Los nuevos ‘papeles de Epstein’ provocan una fractura entre Trump y los republicanos
La resurrección del caso del millonario pederasta tras el final del cierre de la Administración pone en apuros al presidente. El Congreso votará para exigir la publicación de los archivos por desclasificar
Cuando Estados Unidos despertó del cierre de la Administración más largo de su historia, Jeffrey Epstein seguía allí.
Durante los 43 días en los que el grifo del dinero público permaneció parcialmente cerrado, la memoria de los terribles crímenes del millonario pederasta ―que, desde su muerte en 2019, persigue a Donald Trump― pasó a un segundo plano frente a otras urgencias: del pago de ...
Cuando Estados Unidos despertó del cierre de la Administración más largo de su historia, Jeffrey Epstein seguía allí.
Durante los 43 días en los que el grifo del dinero público permaneció parcialmente cerrado, la memoria de los terribles crímenes del millonario pederasta ―que, desde su muerte en 2019, persigue a Donald Trump― pasó a un segundo plano frente a otras urgencias: del pago de los cupones de alimentos para 42 millones de personas en riesgo de padecer hambre a los miles de vuelos cancelados por la carestía de controladores aéreos.
Una vez superada esa crisis ―y una vez reabierta, junto con la Administración, la Cámara de Representantes― la negativa a difundir los materiales sobre el caso que obran en su poder ha puesto de nuevo a la Casa Blanca contra las cuerdas, y ha reabierto la falla que separa al presidente de una parte del Partido Republicano. La parte que, en el regreso al trabajo este miércoles, firmó una petición para forzar un voto en el Congreso y pedir a la Casa Blanca que publiquen los archivos de Epstein que están “sobre la mesa” de la fiscal general, Pam Bondi.
Fueron cuatro los republicanos ―Thomas Massie, Nancy Mace, Marjorie Taylor Greene y Lauren Boebert― que se unieron a sus rivales para sumar los 218 apoyos necesarios para exigir la publicación de ese dosier, del que se han ido conociendo algunas partes con los años.
La última llegó este miércoles y fue en dos tiempos. Primero, con los tres correos electrónicos difundidos por los demócratas del Comité de Supervisión de la Cámara en los que Epstein dice que Trump “pasó horas con una de las víctimas” del financiero y que “sabía lo de las chicas”, en referencia a las víctimas menores. Después, fue el turno de los más de 20.000 documentos publicados sin filtro por los republicanos, que certifican la tupida red de relaciones con el poder del millonario y que este siguió de cerca a Trump hasta su final (por suicidio, según el forense y el Gobierno, aunque abundan las teorías de la conspiración que dudan de ello).
Y así fue como lo que tenía que haber sido un día de gloria para el presidente de Estados Unidos, en el que este celebrara que los republicanos habían doblado el brazo de sus rivales en el Senado para reabrir la Administración sin gran cosa a cambio, se convirtió en otra jornada en la mala racha en la que Trump anda metido. En pocos días, su partido ha sufrido una dura derrota en las urnas, el Supremo se ha mostrado escéptico sobre la constitucionalidad de sus aranceles y una guerra civil ha explotado en el movimiento MAGA (Make America Great Again) acerca de cuánto extremismo (antisemita) cabe en sus filas, tras la polémica entrevista entre Tucker Carlson y el negacionista del Holocausto Nick Fuentes.
Trump pidió en su red social, Truth, que los suyos no se “distrajeran de lo importante”, en un intento poco velado de presionarlos para que no votaran en favor de la liberación de los papeles de Epstein. Empeño que no hace sino abonar las sospechas de que algo tiene que ocultar.
El presidente incluso llamó a capítulo a una de las disidentes, Lauren Boebert. Según informaron los medios estadounidenses, pidió a algunos de sus más estrechos aliados que la presionaran en un lugar tan imponente (y hermético) como la Sala de Crisis (Situation Room), escenario de decisiones tras graves como las que sirven para iniciar las guerras o sobre la mejor manera de asesinar a Osama Bin Laden. No hubo modo: Boebert salió de allí con la misma convicción con la que había entrado.
En la Sala de Crisis de la Casa Blanca
Johnson se vio así obligado a convocar la votación sobre los archivos del pederasta tras meses evitándolo con toda clase de tretas. Será la semana que viene. Si la propuesta sale adelante en la Cámara de Representantes, donde el Partido Republicano se prepara para más deserciones (“entre 40 y 50″, según Massie, uno de sus promotores), puede no hacerlo en el Senado. También puede toparse con el veto presidencial.
Boebert o Greene forman parte del ala más a la derecha de la formación, una facción no precisamente inclinada a sumar con los demócratas. En uno de esos clásicos contorsionismos de Washington, estos últimos, que durante años despacharon como un bulo la obsesión conspiranoica de la extrema derecha con lo que esos papeles pueden contener sobre los amigos ricos y poderosos de Epstein ―como el expresidente Bill Clinton o el expríncipe Andrés de Inglaterra―, se pusieron a la cabeza de la manifestación de quienes exigen verlos.
Y nada indica que vayan a soltar la presa. “Se parece mucho al empeño que tuvieron en la primera presidencia con el bulo de la injerencia rusa”, opina en Politico Laura Loomer, activista MAGA, movimiento que se levantó en armas contra su líder tras conocer en julio que Bondi no divulgaría los papeles de Epstein que había prometido durante meses, y que ahora ha recibido las últimas noticas con una cierta indiferencia. Tal vez sea porque no acaban de verse compartiendo obsesiones con los así llamados medios tradicionales.
En los nuevos documentos desclasificados no hay pruebas de que Trump estuviera al tanto de los delitos de quien fue su amigo durante 15 años, hasta que ambos rompieron en 2004. El presidente sostiene que se separaron cuando echó a Epstein de su club, Mar-a-Lago, por su conducta de “bicho raro” con algunas empleadas. En los mensajes, el millonario pederasta niega que ese fuera el motivo. También hay un correo electrónico en el que este parece insinuar que pasó con Trump la fiesta de Acción de Gracias de 2017, la primera del nuevo presidente, aunque no hay certezas de que eso fuera así.
La Casa Blanca acusa a los demócratas de escoger ciertos correos para perjudicar a Trump y de tachar interesadamente el nombre de la víctima que “pasó horas” con él, según Epstein. Se trata, dijo la portavoz del Gobierno, Karoline Leavitt, de Virginia Giuffre, que se suicidó en abril, un mes después de que un autobús la atropellara en Australia, donde vivía.
Leavitt también recordó que Giuffre dijo ante el juez que no había visto a Trump mantener relaciones sexuales con menores en el tiempo que pasó junto a Epstein y a su conseguidora, Ghislaine Maxwell, que cumple 20 años de cárcel como cómplice de la red de tráfico sexual del financiero. En sus memorias póstumas, recién publicadas, Giuffre escribe que Trump no pudo ser “más amigable” con ella.
Los republicanos que ahora se revuelven contra Trump también tienen problemas para encajar las informaciones, conocidas esta semana, de que Maxwell está recibiendo un trato preferencial tras su traslado a una celda de mínima seguridad en Texas. Este llegó después de que la presa hablara durante nueve horas, repartidas en dos días, con el enviado del Departamento de Justicia, Todd Blanche, exabogado de Trump. Un confidente aseguró al Comité de Supervisión que el alcaide permite a Maxwell disfrutar de un menú especial y que le está ayudando con el papeleo para pedir un indulto a Trump.
Y si este llegara a concedérselo, entonces sí se haría realmente difícil de creer que no tiene algo que ocultar.