Las zonas seguras de Gaza, un espejismo bajo las bombas de Israel

El ataque del ejército israelí sobre el campamento de Al Mawasi con al menos 90 muertos es el último episodio de gran magnitud de una larga serie de operaciones contra áreas declaradas como humanitarias

Un niño palestino busca comida en el basurero de Deir al-Balah, este lunes en Gaza.DPA vía Europa Press (DPA vía Europa Press)

El hastío y la desesperanza embargan a palestinos como Mohamed Abu Rajila, de 27 años, que impulsó al comienzo de la guerra la iniciativa Gaza Youth (Juventud de Gaza) para ayudar a personas desplazadas por el conflicto. Estos días se encuentra en la zona de Al Mawasi y Jan Yunis, donde Israel mató al menos a 90 personas el sábado en un área de acampada humanitaria que su propio ejército califica de área segura para desplazados de otros puntos...

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El hastío y la desesperanza embargan a palestinos como Mohamed Abu Rajila, de 27 años, que impulsó al comienzo de la guerra la iniciativa Gaza Youth (Juventud de Gaza) para ayudar a personas desplazadas por el conflicto. Estos días se encuentra en la zona de Al Mawasi y Jan Yunis, donde Israel mató al menos a 90 personas el sábado en un área de acampada humanitaria que su propio ejército califica de área segura para desplazados de otros puntos del enclave palestino. El objetivo principal del múltiple bombardeo con aviones de combate y drones era un alto cargo de Hamás, Mohamed Deif, cuya muerte, dos días después, el grupo fundamentalista niega e Israel no ha confirmado.

Al ser preguntado por lo ocurrido el fin de semana, Rajila se muestra pesimista y enfadado. “¿Qué pensamos? ¿Por qué es importante nuestra opinión? ¿Quién escuchará nuestra opinión? Después de que escuchen nuestra opinión, ¿cambiará algo? Van 10 meses de genocidio, ¿Qué ha hecho el mundo frente a este exterminio? Nada, realmente nada, por lo que nuestra opinión ha perdido importancia en este mundo que sigue dobles raseros para juzgar los acontecimientos”, responde por teléfono a través de un mensaje de texto.

Naciones Unidas y organizaciones humanitarias llevan meses insistiendo en que no hay una sola parcela de terreno en los 365 kilómetros cuadrados de la Franja que sean seguros para los habitantes. “Ni en el norte, ni en el centro, ni en el sur, ni en ninguna parte”, concluye en conversación telefónica Louise Wateridge, portavoz de la ONU en Gaza. El bombardeo del sábado, afirman desde la agencia de la ONU para los refugiados palestinos (UNRWA, según sus siglas en inglés) o Médicos Sin Fronteras (MSF), es solo un recordatorio de esa evidencia.

“Fue un horror. Con cientos de heridos y de muertos” pero, en realidad, esto ocurre casi cada día. Hoy (por el lunes), por ejemplo, también hubo un ataque aéreo dentro de una zona humanitaria, aunque mucho menor, pero sí, es casi el pan de cada día”, explica por teléfono Pascale Coissard, coordinadora de emergencias de MSF en Gaza refiriéndose al bombardeo del sábado. En el enclave mediterráneo palestino han muerto más de 38.600 personas por ataques israelíes desde que comenzó la guerra el pasado 7 de octubre, la mayoría mujeres y niños, según datos de las autoridades sanitarias del Gobierno de Hamás.

Wateridge recuerda a Jamal, un miembro de su equipo y empleado en Naciones Unidas desde hacía 14 años. “Se fue con su familia de Rafah como se le había ordenado que hiciera. Se mudó a Deir el Balah y la primera noche murió en un ataque aéreo israelí con algunos de sus familiares” lamenta. “Pero esa es la historia de todos. Todo el mundo ha perdido a alguien. Todo el mundo ha perdido la casa. Todos son desplazados, algunos bastantes veces”, aclara.

En la noche del viernes al sábado, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, supervisó el bombardeo sobre Al Mawasi. El mandatario, según el diario Yediot Aharonot, se interesó por tres asuntos: el tipo de municiones que se iban a emplear, la posible presencia de rehenes en el complejo donde situaban a los miembros de Hamás y los daños colaterales previstos. Esas inquietudes no sirvieron para frenar el ataque.

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En estos más de nueve meses de contienda, las fuerzas de seguridad de Israel han ido comunicando a la población las zonas a las que debían desplazarse en movimientos forzosos de cientos de miles de personas. Algunas familias, según han denunciado las organizaciones humanitarias sobre el terreno, han sido empujadas hasta una decena de veces de un punto a otro, casi siempre con lo puesto. Esas órdenes contravienen la legislación humanitaria internacional. De la misma forma que también es ilegal llevar a cabo bombardeos en zonas civiles, aunque el objetivo sea, como esgrime Israel siempre, “terroristas” de Hamás.

Tiendas de campaña de desplazados palestinos, junto a un depósito de aguas residuales, este lunes en Jan Yunis. Hatem Khaled (REUTERS)

“¿Es justo el precio que pagaron los desplazados de Gaza el sábado? ¿Cuántos niños, sanitarios, mujeres, ancianos y residentes de a pie matará Israel por un tal Mohamed Deif? ¿Cuánta sangre hay que derramar para que el apetito de la cúpula militar y política sea satisfecho?”, se pregunta, a contracorriente del grueso de la prensa local, el analista israelí Gideon Levy en el diario Haaretz.

Una fase “más caótica”

“Estamos en una fase totalmente diferente de la guerra, que es más caótica. La gente tiene menos pertenencias, se han ido mudando de un lugar a otro una y otra vez, ataque tras ataque, y la gente ya no tiene nada”, describe la portavoz de la ONU. “Ves a alguien avanzando con un bebé debajo de cada brazo y ya está. Eso es todo”, agrega Wateridge, que describe Jan Yunis como una ciudad fantasma donde la gente, ya muy malnutrida, ha acabado habitando entre los escombros y los esqueletos de los edificios que pueden venirse abajo de un momento a otro.

El principal hospital de Jan Yunis, el Nasser, se vio desbordado el sábado. El ala de pediatría y la maternidad, donde atiende el equipo de MSF, acabaron convertidos en zonas de urgencias para las víctimas del bombardeo. “El personal se sentía sobrepasado, estresado y preocupado por todos los pacientes que recibíamos. Había un niño pequeño con su padre allí. Su padre tenía una herida en la espalda y el niño estaba sentado allí con un aspecto un poco desconcertado. Nos sentíamos fatal, porque no estoy segura de que el niño supiera que su padre era el único miembro superviviente de la familia”, explica Amy Kit-Mei Low, responsable médica de MSF en el hospital Nasser, en un testimonio facilitado por esa organización humanitaria.

Su descripción detalla alaridos de los pacientes, falta de analgésicos y regueros de sangre por el suelo en un área que no está preparada para atender a heridos como los que les llegaban. Un hombre murió por falta de algo tan sencillo como una máquina para succionarle la sangre acumulada en la boca. “Murió; lo mataron”, aclara la sanitaria.

El ataque sobre Al Mawasi y las decenas de muertos suponen “un crudo recordatorio de que nadie está seguro en Gaza, dondequiera que esté”, ha remarcado Philippe Lazzarini, alto comisionado de UNRWA, en una publicación de la red social X (antes Twitter). Considera que esas zonas declaradas por las autoridades de Israel acaban siendo un engaño, pues, en realidad, no existen. “Es hora de recuperar nuestra humanidad común. El pueblo de Gaza son niños, mujeres y hombres que, como usted y yo, tienen derecho a vivir y esperar un futuro mejor”, ha añadido Lazzarini.

Alerta Pascale Coissard, además, de que los sucesivos movimientos de ciudadanos han multiplicado más todavía la densidad de población en ciertas zonas de Gaza, que en el conjunto de la Franja era de 5.500 personas por kilómetro cuadrado al comenzar la contienda, de las más elevadas del planeta. Ahora viven más apiñados todavía y cada vez es más complicado dar con un espacio en el que levantar una tienda o un toldo bajo el que refugiarse, a lo que hay que sumar temperaturas de hasta 50 grados centígrados debajo de esas lonas, añade Coissard.

Todo ello, con mucho menos acceso a suministros básicos como electricidad, agua, alimentos o techo. Los sucesivos ataques en zonas declaradas seguras han ido mermando la moral de los gazatíes, por eso, “cada vez más personas deciden quedarse donde están porque, aunque cambien de sitio, se sienten igual de inseguros”. “La mayoría de la población está exhausta. En mi anterior viaje, en noviembre y diciembre, ya estaban cansados y traumatizados. Ahora los encuentro también resignados. Si entonces recibían con optimismo las negociaciones de alto el fuego, ahora ya nadie habla de ellas”, afirma la coordinadora de emergencias de MSF en la Franja.

Las tropas de ocupación ya habían atacado otras zonas en las que habían amontonado a decenas de miles de civiles. Ocurrió, por ejemplo, en Rafah, extremo meridional de la Franja, el pasado 27 de mayo. Allí, un bombardeo sobre una zona de acampada en el barrio de Tel al Sultan mató al menos a 45 personas, de las que 23 eran menores. Ocurrió solo dos días después de que el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya exigiera al Estado judío detener “de inmediato” sus operaciones militares en esa zona fronteriza con Egipto.

“En los niños se nota mucho el impacto de la guerra”, explica Coissard. “Una compañera me decía que su hijo de cinco años es capaz de distinguir entre el sonido de un dron, el de un ataque aéreo o el de un tanque”, detalla.

“Tiene que haber un alto el fuego y todo depende de que haya voluntad política. Esa es la única esperanza. Es la única opción. Un alto el fuego combinado con el retorno de los rehenes restantes. Eso es lo que todo el mundo necesita”, reclama Wateridge, que describe también a los gazatíes agotados de tantos intentos de pacto sin fruto. Ya vendrán otras fases después, “pero hasta que no se detengan los combates, no habrá mañana”, zanja la portavoz de la ONU en Gaza.

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