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De Epstein a las acusaciones de traición al ‘America First’: el movimiento MAGA se rebela contra Trump

El divorcio entre el presidente de EE UU y Marjorie Taylor Greene, que solía ser una de sus grandes aliadas en el Capitolio, certifica el resquebrajamiento del apoyo al republicano entre sus más fieles

No está del todo claro si en un homenaje al mito de Frankenstein, resucitado estos días por enésima vez por el cine, Donald Trump advirtió este lunes en una entrevista a Laura Ingraham, presentadora de Fox News: “No lo olvides, MAGA fue una idea mía. Sé mejor que nadie lo que quieren los MAGA”.

Y eso es cierto en parte: hace una década, el presidente de Estados Unidos tomó prestado el eslogan de Ronald Reagan que pide devolver la grandeza al país para convertirlo en ese movimiento sin precedentes que responde a las siglas de Make America Great Again, un moderno Prometeo político ...

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No está del todo claro si en un homenaje al mito de Frankenstein, resucitado estos días por enésima vez por el cine, Donald Trump advirtió este lunes en una entrevista a Laura Ingraham, presentadora de Fox News: “No lo olvides, MAGA fue una idea mía. Sé mejor que nadie lo que quieren los MAGA”.

Y eso es cierto en parte: hace una década, el presidente de Estados Unidos tomó prestado el eslogan de Ronald Reagan que pide devolver la grandeza al país para convertirlo en ese movimiento sin precedentes que responde a las siglas de Make America Great Again, un moderno Prometeo político hecho de jirones nacionalistas, populistas, conspiranoicos y xenófobos. Pero, tal vez por primera vez desde entonces, no está ya claro que el doctor Trump/Frankenstein sea capaz de controlar a su criatura.

Ingraham le había preguntado por su apoyo a la admisión de cientos de miles de estudiantes chinos, y si este puede considerarse una “postura pro MAGA” o una traición a su promesa de endurecer las políticas migratorias. “Quiero poder llevarme bien con el mundo”, respondió el presidente. Y se justificó diciendo que en Estados Unidos no hay suficiente “gente con talento”.

El encontronazo, a mitad de un partido en el que Trump jugaba en casa, provocó una revuelta entre su hinchada más o menos al mismo tiempo que la reapertura de la Administración permitía a los demócratas (y a unos cuantos republicanos) de la Cámara de Representantes resucitar el fantasma de Jeffrey Epstein, millonario pedófilo y antiguo amigo del presidente, cuya sombra le persigue desde hace años. Se trata de una relación que incluso ha quedado inmortalizada con la estatua de un colectivo anónimo de artistas, que retrató a ambos bailando cogidos de la mano. Apareció primero frente al Capitolio y este jueves amaneció frente a una de las sedes de la librería Busboys and Poets, centro de reunión de la comunidad afroamericana en Washington.

Ambos tropiezos, por causa de Epstein y de los visados de extranjeros, bastaron para probar que el apoyo de sus incondicionales parece resquebrajarse en múltiples frentes tras un año de cierre de filas en torno al líder, de vuelta en la Casa Blanca. El principal viene de las acusaciones a Trump por traicionar el espíritu America First (Estados Unidos primero). Es el principal pegamento del movimiento MAGA, así como la promesa de la campaña que devolvió al candidato republicano que engloba muchas otras: desde el combate contra la inmigración irregular a la corrección de la economía global a golpe de aranceles.

Algunas de las voces más destacadas de su tropa, de la activista Laura Loomer al ideólogo nacionalpopulista Steve Bannon, han criticado a su Administración por distraerse demasiado con la política internacional y desatender los asuntos internos. El ataque a tres bases de enriquecimiento y almacenamiento de uranio en Irán, provocado a empujones por Israel, fue en junio la primera escaramuza de esa guerra.

Después vinieron la obsesión de Trump con exagerar su perfil de pacificador universal para ganar el premio Nobel de la Paz, el rescate a Javier Milei en Argentina o la serie de (ya 20) ejecuciones extrajudiciales en el Caribe y el Pacífico contra supuestas narcolanchas que parece navegar a velocidad de crucero hacia algún tipo de intervención en Venezuela para derrocar el régimen de Maduro. ¿No era este el candidato que prometió en campaña que no metería al país en más aventuras bélicas de impredecibles consecuencias?

Cambio de idea

El otro gran frente son los papeles de Epstein, ese ingente material relativo a los casos contra el financiero pederasta, que murió en 2019 mientras esperaba juicio por tráfico sexual de cientos de menores en una celda de seguridad; fue un suicidio, según el forense y el Gobierno, así como una inagotable fuente de teorías de la conspiración para los creyentes en esos asuntos. Esos archivos obran en posesión de la fiscal general, Pam Bondi, que prometió que los haría públicos hasta que cambió de idea en julio pasado para disgusto del mundo MAGA.

“Cuando protegen a pedófilos, cuando despilfarran nuestro presupuesto, cuando inician guerras en el extranjero... lo siento, pero no puedo apoyarles”, declaró en CNN el representante Thomas Massie, republicano díscolo de Kentucky. “Y en mi Estado, la gente está de acuerdo conmigo. Lo entienden. Incluso los más fervientes partidarios de Trump lo entienden”.

La Cámara de Representantes votará la semana próxima una iniciativa de Massie y del demócrata Ro Khanna (California) para pedir la publicación de los documentos de Epstein, y se espera que decenas de republicanos la secunden. Entre ellos, algunos de miembros del ala más dura del partido y, por lo tanto, también habitantes del universo MAGA. Después, la iniciativa tiene que recibir 60 (de los 100) votos en el Senado, en el que los demócratas solo tienen 47. A Trump siempre le queda luego la opción de vetarla.

“Parece que todos están enfrentados en el mundo MAGA”, escribe Ben Domenech en la edición estadounidense de The Spectator, referente para el conservadurismo de Washington. “La guerra está servida. No se trata solo de una lucha jerárquica entre conservadores sociales y fiscales, entre los de dentro y los de fuera, entre madres MAHA [esa versión saludable del trumpismo] y gigantes tecnológicos; defensores y detractores de los aranceles (…). Es la contienda más feroz, mezquina, ostentosa y llena de bótox que se recuerda, y nadie sabe dónde encontró [la congresista] Marjorie Taylor Greene esa granada de mano”.

Greene ha protagonizado en los últimos tiempos uno de los viajes más vertiginosos e inesperados que se recuerdan en la capital. Durante años, fue la vociferante encarnación en el Capitolio de los ideales MAGA, reconvertida ahora en una sosegada crítica de las políticas de la Administración: de los papeles de Epstein a los subsidios de salud o la campaña militar en el Caribe. “No solo soy Estados Unidos primero, soy Estados Unidos solo”, escribió la diputada en X.

Esta semana, Trump dijo de ella: “Es una buena mujer. Pero no sé qué le ha pasado, se le ha ido”. En su red social, el presidente también avisó de que “solo un republicano muy malo, o estúpido, caería en la trampa” de exigir la publicación de los papeles del millonario pederasta. Este viernes, volvió al ataque contra Greene. Y lo hizo con toda la artillería. Anunció que le retiraba su apoyo en las próximas elecciones, y que se lo brindará a cualquiera que quiera enfrentarse a ella en las urnas. La llamó “pirada” y se mofó de su preocupación desde que el presidente ha dejado de cogerle el teléfono.

En su enumeración en The Spectator, Domenech también hace referencia al enfrentamiento a cuenta de Israel entre la podcaster Candace Owens y la organización Turning Point, fundada por Charlie Kirk, asesinado hace un par de meses, así como a la fenomenal bronca en torno a cuánto extremismo (antisemita) puede tolerar la extrema derecha estadounidense.

El origen de esta última trifulca está en una entrevista amable del locutor Tucker Carlson a Nick Fuentes, el neonazi más famoso del país, que ha tenido consecuencias en uno de los pulmones intelectuales del trumpismo en la capital, la Heritage Foundation. El apoyo a Carlson de su presidente, Kevin Roberts, la ha sumido en una profunda crisis.

No está claro si la tormenta perfecta a la que se enfrenta Trump (y que completan la derrota sufrida por los suyos en las elecciones en Nueva York, Virginia y Nueva Jersey de la semana pasada y el hecho de que el Supremo se haya mostrado escéptico sobre la constitucionalidad de sus aranceles) desembocará en la huida de la criatura MAGA lejos del laboratorio de su creador. Mucho menos, si esto le pasará factura en la próxima cita con las urnas.

Será en noviembre de 2026, y en ella Trump se juega perder el control de una o de las dos cámaras, lo que le empujaría a convertirse en otro animal mitológico del bestiario de Washington: un pato cojo, un presidente con poco poder y los días contados, dado que no puede presentarse a la reelección. Entre tanto, los veteranos de esta jungla recuerdan bien que no conviene subestimarle. No sería la primera vez que algo así no funciona. Tampoco, seguramente, la última.

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