Escuchar sin juzgar y otras claves para mejorar la comunicación con un adolescente
Que el diálogo entre padres e hijos goce de buena salud depende de si los adultos combinan escucha activa, respeto y paciencia. Este fallará si quieren tener el control y no entienden que ha desaparecido la obediencia ciega
Si preguntamos a padres de adolescentes cuál es su principal queja hacia sus hijos, probablemente dirán algo parecido a “no me escucha cuando hablo”. Ante el mismo planteamiento, los chavales dirán que no se sienten escuchados por sus progenitores. Y lo que sucede la mayoría de las veces es, simplemente, que hay un problema de comunicación entre adultos y adolescentes.
Un problema que algo tiene que ver con la propia definición de esta etapa vital, tal y como afirman los neurocientíficos Marta Portero Tresserra y David Bueno Torrens en el artículo Cerebro social y competencias comunicativas durante la adolescencia (Dialnet, 2019). “La adolescencia es un periodo de cambio radical en el que se pasa de la etapa infantil a la edad adulta, de una dependencia casi absoluta de los adultos a una relativa, lo que implica convertirse en una persona que tiene responsabilidades, que puede tomar decisiones y que es autónoma y autosuficiente”, explican. Y eso, a pesar de tener más información que décadas atrás, sigue significando un choque para los padres, que no entienden por qué sus —hasta ese momento— niños se han esfumado, dando paso a esas otras personas que apenas conocen, se encierran en sus habitaciones y contestan con monosílabos.
Esa confusión por parte de los progenitores les lleva a tratar de mantener el mismo tipo de comunicación que han tenido durante la infancia, algo que los adolescentes no entienden. “El joven busca una comunicación horizontal para disfrutar del vínculo y de la relación, pero se interrumpe porque el adulto propone algo más vertical, de arriba abajo”, explica el psicólogo infantojuvenil Álvaro Navarro, quien entiende que para los padres es crucial continuar refiriendo sus preocupaciones, miedos, necesidad de control, de dar un consejo o de educar de una manera que ya no funciona. “Pero es que, en efecto, desaparece la obediencia ciega, lo que genera una enorme frustración por parte de los progenitores”, sostiene Navarro.
Jordi Nomen, profesor de Filosofía y autor de El niño filósofo (Arpa, 2021) y Cómo hablar con un adolescente y que te escuche (Arpa, 2024), entre otros libros, compara la comunicación entre padres y adolescentes con dos radiotransmisores que no sintonizan la misma frecuencia. “Las familias intentan educar con normas y mensajes de atención al peligro, mientras que los adolescentes transitan el dial de la libertad y la autonomía personales”, afirma. Para conseguir “sintonizar su canal”, Nomen aconseja hacer uso de altas dosis de discreción y oído atento. Y recordar que sí es posible reconstruir la comunicación, aunque para ello se requiere un cambio en la forma que los adultos tienen de dirigirse a sus hijos: “Aun cuando parece que los adolescentes se cierren y no escuchan, un adulto paciente, que escucha sin juzgar y respeta la autonomía del chico o chica, puede recuperar la conexión”, sostiene, y añade que la comunicación mejora cuando los progenitores combinan escucha activa, respeto por la autonomía, claridad, gestión emocional y paciencia: “El objetivo es acompañar, no controlar, y construir una relación basada en la confianza y la comprensión mutua”.
Consejos prácticos para hablar con tu hijo adolescente
“Buscar una postura o lugar donde se pueda apoyar el cuerpo para que no genere tensión parece una tontería, pero ayuda a que no se retroalimente la frustración”. Esta es la primera recomendación de Álvaro Navarro para mejorar la comunicación entre padres e hijos adolescentes. Para el psicólogo también es importante hacer uso del silencio: “Dejar que la otra persona termine de hablar, para ver si solo se está desahogando y al final del discurso hay conclusiones que no se esperan”. Y también es clave no insistir preguntando al adolescente si ha entendido lo que se le está diciendo, para evitar verse atrapado en una conversación infinita.
“Y lo más importante”, prosigue Navarro, “prestar atención a si cuándo están pidiendo al adulto que se calle es porque se quieren autorregular antes de continuar con la conversación. Puede que necesiten un tiempo para conseguirlo: no son tan expertos ni poniendo límites ni llegando a la calma”. Además, hay que recordar “no utilizar juicios de valor ni emplear conceptos o tonos que hacen que el otro se sienta mal, como hablar de las cosas como si fuesen obvias, o juzgar a alguien por una idea que ha salido mal. Y, sobre todo, no perder el respeto nunca”, añade.
Las claves de la buena comunicación para Nomen son las siguientes: “Utilizar mensajes claros y breves y evitar largos discursos sobre moral, valores o consecuencias lejanas; conectar hablando de cosas cotidianas antes de profundizar en temas serios; permitir que cometan errores sin culpas y evitar la corrección inmediata o imposición de consecuencias que no dejen espacio a la reflexión; y tener paciencia y coherencia, manteniendo la calma aunque haya conflicto y eludiendo los gritos, castigos desproporcionados o cambio de las normas según el momento, con cierta arbitrariedad”. A las que añade otras como la validación de las emociones del chaval y la disposición y presencia del adulto, siempre que el menor lo requiera. Es lo que el profesor describe como “permanece presente, sin invadir”, un mantra que se traduce en una frase recomendada: “Si quieres hablar, estoy aquí. Si no, no pasa nada”.
El autor advierte también que hay que prescindir de ideas de control como revisar los mensajes del móvil, vigilar los horarios de manera extrema o imponer conversaciones forzadas. Para Nomen, muchos padres se sorprenden al ver que la cercanía se recupera después de la adolescencia, “si se han mantenido los lazos emocionales”, matiza.