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Ana Wajszczuk, escritora: “Con la infertilidad entra en juego una cuestión universal que es hasta dónde se está dispuesto a llegar para conseguir un hijo”

En las páginas de ‘Fantasticland’, la autora argentina narra las dificultades de una pareja para concebir y el terremoto que supone finalmente aumentar la familia tras un largo proceso de reproducción asistida, para ella aún un tema poco explorado en la literatura

La narradora de Fantasticland (Paripébooks, 2025), la tercera novela de la editora y escritora argentina Ana Wajszczuk (Quilmes, 50 años), forma parte de una de esas muchas parejas que, llegados a los treinta y largos o plantados ya en la década de los cuarenta, se ve buscando un hijo sin conseguirlo. Se podría decir que el deseo de tener descendencia cuando la biología ya juega a la contra es un gran tema contemporáneo. Sin embargo, este apenas se ha explorado desde la literatura, como si la infertilidad o el recurso a las clínicas de reproducción asistida fuese un tema tabú que hay que barrer de puertas para adentro.

“Cuando empecé a pensar en escribir este libro, después de haber pasado un proceso similar al de la protagonista, encontré muy pocas novelas sobre el tema de la fertilidad y las dificultades que uno encuentra en el camino de la reproducción asistida. Y me sorprendió, porque me parece que es un tema superrico, pero que, sin embargo, sigue teñido por un aura como de tema doméstico, del cual no se habla, y eso creo que hace difícil todavía su salto a la literatura, el paso del testimonio a un texto literario”, reconoce Wajszczuk desde Argentina en conversación telefónica.

P. La protagonista de la novela sigue intentando una y otra vez, a pesar de todas las decepciones, lograr el ansiado embarazo.

R. La ciencia, a estas alturas, abre un montón de posibilidades, lo que no quiere decir que sea bueno tomarlas. Lo posible y lo deseable no van siempre por el mismo camino, pero digamos que vivimos en un mundo donde parece que todo fuera posible. Por eso el tema de la infertilidad me parece tan literario, porque pone en juego una cuestión universal, que es hasta dónde está dispuesta a llegar una para conseguir eso que tanto desea, en este caso un hijo. ¿Cuál es mi límite ético? ¿Cuál es mi límite emocional? ¿Hasta dónde soporto? ¿Hasta dónde puede aguantar la pareja sin romperse en el proceso?

P. La pareja, finalmente, opta por la ovodonación. Si la infertilidad es un tema que se barre de puertas para adentro, la ovodonación es ya el súmmum del tabú.

R. Estas técnicas de reproducción asistida obligan a preguntarse cosas que quizás en otros momentos uno no se preguntaba. Y me parece que también para la literatura eso es algo muy valioso. El tema de la identidad, de los genes, del derecho de los niños y niñas concebidos así a conocer su origen genético. Me parecía que era importante ponerlo en el libro porque creo que es un tema del que se discute poco. Tenemos que hablar más de todas esas dudas éticas y personales a las que se enfrenta una pareja que decide traer un hijo al mundo a través de técnicas como la ovodonación.

P. Llega un momento en que una ya no sabe si existe un deseo real de ser madre o si es que la narradora siente que es algo que tiene que hacer…

R. De lo que me di cuenta al escribir este libro es, precisamente, que es casi imposible desenredar el deseo del mandato. Somos seres sociales, vinculares, y al final no podemos apartar nuestros deseos de la época que nos toca vivir, de lo que esta permite o no. Creo que hoy tenemos una habilitación para poder no ser madres. Hace 50 años, quizás, este era un tema que las mujeres no podían ni cuestionarse. Pero, a la vez, la idea de no ser madre todavía está muy atravesada por mandatos antiguos, aquello de que no eres una mujer completa si no eres madre. Creo que algo de eso también se le cuela en la protagonista en su afán de querer ser madre.

P. En ese dilema entre deseo y mandato entra también en juego la pareja.

R. Es que hay muchas parejas que terminan rompiéndose porque no pueden tener hijos. Pero también hay muchas que se rompen después de conseguir tenerlo, porque no pueden lidiar con eso, porque uno no se conoce como madre o padre hasta que no le sucede, y eso también provoca muchas veces un cisma en la pareja. Y esto no pasa porque no se amen o porque el hijo tenga la culpa, sino por todo lo que una descubre de sí misma y de la persona que tiene al lado cuando se es madre o padre. Precisamente, una de las cosas que me parecía interesante trabajar en el libro era la distancia entre lo que una se imagina de la maternidad o la paternidad frente a lo que resulta siendo. No sé si hay experiencia humana que sea tan lejana entre la imaginación y la realidad como la maternidad.

P. La segunda parte del libro aborda, de hecho, la realidad de la experiencia materna. Y no falta la ambivalencia.

R. Hace unas semanas estábamos en Barcelona y me pasó una anécdota muy curiosa. Estábamos comiendo en una terraza por el centro cuando a unos metros de nosotros se prendió fuego un autobús de turistas. Yo en ese momento no pensé ni en mi marido, ni en los amigos que estaban con nosotros, ni en que teníamos cosas de valor en mochilas tiradas en el suelo. Lo primero que hice fue agarrar a mi hija y meterme con ella dentro del restaurante. Fue lo único en lo que pensé. Después, en otros momentos del viaje, sin embargo, me pasaba el día preguntándome: “¿Para qué vine con la niña a este viaje, que me estoy volviendo loca?" (risas).

P. “Si me acerco al deseo de un hijo desde la razón, no volvería a pasar por eso”, reflexiona la protagonista casi al final del libro. Y, sin embargo, el libro acaba con la pareja buscando el segundo embarazo. ¿Hay un poco de locura y de temeridad en la apuesta por la maternidad?

R. Sí. Pasa algo parecido a cuando uno se enamora perdidamente o siente una vocación muy grande por algo. Esas cosas inexplicables en el sentido de que una sabe que le van a traer complicaciones, problemas, pero a cuyo impulso no se puede resistir. Lo he visto en muchas amigas, que en mitad de todo el caos dicen que no quieren volver a pasar por eso, y luego, sin embargo, reaparece el deseo de tener hijos. A mí me parece algo muy hermoso, en un mundo tan atravesado por el cálculo, por la conveniencia, poder apostar por algo que precisamente es la antítesis del cálculo y la conveniencia, ya sea en la maternidad, en el amor o en la vocación. Creo que si hay algo que nos sigue salvando como humanidad son esas decisiones que tomamos sin estar calculando.

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