Cuidar el sueño, esencial para preservar la salud mental de niños y adolescentes

Proteger el descanso de los menores es fundamental porque dormir mal puede tener consecuencias para su bienestar, como presentar dificultad para tomar decisiones, déficits en el estado de ánimo y riesgo de padecer enfermedades como obesidad

La falta de sueño puede dejar huellas desde edades muy tempranas y favorecer la aparición de trastornos mentales.skynesher (Getty Images)

La evidencia científica ha consolidado en los últimos años al sueño como tercer pilar de salud junto a la alimentación y el ejercicio físico. Sin embargo, según datos de la Sociedad Española de Neurología (SEN), un 10% de la población española presenta algún trastorno del sueño y otro 30% se despierta cada día con la sensación de no haber tenido un sueño reparador o finaliza el día muy cansado. Las cifras no son mejores para la población en edad pediátrica: según datos de la Sociedad Española de Sueño (SES), se estima que uno de cada tres menores entre 2 y 14 años presenta algún problema o trastorno del sueño.

Las consecuencias de la falta de sueño sobre la salud no son baladí. Entre otras cosas, como informan desde los Institutos Nacionales de la Salud de Estados Unidos (NIH, por sus siglas en inglés), dormir poco o mal tiene un impacto directo sobre el sistema inmune y sobre el desarrollo físico y cerebral, e incrementa el riesgo de desarrollar enfermedades crónicas como la obesidad, la diabetes, la hipertensión y otras patologías de índole cardiovascular. La salud mental tampoco se libra. “Si se tiene deficiencia de sueño es probable que se tengan problemas para tomar decisiones, resolver problemas, manejar las emociones y conductas, y adaptarse a los cambios. La deficiencia de sueño también se ha vinculado a la depresión, el suicidio y las conductas de riesgo”, puede leerse en la web del NIH.

“Muchas veces cuando hablamos de la relación entre sueño y salud pensamos únicamente en personas adultas y en personas mayores, pero esta relación es importante desde las primeras etapas de la vida. La falta de sueño deja huella desde edades muy tempranas y favorece la aparición de trastornos mentales, por lo que es importante preservar el descanso desde la infancia”, sostiene Gonzalo Pin, coordinador del grupo de sueño y cronobiología de la Asociación Española de Pediatría (AEP). De hecho, según un metaanálisis publicado en la revista Sleep Medicine en el que se analizaron 74 estudios con más de 350.000 adolescentes, dormir menos horas de las recomendadas para esta franja de edad se asoció con un incremento del 55% en la probabilidad de déficits en el estado de ánimo (depresión, ansiedad, ira, afecto positivo y afecto negativo).

Otro estudio reciente, publicado el pasado mes de septiembre en la revista científica JAMA (Sleep Disturbance and Subsequent Suicidal Behaviors in Preadolescence), ha ahondado en esa relación entre sueño y salud mental en la infancia. Los autores de la investigación siguieron durante dos años a más de 8.800 niños y niñas estadounidenses participantes en el Estudio del Desarrollo Cognitivo del Cerebro Adolescente. La conclusión fue que los niños con altos niveles de alteración del sueño al inicio del estudio (9-10 años) tenían un 39% más de probabilidades de tener ideación o comportamiento suicida dos años después, a los 12 años; mientras que aquellos con alteración grave del sueño al inicio presentaban un 268% más de probabilidades.

Para Gonzalo Pin, los resultados de este estudio son importantes porque vienen a demostrar que los problemas de sueño en la infancia “dejan huella” en la salud mental. “La ideación suicida es el punto final. Antes está todo el sufrimiento que esos niños han experimentado a unas edades que, en principio, deberían ser más tranquilas”, afirma. En el mismo sentido se pronuncia el psicólogo Francisco Segarra, miembro de la Sociedad Española de Sueño (SES). Aunque llama a la cautela a la hora de relacionar directamente las alteraciones del sueño con las ideas suicidas, señala la existencia de varios estudios [como el publicado en 2021 en la revista científica Research, Society and Development, titulado Trastornos del sueño-vigilia como marcadores de ideación suicida: una revisión sistemática de la literatura] que han demostrado la existencia de una relación bidireccional entre el mal sueño y los trastornos mentales. “Con un insomnio crónico de más de ocho o nueve meses de evolución, lo que primero nota el paciente es una alteración importante de su nivel anímico, especialmente a nivel depresivo. Y cuando una persona está con depresión, esta también puede convertirse en un factor perpetuador del insomnio, así que muchas veces se entra en un bucle”, explica Segarra.

El sueño es una puerta de entrada potencial al tratamiento de los trastornos mentales en niños y adolescentes. Natalia Lebedinskaia (Getty Images)

“Las pesadillas están muy relacionadas con nuestro estado anímico diurno, así que intuitivamente diría que si un chaval tiene muchas pesadillas, tenemos altas probabilidades de que tenga algún problema a nivel anímico. Tenemos depresiones infantiles, de hecho, en las que el mal sueño puede ser una primera señal de alarma”, sostiene Segarra.

Los sueños, un factor de riesgo identificable y abordable

Para Xesca Cañellas, psiquiatra de la Unidad del Sueño del Instituto de Investigación Sanitaria Illes Balears (IdISBa), los resultados de esta investigación son importantes porque demuestran que el sueño es un factor de riesgo independiente de problemas de salud mental sobre el que se puede actuar, ya que existen tratamientos y carece del estigma que sí acompaña a otros factores de riesgo conocidos para el suicidio. “El sueño es una puerta de entrada potencial al tratamiento de los trastornos mentales en niños y adolescentes. Si nos fijamos en el sueño podremos contribuir a mejorar la salud mental de la población pediátrica y a disminuir las tentativas de suicidio, que hoy constituye la mayor causa de muerte entre la población adolescente”, argumenta.

Su opinión la comparte Gonzalo Pin. “Esa es mi pelea desde hace mucho tiempo”, sostiene el pediatra, que considera que el sueño debería ser un elemento de cribado básico en los controles de salud, desde el embarazo hasta el final de la adolescencia. “No estudiar el sueño en una consulta de pediatría es perder una oportunidad de prevención y de educación en salud a las familias”, señala el portavoz de la AEP. Para Pin, el mal descanso es fácil de detectar en consulta, “pero no se hace porque al sueño no se le da el valor que tiene desde el punto de vista clínico, ni siquiera desde el punto de vista de la sociedad, que está transmitiendo a niños y adolescentes que dormir es una pérdida de tiempo, por lo que estamos perdiendo una enorme oportunidad de acción sobre algo prevenible”.

Esta problemática, sostienen los expertos consultados, se acrecienta durante la adolescencia, cuando se produce “una tormenta perfecta” que va en detrimento de la salud mental de los chicos y chicas. Por un lado, explica Pin, está el desarrollo cerebral de los adolescentes: la parte afectiva, la amígdala, se desarrolla más rápido que la parte ejecutiva, la corteza frontal, lo que explica que los jóvenes respondan más a las emociones y adopten más situaciones de riesgo. “Si a esto le sumas los problemas que produce la falta de sueño, que lo que hace es mermar más el desarrollo de la función ejecutiva, pues ya tenemos un cóctel perfecto”, asegura.

A estos factores se suma uno más: los horarios académicos. En una etapa vital en la que biológicamente se tiene tendencia a acostarse más tarde —lo que se conoce como el síndrome de retraso de fase— y a levantarse también más tarde, los adolescentes se encuentran con que tiene que entrar una hora antes a clase. “Además, no les ayuda para nada que los horarios que tenemos en España sean horribles. Si un joven a estas edades tiene que dormir 9 o 10 horas como mínimo y tiene que levantarse a las 6.30-7.00 para entrar a las 8.00 al instituto, ese chaval se debería acostar como tarde a las diez de la noche. Sin embargo, a esa hora la mayoría todavía está cenando porque acaba de llegar del entrenamiento de fútbol o de la clase de piano”, argumenta Segarra. El psicólogo lamenta además que, pese a que los horarios sociales van en contra de los adolescentes, luego las críticas recaigan sobre ellos: “Se les tacha de vagos, se dice que están enganchados a las pantallas por la noche —que es una media verdad—, pero es que nosotros tampoco les facilitamos que puedan tener unos horarios adecuados”.

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