Los clubs de lectura, la nueva pepita de oro del sector editorial
Las ganas de socializar tras la pandemia han multiplicado estos espacios liderados por mujeres hasta convertirlos en un dinamizador central del mercado de libros
Si las lectoras solitarias que retrataba Edward Hopper cobraran vida hoy, dejarían de estar solas. Tan pronto leyeran la última línea, se levantarían del asiento del tren, de la cama o del sillón y buscarían el club más cercano para comentar lo que acaban de leer. Nunca antes la lectura ha sido tan colectiva como ahora. Estos espacios proliferan como las setas en las redes sociales, las librerías y los grupos de amigas. Las mujeres llevan la delantera en este terreno y las editoriales miran atentamente sus pasos, conscientes de la importancia que han adquirido en los últimos años. Intentan establecer vínculos y recomendar sus libros. De ello puede depender que su último fichaje se convierta en la lectura indispensable de la temporada. Pero el éxito es un misterio y estas pequeñas y no tan pequeñas comunidades se mantienen a una distancia prudente e independiente.
“Los clubs son ya parte fundamental de la estrategia de promoción de un libro”, reconoce Pilar Gordoa, directora de marketing y estrategia digital de Penguin Random House en México y autora del libro El arte de conquistar lectores (Grijalbo, 2024). “Así como puedes contratar una pauta digital o una campaña en exteriores, estos clubes son imprescindibles”, añade. Los espacios no son nuevos, pero nunca habían sido tantos ni habían tenido tanto impacto, y nadie quiere que la ola lo pille debajo. En la página de la editorial en España hay 2.709 clubs registrados; en la de México, 613, aunque trabajan activamente con 96.
En el origen difuso de esta poderosa expansión está la pandemia, como muchos de los fenómenos que han nacido al calor del aislamiento que supuso el encierro sanitario. La editora mexicana Paola Carola (Ciudad de México, 34 años), por ejemplo, decidió crear su propio club online el mismo 2020. “En ese momento se puso el ojo en lo colectivo. Al salir del aislamiento, las lectoras —porque en mi club todo son mujeres— estábamos muy decididas a encontrar estas cosas que nos hacían falta de antes”, expone. Llevan más de 40 libros leídos y, con más de 130 suscritas aproximadamente, se ha convertido en su fuente principal de ingresos. Colabora con ilustradoras mexicanas y, además del libro en cuestión, comparte postales, guías y otros materiales relacionados con la lectura de ese mes que completan la experiencia que proveen el texto y la conversación.
La accesibilidad de las redes sociales y la presencia de perfiles en ellas que ya contaban con una comunidad digital a su alrededor han ayudado a encauzar el hambre de socialización a través de estos espacios cuyas paredes siempre pueden hacer hueco para alguien más. El club de la escritora española Júlia Peró (Barcelona, 29 años), autora de Olor a hormiga (Reservoir Books, 2024), tiene tan solo un año de vida y ya cuenta con más de 200 inscritos, divididos en cuatro grupos. “Es un club muy grande. Me estoy dando cuenta en los últimos seis meses, que es cuando ha crecido más, del interés de las editoriales”, comenta. “Al final tienes un número de compradores muy elevado. 200 ejemplares parecen pocos, pero son muchos en el mundo editorial, y sobre todo tienes lectores que probablemente van a hablar del libro”, desarrolla: “Hemos llegado a agotar alguna edición, sobre todo de editoriales pequeñas”. El impacto en las ventas es indiscutible, concuerda Pilar Gordoa, de Penguin Random House, el único problema es que no lo pueden medir tan claramente como las pautas digitales. “Lo que sí podemos entender es que son semilleros en la construcción de esa generación de boca oreja”, concluye.
Tanto Paola Carola como Júlia Peró colaboran con las editoriales a la hora de conseguir los libros, pero ninguna deja que intervengan en las decisiones sobre sus próximas lecturas, y los grupos siempre lo han respetado. “Si las editoriales intentan intervenir, lo van a dañar, ya pasó con los booktubers”, apunta Nubia Macías, promotora cultural y exdirectora del Grupo Planeta en México, Estados Unidos y Centroamérica. “[Los clubs] se desligan de lo comercial, pero todo lo comercial se beneficia”, resume: también las librerías, que además de vender los libros albergan a muchos de los clubs presenciales, tanto propios como ajenos. Esa es la clave de que la simbiosis funcione.
Para los autores que se autopublican o publican bajo sellos más pequeños, la diferencia puede ser abismal. “Es una pequeña comunidad que se ha vuelto muy importante para nosotros”, dice Eduardo Rabasa, cofundador de Sexto Piso. Crearon su propio club hace muchos años, pero es en los últimos tres cuando ha cobrado fuerza, y tienen unos 120 suscriptores. A veces ni siquiera hace falta que la gestión pase por la propia. “Las redes han permitido ese acercamiento directo con los autores y es algo que valoran mucho los clubs”, dice. En el caso de su editorial, dos nombres sobresalen por encima de los demás: Dahlia de la Cerda y Aura García-Junco, con una comunidad digital fuerte y una gran presencia en estos espacios. “Son una ganancia. Cuando vas a un club, la gente ya leyó el libro. Es una de las cosas más alentadoras, da lugar a otras conversaciones”, pone en valor García-Junco, que lo agradece especialmente cuando la lectura ha sido guiada.
Para la editorial mexicana Elefanta, el caso más evidente fue El cielo de la selva, de Elaine Vilar —publicado por Lava en España—, que ha circulado por multitud de clubs a ambos lados del Atlántico. “Siempre estamos buscando lectores. Cualquier club ya tiene un impacto para mí”, señala Emiliano Becerril, su fundador: “Son un factor importantísimo dentro de cómo consume el público”. En un mar de opciones abrumador, detalla también, estos espacios funcionan como “islas dentro de la saturación”, ayudan a seleccionar los temas, libros u autores que están sobre la mesa, un papel que tradicionalmente han ocupado los medios. Pero los jóvenes buscan referencias cada vez más horizontales, sin jerarquías.
Para las grandes editoriales, no obstante, también suponen un semillero de lectores fundamental. El libro de Penguin Random House que más se ha beneficiado de estas dinámicas en los últimos años es Tan poca vida (Lumen, 2015), señala Pilar Gordoa. Cuando lo lanzaron, hace años, apenas se vendió. Hasta que saltó a los clubs de lectura y de ahí a TikTok y Youtube. Ahora su venta es imparable.
Una alianza entre lectoras y autoras
La primera cosa que salta a la vista a cualquiera que visite o participe en un club, es la presencia abrumadora de lectoras. En el Paola Carola, donde solo leen a autoras, las participantes son todas mujeres. Pero en el de Júlia Peró, en el que no hacen una criba por sexo de los escritores, los hombres no llegan al 3%. “Las mujeres están muy dispuestas a escuchar”, señala Carola, “y no tanto o no necesariamente a ser escuchadas”. “Tengo la sensación de que hay más modestia en las mujeres a la hora de la lectura”, concuerda Peró: “Nos educan de una forma en la que no piensas que tienes la razón de todo, y te apetece conocer la opinión de otras o de otros”. En su club, donde primero se apuntaron muchas mujeres de entre 20 y 30 años y ahora tienen una horquilla que llega a los 60, celebran con humor cada vez que un hombre decide sumarse.
Para la promotora cultural Nubia Macías hay varias claves. “Los hombres califican, mientras que las mujeres valoran, y estos son espacios donde no hay competencia, es más cualitativo”, señala en primer lugar. En segundo lugar, en los clubs no se “intelectualiza” la lectura, ni funciona como una forma de ganar estatus, sino que sirve para crear comunidades en las que la gente no solo lee, sino que se involucra. Se profundiza en el placer de la lectura y se crean redes humanas que crean sentido de pertenencia. Finalmente, dice, juega un papel fundamental la calidad de la literatura escrita por mujeres en la actualidad, el principal atractivo de estos clubs, donde la narrativa ocupa un lugar privilegiado. Se produce un “triángulo amoroso” entre las librerías, en el caso de los clubs físicos, las lectoras y las escritoras, explica. Aunque los editores no se aventuran a dar una explicación de este sesgo por miedo a caer en estereotipos, reconocen su existencia y coinciden: las mujeres, en general, leen más, y quieren leer a autoras.
Autores en autopromoción constante
Si algo consigue manchar este círculo virtuoso, es la incesante promoción de los libros a la que a veces se ven sometidos los autores. Muchos clubs piden a los escritores acudir a una sesión con los lectores para conversar sobre la obra que han leído ese mes. En ocasiones, esas peticiones terminan derivando en verdaderas maratones que acaparan gran parte del tiempo de los escritores. “A veces creo que hay un poco de agotamiento. En la medida en que muchos de los clubs son virtuales, son más constantes”, dice Eduardo Rabasa, de Sexto Piso.
“Ser escritor no debería incluir el trabajo del equipo de marketing. Actualmente ser escritora es obligarte a tener muchas obligaciones”, apunta también Júlia Peró, que abordó esta conversación en uno de los clubs a los que acudió como escritora. Para Aura García-Junco, el problema de la “autoexplotación” está sobre todo en el ecosistema del libro. A veces se vuelve cansado “repetir las mismas respuestas” que ya ha dado a la prensa cuando el encuentro no se ha preparado adecuadamente, expone, y reconoce haberse sentido fuera de lugar en algunos clubes excesivamente pequeños, de apenas tres personas, o donde no se genera una conversación fructífera. Aun con esos inconvenientes, estos espacios son para todos ellos un dinamizador fundamental que enriquecen a la comunidad lectora y a la sociedad en su conjunto. “La distancia entre un libro y un lector”, recalca Emiliano Becerril, “puede ser una feria, una librería o un club de la lectura”.
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