¿Qué hago cuando tengo ganas de gritar a mi hijo? Cuatro expertos dan sus consejos
El estrés, no saber lidiar con la situación y no comprender la conducta del menor son motivos por los que los padres pueden perder los nervios. Alejarse de la escena, entender el desarrollo infantil o pedir perdón si se responde mal son algunas de las recomendaciones de psicólogos y educadores
Gritar o no gritar. Esta tesitura es una constante en el día a día de cualquier padre o madre. Si antaño chillar a los hijos se veía como algo normal, ahora hacerlo está mal visto, no solo por la sociedad, sino también por ...
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Gritar o no gritar. Esta tesitura es una constante en el día a día de cualquier padre o madre. Si antaño chillar a los hijos se veía como algo normal, ahora hacerlo está mal visto, no solo por la sociedad, sino también por la evidencia científica que asegura desde hace años que los gritos dejan secuelas en la salud física y mental de los más pequeños. Por ejemplo, un estudio publicado por la Escuela de Medicina de Harvard en 2015, denominado Gritar a los niños es comparable al castigo físico, concluía que “chillar (definido como gritar, maldecir o lanzar insultos) puede ser tan perjudicial como el castigo físico para el bienestar a largo plazo de los adolescentes”. Otro más reciente, elaborado por la Universidad de Cambridge en 2023 y titulado Heterogeneidad de la población en las trayectorias de desarrollo de la internalización y externalización de los síntomas de salud mental en la infancia: efectos diferenciales de los estilos de crianza, determinaba que castigar físicamente a los jóvenes, gritarles regularmente o aislarlos aumenta el riesgo de desarrollar problemas de salud mental duraderos.
También son muchos los expertos que llevan años dando la voz de alerta. Por ejemplo, Paul Dix, formador de padres, quien en una reciente entrevista publicada en Mamas&Papas sentenciaba: “Si gritas a tu hijo todos los días algo tiene que cambiar, y quizás ese algo seas tú”.
Con toda esta información, son muchos los padres y madres que sienten emociones negativas, como la culpa o el arrepentimiento, cuando chillan a sus hijos; situación que ha llevado a que especialistas en disciplinas como la psicología o la educación propongan distintas pautas para afrontar ese momento que, a veces, es difícil de controlar. Propuestas que van desde salir del sitio en el que se está para coger aire hasta aprender a canalizar el enfado para evitar que suceda. ¿Pero cómo actúan los expertos en crianza con sus propios hijos? ¿Consiguen no gritar? Cuatro especialistas explican como se comportan en su casa más allá de la teoría.
Ruth Alfonso Arias, educadora infantil
La maestra de Infantil Ruth Alfonso Arias (45 años) es también educadora certificada de Disciplina Positiva para familias. Ella tiene tres hijos, una niña de 13 años y mellizos de 9 años. “Sin duda, lo que más me saca de mis casillas son los conflictos entre mis hijos. Me resulta lo más complejo de gestionar y resolver, a pesar de ser consciente de que las discusiones entre hermanos son algo habitual y que debería considerar como algo positivo”, señala. Según explica, otra situación que la lleva al límite es tener que decirles cada día que hagan lo que ya saben que tienen que hacer: “La ducha, deberes, lavarse los dientes, etcétera. La palabra favorita de mis hijos es: ‘Espera’, siempre tienen algo más importante que hacer”. Y reconoce que su momento más propicio para perder el control es por la noche: “Después del cansancio acumulado, este es sin duda el momento en el que es más sencillo que se desate el caos, suba el tono o simplemente les regañe por cosas con las que en otro momento del día hubiera tenido más paciencia”.
“Es cierto, que no suelo gritar”, prosigue, “pero eso no quiere decir que no lo haga nunca”. Reconoce que cuando está muy estresada no siempre logra controlar el tono de voz, “sobre todo cuando he repetido las cosas varias veces y todo sigue igual”. Cuando esta maestra grita a sus hijos se suele arrepentir o se siente mal por no haberlo gestionado correctamente: “Cuando me equivoco, hablo con ellos y pido perdón si he fallado en algún aspecto. Creo que es importante hacerles ver que todos cometemos errores y debemos reconocer que lo hemos hecho mal. Esto nos ayuda a reparar las situaciones y aprender”. Alfonso a veces piensa que para haberlo evitado se podría haber retirado y respirar: “O delegar en mi pareja cuando noto que estoy cerca de perder los papeles y sacar más tiempo para mí, por ejemplo, para hacer ejercicio o simplemente descansar. Cuando estás criando es importante tener esos momentos para recuperarte y reiniciar. Rebajar las exigencias conmigo misma y con ellos; no pasa nada, por ejemplo, si un día no cenan sano o lo hacen más tarde, a veces no es posible llegar a todo”.
Sonia López, maestra, psicopedagoga y conferenciante
La psicopedagoga Sonia López (48 años) es también autora de El privilegio de vivir con un adolescente (Ed Destino) y tiene dos hijos adolescentes, de 16 y 18 años. “Acompañar a dos adolescentes con serenidad no es una tarea nada fácil porque es una etapa muy retadora para las familias. Que posterguen sus responsabilidades (por ejemplo, salir de casa sin haber recogido la habitación) o que intenten saltar los límites que hemos consensuado (como con la hora de llegada a casa) son las dos situaciones que más generan conflictos. Y, sin duda, provocan que en ocasiones pierda la paciencia y acabe diciendo cosas de las que me arrepiento”, asegura López. “Ante estas situaciones, y no siempre lo consigo, si siento que estoy a punto de perder los nervios y gritar, intento alejarme del problema hasta conseguir bajar revoluciones”. Cuando ambas partes están más calmadas, López trata de analizar la conducta que no es correcta, compartir las emociones que se generan en esas situaciones y buscar posibles soluciones conjuntas para que no vuelva ocurrir: “El ser consciente que ninguna de las conductas inapropiadas de mis hijos tienen el objetivo de molestarme, sino que son fruto de su cerebro, me ayuda a no reaccionar incorrectamente hacia ellos y ser más paciente”.
El consejo de López es que padres y madres aprendan a respirar y a adelantarse a la pérdida de control porque, según explica, es básico para no acabar gritando o diciendo cosas de las que al instante uno se arrepiente: “En las situaciones que no he sido capaz de mantener la calma y he acabado chillando, sermoneando o etiquetando, cuando logro calmarme y analizar con perspectiva la situación les pido disculpas sin sentir vergüenza”.
Rafa Guerrero, psicoterapeuta especializado en infancia
Rafa Guerrero (42 años) es autor de libros como TDAH. Entre la patología y la normalidad” (2021) y Menudas rabietas. Cómo gestionar los problemas de conducta de manera respetuosa” (2023). Este psicoterapeuta tiene dos hijos, de 5 y 7 años. “Hace un par de semanas, en un congreso de crianza consciente en Guatemala, una maestra me preguntó cuál había sido el mayor reto al que me había enfrentado como padre. Sin dudarlo, le dije que, en ocasiones, tendía a idealizar los planes que hacía con mis hijos”, relata Guerrero. “Si el plan era ir a caminar a la naturaleza o ir a playa a pasar el día, solía pensar en planes idílicos que con dos niños pequeños es difícil que se cumplan, pues no están exentos de conflictos, discusiones y malos momentos”, explica. El experto relata que esta discrepancia entre lo que él imaginaba y lo que realmente pasaba le generaba mucha frustración, “lo que provocaba enfados, gritos y decepciones constantes”. Guerrero reconoce que con el paso del tiempo ha ido aprendiendo a ajustar sus expectativas a las actividades que hace con sus hijos: “De tal manera que, aunque no son ideales ni perfectas, son más parecidas a lo que se espera de dos niños pequeños”.
Según explica, en esos momentos de desajuste es difícil controlar el grito y la desesperación: “Por este motivo, la clave está en conocer de cerca el desarrollo infantil y ajustar nuestras expectativas a los planes que hacemos con ellos, por sencillos o rutinarios que puedan ser, como ir a cenar a un restaurante”.
Eva Bailén, ingeniera
Eva Bailén (49 años) lideró con éxito la campaña por la racionalización de los deberes en 2015 y tiene tres hijos, de 17, 19 y 21 años. “Las peores situaciones que recuerdo se dieron cuando mis tres hijos eran muy pequeños. Sobre todo, después del nacimiento de la tercera, momento en el cual ya faltaban manos para tenerlos a todos atendidos”, relata. “El que más me sacaba de mis casillas era mi hijo —el mediano y único chico—”. “Recuerdo un día en el que estábamos de reformas en casa cuando le sobrevino una rabieta descontrolada. Estaba tirado en el suelo, encima del polvo de las obras, dando patadas, sin advertir si se podía lastimar. Estos episodios normalmente se superaban cogiéndolo en brazos y dándole un beso. Lo intenté. Traté de que se levantara, hablándole con calma, pero no funcionó y en mi agobio no pude evitar el enfado ni los gritos”. Bailén reconoce que luego se quedó con mal cuerpo, aunque le fue imposible controlar sus nervios. Cuando crecieron un poco, él y su hermana pequeña reñían a menudo. “Una tarde, después de escucharlos discutir un buen rato, me pareció que el llanto de mi hija sonaba demasiado alto, incluso para ella, y fui a ver qué ocurría entre ellos cuando descubrí que él justo estaba dándole un tortazo que me pareció desmesurado y le grité enfadadísima”. Para su sorpresa, la niña pasó del llanto a la risa, e incluso a defender a su hermano: “Aún hoy se acuerdan de aquel día y se ríen de la situación y de mi enfado. Tal vez el tortazo no era para tanto. Lo cierto es que creo que, si yo no hubiese intervenido desde la calma, se habrían reconciliado perfectamente”.
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