Trump exagera en un discurso a la nación los logros de su primer año y culpa a Biden de la marcha de la economía
En una intervención apresurada y sombría desde la Casa Blanca, el presidente estadounidense desdeña las preocupaciones de sus compatriotas por el elevado coste de la vida
Donald Trump escogió este miércoles por la noche (hora de Washington) un formato reservado para las grandes ocasiones, el del discurso televisado a la nación, para una de sus actividades favoritas: celebrarse a sí mismo a base de mentiras, medias verdades y exageraciones en un esfuerzo por tomar el control del relato de la marcha de la economía, que le está provocando la peor crisis de popularidad desde su regreso al poder el pasado mes de enero.
Habló con gesto crispado e impaciente durante 18 minutos, en los que a ratos pareció que estaba gritando a sus compatriotas desde la sala destinada en la Casa Blanca a las recepciones diplomáticas. La idea era despedir el primer año de su segunda presidencia con un balance de lo logrado. El resultado, que dio un montón de trabajo a los verificadores de datos, sonó a nerviosa justificación de sus impotencias en materia económica, después de que los estadounidenses lo escogieran en las elecciones de 2024 precisamente porque creyeron que sería capaz de mitigar los peajes del coste de la vida.
“Hace 11 meses, heredé un desastre”, dijo al principio de un discurso en el que insistió una y otra vez en echar la culpa a su predecesor, Joe Biden, así como en algunos de los fetiches bien conocidos de su retórica: del ataque a las personas trans y el argumentario racista y xenófobo a las ocho guerras con las que sostiene que ha acabado y la supuesta invasión de los peores criminales, liberados de “cárceles y sanatorios mentales” y enviados a Estados Unidos por países enemigos.
“En otras palabras, en poco tiempo, hemos ido de lo peor a lo mejor”, sentenció Trump, que presumió del dinero obtenido con los aranceles, un dinero que el Tribunal Supremo, que estudia la constitucionalidad de su agresiva política comercial, podría estar a punto de obligarle a devolver. “Ahora somos el país más sexy del mundo, me lo dicen todos y cada uno de los líderes extranjeros con los que hablo”.
Hacia el final de su intervención, que despidió con un “feliz navidad y próspero año nuevo”, resumió lo que, a su juicio, ha logrado desde que volvió al Despacho Oval. Y lo hizo sin importarle, como de costumbre, que muchos de esos argumentos estuvieran reñidos con la realidad. Así fue cuando habló de la mejora en los datos del paro... que está ya en el 4,6% y ha empeorado en tres décimas con respecto a la cifra que heredó de Biden, según los números conocidos esta semana.
“Nuestra frontera es segura”, dijo Trump. “La inflación está sujeta, los salarios suben y los precios bajan. Nuestra nación es fuerte. Estados Unidos es respetado y nuestro país ha regresado con más fuerza que nunca. Estamos listos para un auge económico como el mundo nunca ha presenciado”.
El presidente estadounidense tampoco desaprovechó la oportunidad para pintar un retrato apocalíptico del país antes de su regreso a los mandos. “Durante los últimos cuatro años, Estados Unidos estuvo gobernado por políticos que solo luchaban por los intereses de unos pocos; inmigrantes ilegales, delincuentes habituales, lobistas corporativos, presos, terroristas y, sobre todo, naciones extranjeras que se aprovecharon de nosotros a niveles nunca antes vistos”, aseveró.
Había prometido que trazaría algunas de las líneas maestras de lo que cabe esperar de su Administración durante 2026, pero, de nuevo, lo hizo de un modo impaciente, que tal vez no sea la mejor manera de pedir a sus compatriotas paciencia hasta ver los frutos de sus políticas. Fue como si le enfadara tener que perder el tiempo con promesas, que también las hubo. Algunas sonaron a gastadas, como la de que eliminará a las aseguradoras de la ecuación de los subsidios de salud o la de que bajará el precio de los medicamentos “hasta el 600%”, aunque tal cosa sea matemáticamente imposible.
Otras eran nuevas. Prepara, dijo, una de las reformas de vivienda “más agresivas de la historia”. Y su Administración girará, tan pronto como antes de Navidad, un cheque de 1.776 dólares a los militares. Lo llamó “el estipendio de los guerreros”, y su cuantía no se dejó al azar: fue en 1776 cuando llegó la independencia de los ingleses, hito del que se cumplen 250 años en 2026. El país se prepara para una gran celebración de aquella gesta, que se verá a buen seguro empañada por la polarización de su sociedad.
El discurso −que estuvo sujeto por unas costuras, de tiempo y de formato, con las que Trump no está cómodo; lo suyo son las intervenciones sin mirar el reloj y con espacio para sus divagaciones− también tuvo algo de acto inaugural de campaña. En noviembre próximo, se celebrarán las cruciales elecciones legislativas de medio mandato, en las que los republicanos podrían perder una o ambas Cámaras en el Capitolio. Eso complicaría sobremanera a Trump la segunda parte de su segunda presidencia.
Es difícil imaginar un punto de partida peor para esa cita: el presidente se halla, a 11 meses de las urnas, en mitad de algo que se parece bastante a una tormenta perfecta. Las encuestas no le son favorables, la base de sus fieles MAGA (Make America Great Again) empieza a perder la paciencia con la atención que presta a los asuntos de la política internacional y que podría estar dedicando a los ideales del America First (Estados Unidos primero), y, pese a la crispación con la que este encaja las críticas sobre el coste de la vida y la inflación, obstinada en torno al 3%, sus compatriotas sienten en el bolsillo la mala marcha de la economía, de la que el martes llegó otra nueva prueba, con el peor dato de paro desde 2021.
Tampoco ayuda a su popularidad que Trump desdeñe esas preocupaciones definiéndolas como “un bulo demócrata” o que puntuara en una entrevista reciente el estado de la economía con un “A+++++” (algo así como una matrícula de honor cum laude elevada al cubo) que sonó a falta de sensibilidad o a una preocupante desconexión con la realidad.
Expectación alta
La expectación ante las palabras del presidente era alta, también porque unas horas antes el locutor ultraconservador Tucker Carlson, campeón de las conspiranoias, había dejado caer que Trump estaba listo para aprovechar esa solemne ventana para declarar la guerra a Venezuela.
No sucedió. El presidente estadounidense solo se refirió de pasada a la creciente presión que, merced a un fenomenal despliegue militar con pocos precedentes en el Caribe y a una campaña de asesinatos extrajudiciales que ya se ha cobrado casi 100 vidas de tripulantes de supuestas narcolanchas, Washington está ejerciendo sobre Nicolás Maduro para, con el pretexto de luchar contra el narcotráfico, forzar un cambio de régimen, y, según ha quedado aún más claro en los últimos días, acceder a las reservas de petróleo del país sudamericano.
Trump había anunciado su intención de hablarles a sus compatriotas el pasado martes. Lo hizo, como acostumbra, en su red social, Truth, en un post el que escribió: “Ha sido un gran año para nuestro país, ¡Y LO MEJOR ESTÁ POR VENIR!”. Pocas horas después, dijo a los reporteros que pensaba subrayar, como finalmente hizo, que heredó un “desastre” de Biden. “Hemos hecho un gran trabajo. Seguimos haciéndolo. Y nuestro país será más fuerte que antes”, añadió.
El formato escogido este miércoles no es frecuente y suele reservarse a las ocasiones trascendentales. Desde su regreso al poder el pasado mes de enero, Trump se ha dirigido a la nación en dos ocasiones: la primera fue rodeado de sus colaboradores y con motivo del ataque a tres plantas de producción y almacenamiento de uranio en Irán, a finales de junio. La segunda llegó tras el asesinato de su aliado, el joven activista ultraconservador Charlie Kirk. Entonces, fue un mensaje grabado en el que desaprovechó la oportunidad de abogar por la unidad en mitad del duelo. Y también hizo gala de un tono impaciente y crispado.