feliz de todos. Él estima que su popularidad no está basada en dar resultados sino en tener una presencia constante en medios como antagonista de la élite económica. En cierta forma tiene razón. Él ganó la elección por entender y representar el rechazo que el mexicano promedio tiene a un sistema económico que no le ha dado suficientes beneficios. Cuando López Obrador está constantemente en medios, antagonizando con sus opositores, está posicionándose.

Es por ello que la compulsión de la oposición por criticar cada cosa que hace el presidente empodera a López Obrador. Refuerza el papel que el mandatario quiere tener en la vida pública de México. No como un estadista o un creador de política pública, sino como un antagonista de los partidos tradicionales y sus aliados económicos.

De hecho, las críticas provenientes de la oposición a lo que hace López Obrador son música para los oídos del presidente. Esas críticas no le perjudican. Le ayudan. Le dejan en claro a los seguidores del presidente que se está avanzando pues se está poniendo de malas la clase política tradicional. Las quejas le dan puntos, no le restan.

La oposición no lo ve así. Piensa que hablar de López Obrador les conviene. Dado que López Obrador es la principal cara del Gobierno, estiman que debilitarlo los engrandece. Esto sería cierto si con ello impulsaran una agenda distinta, una forma distinta de concebir los retos de México. No lo hacen. Su meta más importante, de lo que hablan con obsesión, es de quitarle la mayoría a Morena en 2021. Ponen un medio como fin.

Sin darse cuenta, la oposición sigue en casi todo momento la agenda que López Obrador les traza. Si se le ocurre hablar del avión en la mañanera, sobre eso hablan. Si se le ocurre cambiar el tema a la diabetes, ahí le contestan. Van bateando las bolas que les lanza López Obrador.

Ocupados en esta obsesión, la oposición no se ha centrado en hacer un análisis serio que les permita hacer lo que todo partido mexicano exitoso ha hecho: crear una narrativa clara y diferente sobre por qué México no ha logrado desarrollarse.

Fox ganó en el 2000 porque creó esa narrativa. Su campaña no fue contra Zedillo en lo personal. Su campaña fue el posicionamiento de una solución concreta a los problemas de México, según la cual, la falta de democracia electoral era el principal problema por el que nuestro país no era rico.

López Obrador hizo lo mismo en 2018. En su caso, él posicionó la historia de que México no había logrado eliminar la pobreza y las desigualdades porque el poder político y el económico estaban unidos, aprovechándose corruptamente del pueblo.

Es momento de dejar de darle gusto a la clase política. Debemos dejar de hablar de López Obrador y comenzar a hablar no solo de quien tiene el poder, sino de quien no lo tiene y debería tenerlo.

El poder debería tenerlo el consumidor y no el monopolio. La Comisión Federal de Competencia (Cofece) es crítica para crear un mercado con precios justos y con empresarios pequeños competitivos. Es momento de dejar de discutir las ocurrencias de Monreal y centrarnos en discutir los apoyos y cambios que la Cofece necesita para facilitar su labor. No es secreto de nadie lo difícil que es para la Cofece ganar un caso con el marco legal actual. Un marco creado bajo el auspicio de los poderes fácticos.

El poder debería tenerlo el médico y el sistema de salud pública, no el gran contribuyente. México tiene un gasto en salud pública paupérrimo en gran parte por no cobrar los impuestos que se debieran. Con un gasto en salud de 5,5 puntos del PIB, México tiene un nivel similar al de África Subsahariana (5,1 puntos) y muy por debajo del promedio de Latinoamérica y el Caribe (8 puntos).

Es momento de cobrar impuestos que permitan que los médicos tengan equipo e instalaciones adecuadas. De acuerdo con el Sistema de Administración Tributaria, las deudas sin cobrar a contribuyentes ascienden a 211.000 millones de pesos. Según el ejecutivo, tan solo 15 empresas son responsables de 50.000 millones de pesos de adeudos, lo equivalente al presupuesto completo de siete secretarías de Estado.

La energía y el intelecto del país no puede continuar obsesionado con descifrar a López Obrador. Lo que debe descifrarse es por qué, sin importar el partido por el que votemos, México permanece irremediablemente estancado, injusto y pobre. Favoreciendo monopolios y corporaciones a costa de la clase media, el pequeño empresario y el país en su conjunto.

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