César Bona, profesor: “Promover el cuidado por el planeta es un reto que tenemos que asumir quienes educamos, seamos docentes o no”

El también autor publica el libro ‘Educación sostenible’, una invitación a la acción medioambiental, desde el hogar o desde la escuela, en la que los niños y adolescentes ocupan un sitio primordial y que está salpicado de pequeñas acciones que permiten reflexionar sobre nuestra huella en el planeta

César Bona, profesor y autor de, entre otras obras, 'Humanizar la educación' y 'Educación sostenible'.Asis G. Ayerbe

Porque es fuente de vida y de inspiración artística y científica; por responsabilidad y por respeto; por salud, por supervivencia o por empatía: sobran los motivos, pero falta el tiempo, para cuidar de la Tierra. Vivimos en una crisis climática que convierte casi en innegociable pasar a la militancia medioambiental; una emergencia transformada en oportunidad educativa de la mano del profesor César Bona (Ainzón,...

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Porque es fuente de vida y de inspiración artística y científica; por responsabilidad y por respeto; por salud, por supervivencia o por empatía: sobran los motivos, pero falta el tiempo, para cuidar de la Tierra. Vivimos en una crisis climática que convierte casi en innegociable pasar a la militancia medioambiental; una emergencia transformada en oportunidad educativa de la mano del profesor César Bona (Ainzón, Zaragoza, 51 años) en su libro Educación sostenible (Penguin Random House, 2023). “Este es un reto que tenemos que asumir [sobre todo] aquellas personas que nos dedicamos a educar, seamos o no docentes. Promover una filosofía de cuidado y de respeto por el lugar en el que vivimos es un desafío que tenemos como ciudadanos y como sociedad, y ahí entra también la convivencia y el respeto a los demás”, explica el docente a EL PAÍS por videoconferencia.

La sostenibilidad, ese objetivo hoy omnipresente que intenta satisfacer las necesidades de las generaciones actuales sin comprometer las de las generaciones futuras, como recuerda Bona, es el eje sobre el que vertebra el también autor de Humanizar la educación (2021) las reflexiones y acciones que propone a lo largo de las 250 páginas de su nuevo libro. Una invitación a la acción medioambiental, desde el hogar o desde la escuela, en la que los niños y adolescentes ocupen un sitio primordial.

“Cuando uno se hace adulto, se mete ya en sus inercias y es mucho más difícil cambiar ciertos hábitos. Sobre todo, cuando se ponen en la balanza la sostenibilidad o el respeto al medio ambiente y la comodidad”, explica Bona. Él rechaza cualquier pensamiento que pueda llevar a pensar que nada puede hacer una persona ante problemas tan grandes como la deforestación; los microplásticos; la contaminación del suelo, el aire y el agua; el calentamiento global; la pérdida de biodiversidad: “Juntos sumamos y ninguna acción es pequeña”. La clave, asegura, está en mirar a nuestro alrededor para darnos cuenta de todas las acciones que se pueden llevar a cabo en la vida cotidiana: “Estando en mi salón, empecé a mirar lo que tenía cerca: la bombilla, por ejemplo, porque sabemos que el tema de la electricidad repercute en el bolsillo. ¿Qué asociación hay con el medio ambiente? ¿De dónde viene y a dónde va en el momento en que se enciende?”. “Y después hice lo mismo con un tomate, con un radiador, con una camiseta, con la bolsa de la basura”, prosigue, “todo el mundo puede contribuir de esa manera. Y partiendo de esa base, puedes hacer un pequeño gesto, que unido a otros pequeños gestos, producirá grandes cambios”.

Bona lo ilustra con el símil de una gran mancha de kétchup que le sirve para simplificar el gran problema que aborda en el libro: “Me imagino hablando con un niño y diciéndole: ‘Mira, imagínate que tienes una gran mancha de kétchup en la camiseta. Si la tapas o no la miras, puedes pensar que no está. Pero haz lo contrario: mírala, sé consciente del problema y actúa. Esa mancha son todos los datos vertidos por cientos de científicos que nos piden que les hagamos caso”.

Pequeños grandes cambios

Con Educación sostenible se ha propuesto, sobre todo, cambiar la mirada de la sociedad: no hacer las cosas por miedo a lo que pasará si no se hacen, sino sobre todo hacer algo por respeto y gratitud por el lugar en el que vivimos. Y con ese objetivo en mente, salpica el libro de posibles pequeñas acciones e iniciativas que sirvan para reflexionar acerca de la huella que deja tras de sí cualquier acción humana: “Una de las inercias de las que hablaba, por ejemplo, es la de la bolsa de basura, que cada vez que sacamos a la puerta desaparece como por arte de magia. Pero claro, de magia nada. Así que sugiero que intentemos, en una semana, reducir esa bolsa a la mitad, aparte de lo que reciclemos o no. O que vayamos al supermercado y compremos 10 productos. Al llegar a casa, sácalos encima de la mesa, analízalos y vuelve a meter en la bolsa aquellos que lleven plástico. Y veremos que igual devolvemos el 80%… Ahora mismo, comparado con eso, el llevar tu propia bolsa de plástico es casi secundario”.

Otra de las ideas que incluye es el denominado experimento Mariana que realizó Mariana Pérez Grassi, arquitecta experta en sostenibilidad: para ser consciente de lo que gastaba y saber si podía hacer alguna mejora, fue poniendo post-its en todos los enchufes, grifos e interruptores, y cada vez que usaba uno, dibujaba un palito: “¿Para qué? Para al menos ser consciente de las veces que los empleaba. Me parece un ejemplo bonito para que reflexionemos y seamos conscientes de nuestras acciones diarias”. Y, por supuesto, añade en las páginas propuestas de investigación en las escuelas que sirven para promover la curiosidad de los estudiantes e invitarles a que se sientan partícipes del cambio. Así, cita como ejemplos que los alumnos analicen de dónde viene el agua, a dónde va y cuál es el gasto que hacemos; o que constituyan comisiones de Medio Ambiente en las propias aulas, dirigidas por los propios estudiantes.

Naturaleza: conexión e inspiración

Recuerda Bona una visita que hizo con Aldeas Infantiles. Al llegar a Cuenca, una pedagoga que iba con él se adentró en un pequeño bosque, respiró profundamente y dijo: “¡Qué bien, aquí se desconecta!”. A lo que el docente respondió: “No, no. Aquí conectas; es por eso que te sientes tan bien”. “Ya vivas en un pueblo o en una ciudad, nos pasamos días sin salir del cemento, y se nos olvida la relación que tenemos con la naturaleza: no es algo externo a nosotros, sino que más bien pertenecemos a ella”, añade, citando un antipoema del poeta y profesor chileno Nicanor Parra.

A través de un recorrido por diferentes culturas, el experto recuerda que, por encima de todas las cosas, la Tierra es la madre de todos: “Gaia fue un concepto nacido en Grecia; Umai, diosa de la fertilidad desde Turquía hasta Siberia; Freyja, diosa de la fertilidad, el amor y la belleza en la mitología nórdica; y Coatlicue, la diosa mexicana de la fertilidad, por citar unas pocas”. “En las colinas de la Sierra Nevada de Santa Marta, al norte de Colombia”, prosigue, “perviven hoy cuatro tribus (los aruhacos, los koguis, los kankuamos y los wiwas) que viven dedicadas a la protección de su territorio porque entienden su responsabilidad de mantenerse en armonía con la naturaleza”.

“El efecto de la naturaleza sobre la salud humana ha sido repetidamente estudiado por la ciencia”, explica Bona. Por ejemplo, el término shinrin yoku, acuñado por la Agencia Forestal de Japón y que significa literalmente “absorber la atmósfera del bosque”, sirve para ilustrar el impacto positivo de esos baños forestales en la salud, estudiado por científicos japoneses: “Bajan la presión arterial, fortalecen el sistema inmunológico, reducen las hormonas relacionadas con el estrés y la incidencia de infartos”, indica el escritor aragonés. Y un estudio publicado en 2019 en la revista Scientific Reports señalaba, además, cómo 120 minutos semanales en ambientes naturales reportan beneficios considerables sobre la salud humana.

Pero la naturaleza ejerce, como ha ejercido siempre, una importantísima labor de inspiración, tanto en el mundo de las artes (pintura, música, escultura) como de la ciencia. Bona cita en el libro algunos ejemplos suficientemente ilustrativos como el exoesqueleto de las luciérnagas, que ayudó a investigadores de Bélgica, Francia y Canadá a incrementar la cantidad de luz de un LED en hasta un 55%; el de los girasoles, que ayudaron a un grupo de científicos del Instituto Tecnológico de Massachusetts a aumentar la eficiencia de los paneles solares; o cómo las serpientes sirvieron para diseñar las agujas hipodérmicas con las que se administran millones de vacunas en todo el mundo. Parafraseando una cita de Robert Green Ingersoll, Bona hace un llamamiento a la acción a la clase política: “La naturaleza no entiende de premios, castigos ni colores; entiende de consecuencias”.

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