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David contra Goliat: un dron ucranio de 700 euros desintegra un helicóptero ruso de seis millones

El piloto protagonista de lo que Kiev considera una hazaña asegura a EL PAÍS que su batallón llevaba tiempo buscando ese objetivo, aunque también tuvo un golpe de suerte

Maxim, de 31 años, comandante del batallón Depredadores del Aire que derribó con uno de sus drones un helicóptero ruso el 29 de septiembre, durante la entrevista el 1 de octubre.Foto: Luis de Vega | Vídeo: EPV

La actividad en el frente de la disputada ciudad de Pokrovsk (este de Ucrania) vuelva a estar dominada, una jornada más, por el movimiento de los drones, convertidos en los protagonistas principales de la contienda. Un hecho insólito está a punto de ocurrir. Despega desde posic...

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La actividad en el frente de la disputada ciudad de Pokrovsk (este de Ucrania) vuelva a estar dominada, una jornada más, por el movimiento de los drones, convertidos en los protagonistas principales de la contienda. Un hecho insólito está a punto de ocurrir. Despega desde posiciones ucranias un pequeño aparato kamikaze, dotado, además de con un pequeño explosivo, de una cámara que permite observar la trayectoria del vuelo en directo. Poco después, se encuentra con un helicóptero militar ruso modelo Mi-8 contra el que el piloto ucranio logra impactar. Casi de inmediato, el aparato enemigo cae al terreno convertido en un amasijo de fuego. Con acciones como esta, el ejército ucranio trata de mantener sus posiciones más allá de los avatares diplomáticos que rodean el conflicto, con Kiev de nuevo bajo la presión del presidente de EE UU, Donald Trump, para que ceda ante Rusia en la mesa de negociaciones.

Baltika (apodo militar), el piloto de 27 años y protagonista del ataque, explica por teléfono a EL PAÍS desde su posición cómo lo consiguió: “Lo habíamos intentado ya varias veces. La última muy pocos días antes. Esa mañana, despegamos el dron FPV (visión en primera persona, según sus siglas en inglés) no específicamente para derribar el helicóptero, sino para buscar cualquier otro objetivo. Al principio vimos un Ka-52 (otro tipo de helicóptero ruso), pero su velocidad era demasiado alta y nuestro FPV no pudo alcanzarlo. Al dar la vuelta, nos topamos con el Mi-8. Mucha, mucha suerte”. “Mantuvimos la calma concentrados en nuestro trabajo. Vimos el dron acercarse [al aparato ruso] y la imagen desapareció” en el momento del impacto, agrega refiriéndose a un ataque ocurrido el 29 de septiembre.

Las imágenes, grabadas desde varios drones de vigilancia también ucranios que vuelan por la misma zona, se hacen entonces virales y llueven las felicitaciones en torno a la hazaña, entre ellas, la del presidente, Volodímir Zelenski. Casi tan importante como haber derribado el helicóptero ha sido el obtener con todo detalle los vídeos del ataque, que han hecho las delicias de los soldados ucranios y que han saltado a todos los medios de comunicación.

Este David ucranio acabando con el Goliat ruso supone un pequeño motivo de optimismo y euforia que, como los propios militares locales reconocen, no les debe llevar a olvidar que se hallan ante uno de los escenarios más complicados y encarnizados del conflicto. Los tanques y otros vehículos militares han ido perdiendo peso y su espacio lo ocupan los drones de uno y otro bando en una zona de combate cada vez más ancha. Localidades cercanas a la línea de contacto entre los dos ejércitos como Kramatorsk, Sloviansk o Kostiantinivka viven bajo permanente amenaza por ese tipo de aparatos. Un pequeño dron mató hace unos días al reportero francés Antoni Lallican, que se encontraba, al menos, a una veintena de kilómetros del frente.

El piloto Baltika y sus compañeros confirmaron sus sospechas del derribo unos segundos después del impacto, gracias a la retransmisión de los otros drones de inteligencia. Las pantallas muestran el aparato, primero avanzando en llamas y, después, ya en tierra los restos incendiados y hasta el cuerpo de uno de los militares invasores, también pasto del fuego, a unas decenas de metros. “Estábamos felices, gritando, riendo y felicitándonos los unos a los otros”, cuenta Baltika tres días después del ataque.

“No hemos vuelto a ver desde entonces despegar helicópteros”, añade con cierta sorna. Para lograr derribar el helicóptero con el pequeño dron de aproximadamente medio metro, dan a entender que deben coincidir una serie condiciones, como la velocidad de ambos aparatos, así como la ausencia de lluvia o de viento excesivo.

Las autoridades militares ucranias no han podido confirmar el número de soldados que viajaban en el helicóptero. Maxim (que no da su apellido), comandante del batallón Depredadores de las Alturas integrado en la 59ª Brigada y jefe del piloto del dron, cree que no viajaban menos de tres o cuatro y que ninguno sobrevivió. Sentado en su despacho, este joven de 31 años destaca el hecho de que con un dron de unos 700 euros se haya conseguido acabar con un helicóptero que valoran en no menos de seis millones de euros. Tanto él como Baltika insisten en que se trata del primer caso en el que queda documentado que han logrado destruir totalmente de esta forma un helicóptero enemigo.

La nueva realidad es que Ucrania produce ya millones de drones al año, de todo tipo y alcance, y que el precio de un misil para derribar, por ejemplo, un Mi-8 puede rondar el millón de euros por unidad. De ahí que Zelenski pretenda intercambiar con Trump drones por misiles de largo alcance Tomahawk.

Lo habitual es que consigan impactar en otro tipo de objetivos de las tropas invasoras como vehículos, almacenes, viviendas o, incluso, lanzacohetes. Pero nunca hasta ahora habían logrado nada igual, señala orgulloso Maxim, que calcula que el dron debió impactar de manera directa en el depósito de combustible. “En el momento del ataque yo no estaba en el puesto de mando. Suelo decirles a mis pilotos que tienen la orden de golpear al menos un coche ruso cada día. Ese día me dijeron a través de un mensaje que no habían dado a ninguno, pero… que sí habían derribado un helicóptero”, rememora.

“¿Estás de broma?, pregunté. En ese momento, me di cuenta de que se trataba de un ataque extraordinario y caí en shock…”, continúa. “Mis sentimientos han sido parecidos a lo que sentí cuando liberamos Jersón (a finales de 2022) también con la 59ª Brigada. Esto supone una gran motivación para todos. Por unos momentos se nos han olvidado los problemas, el cansancio… Esto ha sido para nosotros una nueva página en esta guerra”, señala entresacando una sonrisa. Sobre la pantalla de su teléfono muestra varias veces el ataque. Se regodea deteniendo el vídeo en el momento justo antes del choque, cuando se ve a uno de los soldados rusos, con la puerta del helicóptero abierta, y cómo, sin poder hacer nada, ve llegar el FPV.

El ataque del día 29 de septiembre tuvo lugar entre las localidades bajo control ruso de Nadiivka y Kotliarivka, al suroeste de la disputada ciudad de Pokrovsk. El dron FPV despegó de una distancia de unos 15 kilómetros, una distancia habitual para este tipo de operaciones. “Hemos demostrado que estos logros son posibles. Entiendo que no se pueda hacer de manera frecuente, pero también espero que no sea la última vez. Era un sueño que se ha hecho realidad”, resume Maxim.

El haber acabado con el Mi-8 ruso es, sin embargo, solo un pequeño capítulo dentro de la batalla que se libra en la región oriental de Donetsk, en la que las tropas del Kremlin controlan en torno a un 70% de la superficie. Parte del territorio del entorno de Pokrovsk ocupado por los rusos en agosto ha sido liberado, y gran parte de los invasores que quedan en esta zona están bloqueados y rodeados, pero los combates son complicados todavía, valora el comandante del batallón de drones.

Fuentes rusas reconocen en canales de la red social Telegram, con información de militares sobre el terreno, que sus hombres apenas pueden moverse en pequeños grupos más allá de escaramuzas a pie o en motocicletas, y que la logística para mantener sus posiciones resulta difícil de sostener. Pese a todo, logran sostener la presión sobre localidades como Dobropilia, desde cuyos alrededores el ejército local trata de frenar a los militares invasores en un momento del año, el otoño, en el que el frío y las lluvias pronto complicarán más todavía las condiciones de combate.

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