El Houdini tabasqueño
¿Terminará la visita a Trump desgastando la imagen de López Obrador o conseguirá el mandatario mexicano escapar de la aparente trampa en la que se metió y convertirla en un éxito más de su carrera?
La volatilidad de Donald Trump dificulta la posibilidad de hacer balances definitivos, en este caso sobre la visita de Andrés Manuel López Obrador a Washington, pero todo indica que el presidente mexicano salió bien librado de su primera prueba. La conferencia conjunta que ofrecieron los dos mandatarios al terminar la ronda de conversaciones fue todo sonrisas. El mayor riesgo que corría México es que Trump aprovechara el momento para infligir alguna humillación a su colega o a nuestro país en su afán de consolidar a sus clientelas de voto duro, marcadamente antilatinas.
Que no lo haya hecho ahora no garantiza que no lo vaya a hacer mañana en un tuit despectivo. Nada le gustaría más que presumir de que México ha hecho el trabajo sucio de detener a los centroamericanos lo cual equivale a haber pagado el muro. Es un alivio que al menos en su primera intervención haya mantenido una actitud respetuosa, pese a su proverbial hostilidad contra los mexicanos. Sus elogios fortalecen la hipótesis de que en este momento está más interesado en ampliar su base electoral, haciendo un guiño a los votantes latinos, que en fortalecer el apoyo de sus incondicionales. Recordemos que hace cuatro años un 29% de los hispanos votaron a su favor, una proporción que le interesaría repetir y si es posible ampliar en los comicios de noviembre. Si esa es su estrategia, es evidente que la visita del popular presidente mexicano le viene de perlas, y explicaría su actitud poco menos que zalamera para con su colega del sur.
No es de extrañar el interés de Trump en tomarse la foto con López Obrador. Y ciertamente este no ha tenido ningún rubor en prestarse a los propósitos de su rubicundo amigo. El mexicano ni siquiera hizo el intento de disfrazar el espaldarazo haciendo un esfuerzo por reunirse con alguna contraparte política, como podría haber sido Nancy Pelosi, líder demócrata del Congreso quien fue clave en la aprobación del T-MEC. Vamos, ni siquiera accedió a un encuentro con representantes de la comunidad latina, pese a que no pasa semana sin que el presidente agradezca a los migrantes por las remesas enviadas a México. Supongo que López Obrador no quería arriesgarse a que una reunión con los paisanos derivara en declaraciones adversas a Trump.
No es fácil explicar la mutua fascinación entre dos líderes con trayectorias y visiones del mundo tan opuestas, aun cuando más de un observador ha señalado rasgos de personalidad compartidos. Desde luego, el cálculo político explica en buena parte la avenencia entre ambos. Es el caso de López Obrador, por lo menos. El pragmatismo del tabasqueño lo llevó a una actitud conciliatoria desde antes incluso de tomar posesión. En su estimación de sumas y restas habrá concluido que debía dejar fuera de su larga lista de adversarios a Estados Unidos y su presidente, si quería dar una oportunidad de éxito a su 4T. Al paso del sexenio la actitud conciliatoria se fue transformando en una verdadera alianza.
En los últimos meses la crisis provocada por la pandemia ha llevado a López Obrador a considerar el T-MEC como el principal argumento para alimentar el optimismo de una rápida recuperación. Es esa la principal razón para esta visita del mexicano tan a modo para Trump. Le urgía no solo la entrada en vigor del tratado, sino también la ceremonia y la foto que la dan a conocer al mundo. Una especie de parteaguas que deje atrás las vacas flacas, al menos en la narrativa frente al mundo de los negocios y la inversión. De allí el propósito de la cena de empresarios de este miércoles por la noche, con la participación de varios de los dueños del dinero de ambos países.
Aunque los estados de ánimo suelen entrar en contradicción con sus propias estrategias, lo más probable es que Trump continúe presumiendo de su amistad con López Obrador en los próximos días. De ser así, este habrá sorteado la primera de las dos grandes objeciones que hicieron los críticos respecto a este polémico viaje. Salvado el peligro de una ofensa o una humillación, queda el segundo inconveniente: el costo político qué significaría para México el espaldarazo electoral que ha hecho López Obrador a favor del republicano, considerando la altísima probabilidad de que en enero ocupe un demócrata la Casa Blanca. Obvio decir que esta visita ha causado molestias en las filas de Joe Biden, quien supera al presidente en alrededor de 10 puntos en la intención de voto y no quiere que nada ni nadie venga a testar esa ventaja.
Sin embargo, me parece que a pesar de ser una visita políticamente incorrecta para efectos electorales, el malestar provocado no tendrá mayores consecuencias. Los Estados Unidos, como se ha dicho en incontables ocasiones, no tienen amigos, tienen intereses. El Gobierno de Biden no tendrá ningún deseo de escalar el pleito, considerando la densidad de intereses mutuos entre los dos países y el hecho de que todo su primer periodo coincidiría con el resto del sexenio de la 4T. Podemos dar por descartado que nuestro diligente y hábil canciller, ya tiene las vías y la estrategia preparada para hacer una fulminante operación cicatriz.
Queda en el tintero un cabo suelto, no obstante. ¿Hasta dónde llegará el llamado efecto teflón de López Obrador, a cuya popularidad no parece pegarle ninguna de las muchas malas noticias vigentes (pandemia, crisis económica, inseguridad y un largo etcétera). Si existe algún villano en el imaginario popular mexicano, este sería Trump. Hacer el peregrinaje para ser recibido y tomarse la foto no es precisamente algo para enorgullecerse, a ojos de muchos. ¿Terminará esta visita desgastando la imagen de López Obrador o conseguirá nuestro Houdini tabasqueño escapar de la aparente trampa en la que se metió y convertirla en un éxito más de su carrera? Lo sabremos pronto.
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