Cuatro claves para evitar que tu hijo pegue, grite o muerda cuando no sabe gestionar sus emociones

A los cuatro o cinco años, el niño aún no ha aprendido a saber esperar o a aceptar que no siempre las cosas suceden como le gustaría. Los padres deben intentar anticiparse a la situación, acompañar al menor y ser un modelo usando un lenguaje calmado y respetuoso

Cuando el niño esté inmerso en un estallido emocional, el adulto deberá contagiar su calma al menor.kirin_photo (Getty Images)

Uno de los momentos más desagradables e incómodos que puede vivir una familia es ver como cada vez que su hijo se siente desbordado por sus emociones muerde, pega, araña o grita. Cuando en el parque, en la escuela infantil o en casa utiliza esta conducta cuando se enfada, frustra o no consigue aquello que desea. Reacciones primarias, naturales e inconscientes que tienen algunos niños en edad infantil cuando aún no son capaces de identificar qué sienten y expresar, a través del lenguaje, todo aquello que les molesta, inquieta o asusta fruto de su inmadurez madurativa y cerebral. Estas conductas agresivas suelen aparecer cuando el menor es incapaz de expresar sus sentimientos por falta de vocabulario, cuando se siente descolocado en un ambiente demasiado sobreestimulado, está demasiado cansado o hambriento o necesita más tiempo para pasar de una actividad a otra.

Situaciones tan comunes como que se rompa una galleta al meterla en el vaso de leche, perder en un juego de mesa o que alguien se les cuele en la fila para subir a un tobogán pueden desencadenar en el niño mucha ira o desilusión. A los cuatro o cinco años aún no ha aprendido a saber esperar, el verdadero concepto de compartir, la importancia que tiene respetar los turnos en un juego o aceptar que no siempre las cosas suceden o las personas actúan como a él le gustaría.

Unas conductas desajustadas que nada tienen que ver con pretender llamar la atención del adulto ni dañar a papá o mamá o a los demás niños con los que juega o comparte aula. Tiene estas reacciones porque carece de las destrezas necesarias para expresar que sus necesidades no están cubiertas, cuando siente frustración por no conseguir aquello que se propone o miedo por alguna amenaza que siente. Un malestar que le provoca mucha inseguridad y le hace actuar de manera desajustada.

Si la persona que acompaña al niño se deja contagiar por la situación, acabará gritando, riñendo, amenazando o castigando al niño empeorando el escenario sin conseguir que este se tranquilice o rectifique su actitud. En estas situaciones, el niño necesita que el adulto le contagie la serenidad que él no tiene y le ayude a poner palabras al malestar que siente. Si el adulto se deja llevar por su enfado, no podrá mostrar al niño cómo debe autorregularse ni convertirse en un lugar seguro donde el crío pueda apoyarse y encontrar soluciones para poder ir desarrollando buenas estrategias de gestión emocional. Una buena gestión emocional que será clave en la formación de su autoestima e identidad personal. Si en el momento que el niño se descontrola emocionalmente el adulto se muestra nervioso, deberá dedicar tiempo a calmarse y analizar correctamente la situación antes de intervenir.

Existen reacciones que tienen los niños en edad infantil cuando aún no son capaces de identificar lo que sienten.Cavan Images (Getty Images/Cavan Images RF)

Estas son cuatro claves para evitar que un niño pegue, grite o muerda cuando no sabe gestionar correctamente sus emociones:

  1. El adulto debe intentar anticiparse a aquellas situaciones que pueden desatar el descontrol emocional del menor. Mantener los horarios de descanso y de alimentación y las rutinas en casa le ayudarán a estar tranquilo, sentirse seguro y respetar los límites.
  2. Cuando el niño esté inmerso en un estallido emocional, el adulto deberá mantener la serenidad y contagiarle su calma. Con mensajes claros y sencillos deberá explicarle que su reacción no es correcta y, a través del lenguaje no verbal, deberá conectar con el niño hablándole a su altura, mirándole a los ojos o tocándole el pelo con afecto. Estas muestras de cariño regalarán comprensión y empatía y ayudarán al niño a reconducir su conducta.
  3. El adulto que acompaña al niño debe validar sus emociones sin justificarlas ni criticarlas. Ayudarle a poner nombre a todo aquello que siente y a identificar los factores que precipitan estas conductas agresivas. Es muy importante que el adulto normalice cómo se siente y le transmita que todos, en un momento u otro, nos podemos sentir sobrepasados cuando experimentamos emociones desagradables como la rabia, el enojo o la tristeza.
  4. Enseñar al niño a través del modelaje a pedir aquello que desea con un lenguaje respetuoso y a ser paciente cuando quiere una cosa será sumamente importante para que desarrolle comportamientos sociales positivos. El niño precisará que el adulto le ayude a transitar de una actividad a otra, ofreciéndole el tiempo suficiente para hacerlo y se anticipe a la finalización de la actividad que está realizando. Centrar la atención en las conductas deseables y felicitarle cuando su comportamiento sea correcto reforzará los comportamientos positivos.

La mayoría de niños, a partir de los cuatro o cinco años, gracias a un mayor desarrollo del lenguaje, la experiencia y el desarrollo de la capacidad de autorregulación emocional, irá sustituyendo las conductas agresivas por una conducta más comunicativa y reflexiva. Con el tiempo, aprenderá a pedir aquello que desea correctamente y a expresar aquello que le desagrada sin hacer daño a los demás.

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