Princesas tlaxcaltecas, las ‘malinches’ olvidadas
Una colección de ensayos de la UNAM reúne las vidas de personajes conocidos o ignorados por la historia para conmemorar el 5º centenario de la conquista de México
Ahora que príncipes y princesas se casan con quien les da la gana, plebeyos de cualquier origen, es oportuno recordar que en tiempos pretéritos los sacrificios de la aristocracia fueron mayores, en el amor y en la guerra. En todo caso, esta historia debería comenzar así: érase una vez, cinco princesas tlaxcaltecas que casaron con cinco capitanes castellanos. Corría 1519 y la alianza entre los conquistadores europeos y los nobles de Tlaxcala se sellaba al puro estilo de la época, con casamientos del más alto abolengo. Así lo hacían por todo el orbe. Una pictografía del documento ...
Ahora que príncipes y princesas se casan con quien les da la gana, plebeyos de cualquier origen, es oportuno recordar que en tiempos pretéritos los sacrificios de la aristocracia fueron mayores, en el amor y en la guerra. En todo caso, esta historia debería comenzar así: érase una vez, cinco princesas tlaxcaltecas que casaron con cinco capitanes castellanos. Corría 1519 y la alianza entre los conquistadores europeos y los nobles de Tlaxcala se sellaba al puro estilo de la época, con casamientos del más alto abolengo. Así lo hacían por todo el orbe. Una pictografía del documento Fragmento de Texas, muestra la ceremonia, muy parecida a las actuales cuando los cónyuges no profesan las mismas creencias. Primero se celebraron bautizos católicos, después ritos tlaxcaltecas. Allí estaba Hernán Cortés, sentado a modo de padrino, y la inseparable Malintzin, que llevaba botines como los soldados castellanos, pero de color rosa, no se sabe si era por estar acorde con la elegancia de los casamientos o para distinguir su sexo. Como dama de honor, recibe a las cinco princesas, descalzas y con el cabello suelto, símbolo de soltería. Todos van ricamente ataviados y ornamentados, los soldados han cambiado la armadura por vestimentas civiles de vivos colores. Así entraron en la guerra y quizá en el amor Tecuiluatzin, Tolquequetzaltzin, Zicuetzin, Zacuancozcatl y Huitznahuacihuatzin.
Si alguien puede repetir estos nombres sin vacilar han de ser las sobrinas de Margarita Cossich Vielman, a quienes su tía les narraba estas historias como si se tratara de un cuento y las interpelaba para ver qué es lo que más les interesaba y qué no podía ignorar en un relato que, lejos del intercambio infantil, es completamente histórico y basado en rigurosa investigación. Y el ensayo en cuestión se titula Princesas tlaxcaltecas, su palabra y su guerra. Lo acaba de publicar la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) para su colección Material de Lectura, que ahora renueva su imagen y su contenido con 15 textos de otros tantos autores bajo el título 1521, Un atado de vidas. Por ahí va la cosa.
Con estas lecturas amenas y accesibles a cualquier curioso se conmemora el quinto centenario de aquel encuentro traumático entre dos mundos. Cada uno de los libretos se detiene en uno o varios personajes de la época, y entre todos van tejiendo historias que ponen luz nueva a un momento lastrado todavía con prejuicios y lecturas interesadas u oportunistas. Antes de volver a las princesas, puede uno detenerse en Bernal Díaz del Castillo, escribiendo su verdad bajo los volcanes guatemaltecos, en Isabel Moztezuma o Juana de Zúñiga, en Carlos V o Cuitláhuac, el señor de la casa de los dardos, en Fray Pedro de Gante o, cómo no, en la intérprete Malintzin, de quien la lingüista mixe Yásnaya Aguilar ofrece nueve perspectivas desde sendos ángulos diferentes. Son solo algunos de los personajes.
Ahora que el Gobierno de México insiste en la traición de los tlaxcaltecas, mexicanos como los demás, conviene añadir un poco de conocimiento a aquel año de 1519. La página web de la Secretaría de Cultura, en la que se menciona el Lienzo de Tlaxcala, dice así: “Este documento da cuenta de un pueblo que se pensaba conquistador al igual que los españoles”. Y a la famosa Noche Triste la han rebautizado como Noche Victoriosa. “¿Para quién fue victoriosa, para los tlaxcaltecas o para los mexicas? ¿Para quién fue triste?”. A la arqueóloga guatemalteca Cossich Vielma le enojan estas interpretaciones. Ocupada en desentrañar para su doctorado de Estudios Mesoamericanos en la UNAM aquellos tiempos y aquellos personajes, Cossich Vielma se indigna ante versiones sesgadas y se alegra de que sus princesas, por ser mujeres, hayan sido olvidadas por la historia y los historiadores. “Menos mal, la más conocida fue Malintzin y mira cómo acabó, de traidora”. Ella le pone otro foco al asunto. Más o menos el siguiente.
Aquellas mujeres eran aristócratas, como los capitanes castellanos, y como tal las casaron. No había deslumbramiento ante los españoles, sino acuerdos de igual a igual, cada uno atendiendo a sus intereses. No hubo en ese momento más sumisión que la que han sufrido las mujeres en todos los sitios y las épocas. Ellas, sin embargo, desempeñaron un papel predominante. Fueron también malinches, porque aprendieron el español y sirvieron de intérpretes para los soldados. “No es difícil imaginarlas gritando en náhuatl, otomí y español, en plena batalla, dando órdenes a la soldadesca desde los bergantines. Ellas hablaban esos idiomas y en los documentos, las pictografías, se las muestra inequívocamente así”, explica la arqueóloga. Con poderío. Sostienen espadas y escudos, y muestran su brazo alzado y el dedo extendido, la señal de que están hablando. Se embarazaban y parían en los campamentos de batalla. Así que, por más botines rosas que pudieran llevar, era aguerridas, sufridas y poderosas. Para una de ellas, la noche en que los mexicas se alzaron con su victoria, fue más que triste, mortal.
Estas mujeres no fueron las únicas que empuñaron los pertrechos de la guerra. Si castellanos, aragoneses y valencianos son ahora todos españoles, aquellas tlaxcaltecas, poblanas e incluso mexicas, son ahora todas mexicanas. Pero su papel se ha olvidado, cuando no denostado como traidoras. “La mayoría de las veces, cuando se dibuja una mujer en uno de estos lienzos o pictografías, los historiadores le han adjudicado el nombre de Malintzin, pero no siempre era ella, había muchas como estas”, prosigue Cossich con su cuento verdadero. “Esta conmemoración nos está ayudando a los investigadores a ver grises donde solo había blancos y negros, no eran solo españoles y mexicas, estamos rescatando historias de vida que hablan de muchas interpretaciones. Todas ellas eran nuestras historias y estaría bien dejar de romantizar para ver más claro”, añade.
Guatemalteca como es, la arqueóloga observa paralelismos certeros entre aquella conquista que se extiende hacia el sur de México, hasta su país, con estas mujeres y sus capitanes al frente, con las migraciones actuales, en sentido contrario: miles de hombres y mujeres queriendo conquistar un futuro en Estados Unidos. “¿Quién nos dice que muchos de los que están atravesando México en la actualidad no pueden ser descendientes de aquellos mexicanos, por más que hoy sean salvadoreños, hondureños o nicaragüenses? Porque a aquel ejército victorioso, atendido por esclavos, por niños que cargaban, también se unían voluntariamente gentes de todos lados por ver si se hacían con algunas tierras, con un sustento”. En definitiva, una forma de vida como la que buscan en las tropas uniformadas actualmente muchos hombres y mujeres.
Margarita Cossich se sumerge a diario en los lienzos de Tlaxcala y de Quauhquechollan (Puebla) y ahí sigue los pasos de los guerreros a la conquista de Guatemala. Ahí están, a color, mujeres con hermosos huipiles, cargando piedras de moler, bultos en la cabeza, acuclilladas en el río, con los cabellos sueltos o trenzados en cornezuelos, es decir, casadas y solteras. No todas eran nobles, ni mucho menos. Eran parte de las tropas. Adelitas avant la lettre, si se quiere. Las nobles mantuvieron su rango hasta el final de sus días, y sus nietos presumían de serlo de princesas tlaxcaltecas. A Cortés le ofrecieron uno de estos casamientos, pero delegó el honor en Pedro Alvarado, su “hermano y capitán”, por estar él ya casado en España con Catalina Suárez, otra mujer a la sombra de su marido, de la que habla el ensayo número 5 de estos trextos de la UNAM.
El cuento va llegando a su fin. Como el año 2021 y sus conmemoraciones. La UNAM ha proyectado cientos de actividades relacionadas. Esta es una de ellas, convertida en regalo navideño con forma de caja donde se aloja un atado de vidas de diseño renovado. Cada título se vende a 40 pesos y el conjunto por 600 con los descuentos clásicos a la población universitaria y según los establecimientos. “Desde las preguntas que suscita nuestro convulso presente, cada ensayo ofrece una rendija para asomarnos a la intimidad de las personas sus acciones, decisiones e ideas, por las que discurrieron tensiones y destinos de territorios y poblaciones enteras que colisionaron en el siglo XVI”, dicen los editores en el prólogo. Pero además de las colisiones, el conocimiento de estos personajes y sus vidas azarosas permite tender puentes para “restituir el pasado en su complejidad, dignificar el presente y elegir el futuro”. Ahí es nada.
Pasen la página y lean el final de las princesas por Cuba, Honduras, trenzando alianzas y dejando a su paso herederos de sangre mezclada, cuyos descendientes quizá cruzan hoy México en miserables ejércitos humanos que se enfrentan a la policía por la conquista de otras tierras para sembrar vidas. El cuento de nunca acabar.
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