Europa brilla en ciencia, pero pierde el paso en la feroz carrera tecnológica

La estrategia comunitaria de inteligencia artificial llega dos años después de los primeros pasos de ChatGPT. El potente ecosistema continental de universidades contrasta con la sequía de empresas tecnológicas

El presidente francés, Emmanuel Macron, el 4 de febrero en el instituto Gustave Roussy Institute (IGR).Benoit Tessier (REUTERS)

La irrupción de ChatGPT, hace algo más de dos años, fue la última prueba de que la inteligencia artificial (IA) no era una quimera. Después se sumarían a la carrera Microsoft, con Copilot; Google, con Gemini, y tantas y tantas otras. El mes pasado, una pequeña y hasta entonces desconocida firma china, DeepSeek, ...

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La irrupción de ChatGPT, hace algo más de dos años, fue la última prueba de que la inteligencia artificial (IA) no era una quimera. Después se sumarían a la carrera Microsoft, con Copilot; Google, con Gemini, y tantas y tantas otras. El mes pasado, una pequeña y hasta entonces desconocida firma china, DeepSeek, rompía moldes con una herramienta gratuita y de código abierto que demostraba que no hacen falta inversiones multimillonarias para entrar de lleno en la carrera de la IA. Hoy, solo hoy, la Unión Europea da el paso con su primera estrategia sectorial: 200.000 millones de euros y el anhelo de convertirse en “el continente de la IA”.

La duda razonable es si llega demasiado tarde. Pese a los avances —discretos, pero prometedores— de algunos modelos europeos de inteligencia artificial —con el francés Mistral a la cabeza—, la tardía entrada continental en la carrera deja entrever el gran elefante en la habitación europea: pese a contar con uno de los mejores ecosistemas científicos del mundo, la brecha tecnológica con Estados Unidos y China no ha dejado de ensancharse. Un rezago especialmente visible en las denominadas tecnologías críticas, las llamadas a desplazar la actual frontera del desarrollo: la propia IA, la supercomputación y los microchips.

Europa, incluyendo a países como el Reino Unido, Suiza y Noruega, situó el año pasado a una treintena de sus universidades entre las 100 mejores del mundo en la prestigiosa clasificación de Shanghái. Cuenta, además, con el CERN, el mayor acelerador de partículas. Pero solo 11 de las 100 mayores compañías tecnológicas del planeta tienen sede en sus confines; dos de ellas, en Suiza. Ninguna está entre las 10 primeras por valor de mercado y solo cuatro están entre las 50 mayores. El dominio estadounidense es abrumador. La primera, la alemana SAP, es decimotercera.

Más datos: los 27 países de la UE suman poco más de 100 unicornios —compañías tecnológicas jóvenes que superan los 1.000 millones de dólares de valoración—, con la India pisándole ya los talones. Lejos queda China, con más de 170; aún más lejos, EE UU, con casi 660. El resultado de este peligroso cóctel es que la UE depende de terceros para el 80% de los productos, servicios e infraestructuras digitales que requiere.

Las razones de la desconexión entre ciencia y tecnología son múltiples. La primera es la menor inversión en investigación y desarrollo (I+D): la UE destina hoy en su conjunto poco más del 2,2% de su producto interior bruto a este cometido, lejos de la meta del 3% desde tiempos inmemoriales. EE UU superó ese umbral hace algo más de un lustro y ya cabalga por encima del 3,5%, una cifra que solo alcanza uno de los 27 países del bloque (Suecia). Corea del Sur, líder junto con Israel, roza ya el 5%. Y tanto Japón como China marchan muy por delante de los Veintisiete. En números absolutos, la brecha entre los Veintisiete y EE UU es de aúpa: casi medio billón de dólares (o de euros) al año.

Un mercado que no es único

No acompañan las circunstancias. Rema en contra la sempiterna fragmentación del mercado y la mayor dificultad a la hora de financiar su crecimiento. También la mayor regulación, una bendición para el usuario final, mucho más protegido, pero que —según se queja una de las grandes voces de la industria, la patronal Digital Europea— pone a las tecnológicas comunitarias en desventaja competitiva frente a sus pares estadounidenses y chinas. Una invitación para dar el salto a Silicon Valley en cuanto pueden hacerlo.

Afecta, además, la fuga de cerebros en tecnología aplicada: son muchos los que en las últimas décadas han hecho las maletas para cruzar el Atlántico, atraídos por el salario y las perspectivas profesionales. Las tecnológicas estadounidenses y los departamentos de investigación con mayor pegada de sus universidades no solo se nutren de las mejores cabezas de Asia (sobre todo de la India), sino también de Europa. No hay más que mirar sus cuadros de mando.

Las voces de alarma se han multiplicado en los últimos meses. En el informe Draghi, el expresidente del Banco Central Europeo (BCE) y salvador de la moneda común en su gran crisis existencial llamaba a levantar 800.000 millones de euros con emisiones comunes de deuda para recuperar el tiempo perdido y relanzar la competitividad de los Veintisiete. “Aún tenemos muchas fortalezas, [pero] nos estamos quedando claramente atrás”, sentenciaba el economista italiano. Se salvan de la quema cuatro nombres, todos ellos ricos y del tercio norte: Dinamarca, Finlandia, Suecia y Países Bajos, que sí se cuelan entre los diez mejores del mundo por competitividad y talento en las clasificaciones de las escuelas de negocios IMD e Insead.

La trampa de la tecnología media

No es solo que Europa invierta menos, sino que invierte en ámbitos menos punteros. La lista de inversores privados en I+D, como recordaba el propio Mario Draghi, lleva 20 años dominada en Europa por compañías automovilísticas, “como en EE UU a principios de la década de los 2000, cuando aún dominaban los coches y la industria farmacéutica”. Hoy, su lugar lo ocupan las Apple, Nvidia, Microsoft, Amazon y Google. Todas tecnológicas y todas estadounidenses.

El Viejo Continente ha caído en lo que el Nobel de Economía Jean Tirole y los también economistas Daniel Gros y Clemens Fuest llaman “trampa de la tecnología media”. La propensión de las empresas europeas a invertir en sectores de alta tecnología es, en fin, infinitamente menor que el de sus pares estadounidenses.

“Aunque las tecnologías digitales son una fuente vital de innovación, el mayor crecimiento de la productividad en Europa sigue viniendo de la tecnología media”, concluyen Bert Colijn, Edse Dantuma y Diederik Stadig, analistas del banco neerlandés ING, en un monográfico reciente. Algo que no es negativo per se, pero que sí lo es si no se consiguen estimular los sectores a la vanguardia. “Hay que reducir las barreras regulatorias y mejorar el acceso al capital para llevar con éxito las innovaciones tecnológicas al mercado”. La buena nueva es que las tecnologías de nuevo cuño, como la fotónica y la propia inteligencia artificial, están “lejos de estar completamente desarrolladas y ofrecen importantes oportunidades de crecimiento”. Una idea que, ahora sí, parece calar en Bruselas.

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