Los gazatíes buscan a sus muertos bajo las ruinas para cerrar una herida abierta
Muchos de los cuerpos de las alrededor de 14.000 personas sepultadas bajo los escombros no podrán ser recuperados
Un destino inmisericorde quiso que los hijos de Hussein Owda se adelantaran corriendo para entrar en su casa de Yabalia, en el norte de Gaza, el pasado 17 de mayo. Cuando apenas habían atravesado su umbral, un bombardeo israelí destruyó el edificio. El hombre se precipitó a la vivienda. ...
Un destino inmisericorde quiso que los hijos de Hussein Owda se adelantaran corriendo para entrar en su casa de Yabalia, en el norte de Gaza, el pasado 17 de mayo. Cuando apenas habían atravesado su umbral, un bombardeo israelí destruyó el edificio. El hombre se precipitó a la vivienda. Se oían gritos. A la madre, malherida, la sacaron viva con su hijo Mohamed, de cuatro años, muerto en sus brazos. Ninguno de los tres niños sobrevivió.
Sus padres solo pudieron enterrar al más joven. Jaled, de 10 años, y Yusef, de siete, quedaron sepultados por las ruinas. Los bombardeos arreciaban; los rescatistas de la Defensa Civil, sin excavadoras, “no pudieron levantar” con las manos desnudas la montaña de cascotes que cubría a los dos niños. Sesenta y cinco días después, Hussein Owda logró recuperar el cadáver de Yusef; no así el de Jaled. Su familia tuvo que huir de la ahora arrasada Yabalia dejando allí sepultado el cuerpo de su primogénito.
Nada más entrar en vigor el viernes el alto el fuego en Gaza, habitantes del territorio palestino como este padre empezaron a buscar a sus muertos para lograr lo que hasta ahora no han podido hacer: enterrarlos y llorar por ellos en paz. Solo en las primeras 24 horas del cese de los ataques, la Defensa Civil del territorio recuperó 151 cadáveres. Algunos yacían descompuestos tirados en las calles, reducidos a la osamenta. Otros 116 llevaban bajo los escombros desde los primeros días de los bombardeos de los que el 7 de octubre se cumplieron dos años.
Nadie sabe exactamente cuántos son esos muertos invisibles que no están incluidos en la lista de más de 67.000 nombres de fallecidos de las autoridades sanitarias de la Franja. Sí se da por hecho que son miles. En abril, Naciones Unidas calculaba que los restos de 11.000 personas seguían enterrados bajo las ruinas de Gaza. La Defensa Civil cree que son más de 14.500, explica por teléfono Mahmoud Basal, portavoz del cuerpo que se encarga de rescatar a los supervivientes y a quienes no tuvieron tanta suerte.
Muchos de esos cadáveres de los que no hay registros no se recuperarán nunca. La Defensa Civil ha relatado en sucesivas ocasiones cómo las bombas de hasta una tonelada lanzadas por el ejército israelí en las zonas urbanas densamente pobladas de Gaza simplemente pulverizaban a edificios y personas. Otros palestinos quedaron sepultados en lugares bombardeados sucesivamente, sobre los que después han pasado los bulldozers militares conviertiendo esa tierra en una tábula rasa.
En abril, una evaluación preliminar de los daños en la franja de Gaza de la ONU calculaba que un 92% de los edificios, alrededor de 175.000 estructuras, habían sido destruidas completamente o dañadas, dejando tras de sí más de 53 millones de toneladas de escombros, más de los generados en conjunto en todos los conflictos del mundo desde 2008. Cada metro cuadrado de Gaza acumula de media 383 kilogramos de restos de materiales de construcción. Los cuerpos de miles de personas están ahí debajo.
En Gaza, Israel no solo ha destruido, puntualiza por teléfono desde Londres el arquitecto Eyal Weizman. También “ha construido” y para ello ha usado en ocasiones escombros de edificios bombardeados, donde quizás había cadáveres que “no se habían podido sacar”, asegura el director de la organización Forensic Architecture. Cita las “bases militares” y las “carreteras hechas con escombros compactados”.
Como si fuera una metáfora de la deshumanización de los palestinos ―de esa sangre derramada “que sale tan barata”, decía llorando un gazatí en un vídeo difundido en redes sociales―, esas nuevas construcciones israelíes sepultan para siempre y casi literalmente los huesos de algunos gazatíes.
Muchos de esos inmuebles destruidos eran viviendas de familias. En culturas tradicionales como la palestina, y más en un contexto de ataque militar, las mujeres y los niños pasan más tiempo en las casas. La mitad de la población gazatí tiene menos de 14 años. Si en las listas oficiales de más de 67.000 muertos, más de la mitad son de mujeres y niños, ese porcentaje se eleva a más del 70% en el caso de las personas sepultadas bajo los escombros, asegura el portavoz de la Defensa Civil. En las imágenes de los más de 150 cadáveres recuperados en las primeras horas del alto el fuego por esa organización, había cuerpos de niños pequeños.
Sin decir adiós
Hussein Owda, de 33 años, perdió a su hija Imán, que ahora tendría nueve años, en un bombardeo en octubre de 2023, y el pasado mayo a Mohamed, Yusef y Jaled. Si hay odio en él, no se percibe. Sí un dolor difícil de medir. Especialmente por Jaled, el niño sepultado bajo las ruinas.
“Me siento impotente y hundido”, describe. “Ni siquiera he podido enterrar a mi hijo, que está aún bajo los escombros. Es algo indescriptible, una tragedia para la que no hay palabras”, musita este padre que, antes de la invasión, se ganaba la vida como culturista profesional.
Los musulmanes creen que enterrar a los muertos es un deber sagrado. Los rituales del islam y de otras religiones para dar sepultura a un ser querido son una forma de despedirse; de “cerrar de manera simbólica el paso de una persona por el mundo e iniciar el proceso de duelo”, explica desde Deir el Balah, en el centro del territorio, la psicóloga palestina Fidaa al Araj.
Al trauma que sufren decenas de miles de personas que no han podido decir adiós a sus seres queridos se suma la herida de que muchos de ellos fuesen niños. Como Jaled Owda. A ese dolor se añade el causado por los sucesivos desplazamientos forzados, remarca Al Araj.
Los ataques y bombardeos israelíes que ahora han cesado; las constantes órdenes de evacuación, han obligado a personas como Owda y su mujer a marcharse dejando atrás los cadáveres de sus hijos. Eso les provoca, dice la psicóloga, “un sentimiento de haberlos abandonado”.
Algunos gazatíes ya saben que será imposible encontrar a sus muertos; que hasta los escombros de sus casas han sido pulverizados. Otros lo están comprobando ahora, al regresar a sus lugares de origen. El campo de refugiados de Yabalia, donde vivía la familia de Owda, es uno de esos paisajes de desolación absoluta que el ejército israelí ha dejado tras de sí.
Sin recuerdos
Yara, Yazan y Lara Mushtaha sonríen, aparentemente felices, en una fotografía familiar, uno de los últimos selfies que estos tres adolescentes de clase media se tomaron juntos antes de que un misil israelí destruyera su casa en Ciudad de Gaza y los matara el 5 de noviembre de 2023.
Su familia solo pudo rescatar el cuerpo de Yara, de 18 años, que estaba en la planta baja de la casa, relata desde Granada, donde reside, su tía Malak. Los dos pequeños, de 15 y 14 años, estaban en la primera planta y no pudieron ser hallados. Su familia tampoco los buscará ahora, con el alto el fuego, explica desde Granada, donde reside, su tía Malak. Ya saben que “es imposible” encontrarlos.
Tras lanzar ese primer misil, el ejército israelí bombardeó de nuevo la casa de los Mushtaha. Aun así, la familia buscó a Yazan y Lara durante meses. Cuando la madre de estos menores, que sobrevivió al ataque, pudo regresar por última vez, se encontró un amasijo informe de cascotes. Ni siquiera pretendía ya rescatar los cuerpos de sus hijos; solo quería “un recuerdo de ellos, una foto, una prenda de ropa”, escribe Malak en un mensaje. No encontró nada.
Ghada Rabah era una profesora de inglés de 27 años, que sobrevivió al bombardeo de su casa en la capital gazatí en septiembre. Sepultada viva bajo los escombros, llamó por teléfono a sus familiares para pedir socorro.
Muchas personas desesperadas telefonearon ese día a la Defensa Civil. Amigos, vecinos familiares, recuerda el portavoz: “Nos decían que Ghada estaba viva bajo los escombros y que estaban hablando con ella por teléfono”.
“Pedimos permiso [al ejército israelí] a través de la Cruz Roja y OCHA [la coordinación humanitaria de la ONU] para llegar a la casa [estaba en una zona prohibida por los militares]. Teníamos información de que con Ghada había varios niños y otro miembro de su familia”, recuerda Basal.
Israel tardó tres días en autorizarlo. Para cuando la Defensa Civil llegó, un segundo proyectil había borrado la casa del mapa, subraya el portavoz del cuerpo de rescate.
Manos desnudas
La Defensa Civil afronta además la tarea titánica de retirar toneladas de cascotes casi con las manos desnudas.
“Hablamos”, subraya su portavoz, de “edificios de muchos pisos bombardeados que atrapaban a sus habitantes bajo ellos”. Rescatar a los vivos o recuperar a los muertos requiere “maquinaria pesada y equipos profesionales de rescate”. La Defensa Civil tenía 820 rescatistas cuando empezó la ofensiva israelí. Ahora solo quedan unos 500, además de voluntarios, después de que ataques israelíes mataran a 140 y varios centenares resultaran heridos, explica Basal.
Hasta ahora, subraya, “la ocupación [Israel] se había negado categóricamente a permitir la entrada de combustible o equipamiento [como las excavadoras]” en Gaza. El resultado es que, en lugar de rescatar a alguien “en diez minutos”, la Defensa civil tardaba horas en llegar a las víctimas de un bombardeo. “A veces oíamos los gritos de personas vivas, pero cuando llegábamos a ellas ya habían muerto”, deplora el rescatista. Algunos de esas personas cuyos restos buscan ahora sus familiares podrían haberse salvado, destaca Basal.
Durante el anterior alto el fuego, entre enero y marzo, cuando empezó ya la búsqueda de cadáveres sepultados, “solo nueve excavadoras obtuvieron el permiso israelí” para entrar en la Franja, rememora el portavoz. Después Israel “las bombardeó y destruyó todas”.
El combustible ha empezado a entrar este fin de semana en Gaza, pero la Defensa Civil del territorio no tiene “ninguna maquinaria”, ni una única excavadora para tratar de recuperar los cadáveres.
“Nos vemos obligados a trabajar con las manos desnudas o con herramientas primitivas completamente inadecuadas”, describe por teléfono Basal. La pasada semana, Egipto empezó a presionar para que Israel permita el ingreso de excavadoras. En Gaza hay algunas ―no de la Defensa Civil―, pero la prioridad en estos momentos son los vivos, y se están utilizando para despejar de escombros las carreteras y permitir el paso de los camiones con ayuda humanitaria.
En un intento casi desesperado porque la memoria de los suyos no desapareciera del todo, antes de escapar de los bombardeos, muchos gazatíes escribían los nombres de sus muertos en los muros de las casas que habían claudicado a los bombas sobre ellos. El pasado 19 de febrero, la familia Mushtaha exhumó de un enterramiento provisional el cadáver de Yara. En su tumba en el cementerio Ali ibn Marwan, yace solo la joven. Una sola lápida con tres nombres, el suyo y el de sus hermanos Yazan y Lara, desaparecidos bajo los escombros.