La guerra resuena en el oasis de paz donde judíos y árabes israelíes viven juntos

Neve Shalom es el único pueblo israelí donde miembros de las dos comunidades han elegido convivir. Sus vecinos luchan para minimizar el impacto del ataque de Hamás y la guerra en Gaza en su proyecto

Un grupo de niños y niñas de Neve Shalom juega el fútbol en la escuela primaria de esta localidad, donde judíos y árabes israelíes han elegido vivir juntos.Jaime Villanueva

Neve Shalom reina como una isla de verdor en una colina sobre el valle de Ayalón, en un terreno considerado como una tierra de nadie entre Israel y Cisjordania, a 35 kilómetros al oeste de Jerusalén. Es mediodía y no hay un alma en la calle en este vergel jalonado de casitas y jardines con palmeras y buganvillas. El parloteo de los pájaros y las risas de los niños que llegan de la escuela del pueblo no turban la apariencia idílica de la única localidad donde judíos y palestinos con nacionalidad de Israel han elegido vivir juntos. Neve Shalom o Wahat as Salam —su nombre en árabe— significa “oas...

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Neve Shalom reina como una isla de verdor en una colina sobre el valle de Ayalón, en un terreno considerado como una tierra de nadie entre Israel y Cisjordania, a 35 kilómetros al oeste de Jerusalén. Es mediodía y no hay un alma en la calle en este vergel jalonado de casitas y jardines con palmeras y buganvillas. El parloteo de los pájaros y las risas de los niños que llegan de la escuela del pueblo no turban la apariencia idílica de la única localidad donde judíos y palestinos con nacionalidad de Israel han elegido vivir juntos. Neve Shalom o Wahat as Salam —su nombre en árabe— significa “oasis de paz”, pero el espejismo de serenidad que contiene ese nombre se desvanece pronto por el rugido de un avión de combate en dirección a Gaza.

La guerra que está arrasando el enclave palestino, a 50 kilómetros al sur, retumba en este feudo de utopía cuyas puertas antes se cerraban de noche, pero que ahora están selladas también de día. “Después del ataque del 7 de octubre, cerramos las puertas para protegernos de Hamás. Después, también de los extremistas judíos”, explica Eldad Joffe, el presidente del consejo municipal del pueblo, de 68 años. Ya antes de ese día y de la guerra en Gaza, esta comunidad había sufrido actos de odio. En 2020, radicales judíos prendieron fuego al edificio de su Escuela para la Paz, un centro de estudios que organiza cursos y seminarios para promover el diálogo entre judíos y palestinos. Unos días después, la biblioteca del pueblo amaneció reducida a cenizas. En 2012, varios coches fueron pintarrajeados con una frase: “Muerte a los árabes”.

El estallido de la guerra, que suscita un apoyo entre la población judía que algunas encuestas sitúan cerca del 90%, acentúa la excepcionalidad de esta comunidad en un país cuya tendencia en los últimos años ha sido la derechización. También la normalización de los partidos ultraderechistas coaligados con el primer ministro, Benjamín Netanyahu, que defienden la deportación de los árabes “desleales” a Israel. En apenas un cuarto de siglo, el porcentaje de población judía que se define de derechas había pasado ya antes del 7 de octubre del 40% al 62%, un dato que se eleva al 70% entre los jóvenes de entre 18 y 24 años.

En Neve Shalom viven 40 familias de palestinos israelíes y 40 judías, alrededor de 350 personas. Los niños estudian juntos hasta concluir la primaria un programa bilingüe árabe-hebreo en una escuela que acoge también a alumnos de los pueblos palestinos de Cisjordania y judíos de Israel cercanos. Los cargos de la comunidad, cuya organización se asemeja al modelo cooperativo de los kibutz, se reparten entre árabes y judíos.

Niños palestinos y judíos posan juntos en el recreo del colegio, junto a su profesor, en Neve Shalom.Jaime Villanueva

“Nosotros somos diferentes”, afirma Nava Sonnenschein, de 70 años, en las oficinas de la administración del pueblo. “Nos importa que maten a judíos y que maten a palestinos. Sentimos dolor por los rehenes de Hamás y por las personas bombardeadas en Gaza”, asegura esta mujer. La familia de Sonnenschein fue la segunda en instalarse en esta colina, en 1979, cuando todavía era un erial sin alcantarillado, luz eléctrica ni teléfono. “Fuera de aquí”, añade Eldad, “no podríamos expresar solidaridad con los palestinos”. Muchos de los adultos que viven en Neve Shalom son profesionales liberales, con un pasado pacifista o en la menguante izquierda israelí.

En Israel, hay otras ciudades de población mixta judío-palestina, pero su conflictiva cohabitación no ha sido una elección, sino un resultado del conflicto. En 1948, tras la creación de Israel y la primera guerra árabe-israelí, la minoría de palestinos que no huyó o fue expulsada durante la Nakba (el éxodo forzado), siguió viviendo en ciudades como Nazaret, Acre, Lod y Jaffa, entre otras. Esos “palestinos del 48″ —así se los conoce—, que adquirieron luego la nacionalidad israelí, constituyen el 21% de la población. Sobre el papel tienen los mismos derechos que los judíos, como el voto. En realidad, sufren una discriminación estructural.

En el oasis de paz de Neve Shalom, las “relaciones entre las dos comunidades no han empeorado” desde el 7 de octubre, asegura su fundadora. Los vecinos han celebrado desde entonces reuniones para tratar de lidiar con el duelo por el ataque de Hamás y la guerra en Gaza. La Escuela para la Paz del pueblo ha colaborado también “con organizaciones locales de derechos humanos llamando a evitar dañar a civiles de ambos bandos”, precisa un documento de la escuela, que critica tanto las “atrocidades cometidas por Hamás”, como “la respuesta letal y vengativa” de Israel en Gaza.

Rayek R. Rizek posa en Neve Shalom ante el libro del que es autor, 'El oso hormiguero y el jaguar', el 5 de diciembre. Jaime Villanueva

Dolor

La estampa de civiles con rifles automáticos en bandolera, habitual en Israel, es impensable en Neve Shalom, pero el pueblo no es un edén ajeno al entorno ni sus habitantes son inmunes a una polarización que la guerra ha acentuado. Rayek Rizek está sentado rodeado de gatos en el patio del café que regenta en el pueblo, donde vive desde hace casi 40 años. Cristiano ortodoxo nacido en Nazaret, Rizek es un “palestino del 48″, pero su nacionalidad israelí es para él “un trozo del papel”. Sus recuerdos son una historia de dolor, que desgrana mientras los aviones israelíes no dejan de atronar. El hombre, de 68 años, señala en dos direcciones opuestas: “Despegan de una base que está a 15 kilómetros. Van a Gaza y a la frontera con Líbano”.

Una niña entra, saluda en hebreo y saca un refresco de una máquina dispensadora. Rizek le contesta y luego alaba que todos sus vecinos “reconozcan la ocupación israelí” de los territorios palestinos. Después admite que, desde el día del ataque de Hamás, apenas habla “con nadie” en el pueblo. “Lo que pasó el 7 de octubre no empezó ese día. Israel nos ha masacrado durante décadas y perpetrado crímenes tan odiosos como los de Hamás. ¡Y todavía algunos vienen aquí a preguntarme si es verdad que Hamás está impidiendo a los civiles de Gaza que huyan hacia el sur, como dice Israel!”, se indigna.

No muy lejos de allí, Orr, de 40 años, cuida a sus dos hijas y a una amiga de las niñas. La mayor, de 10 años, asegura, mientras se come un helado, que es “divertido estudiar en árabe y tener amigos palestinos”. Orr abre mucho los ojos cuando se le pregunta si invita a niños palestinos a los cumpleaños de sus hijas: “¡Claro!”.

Esta madre define su pueblo como “una burbuja”. Cuando los niños acaban primaria, tienen que estudiar en institutos de secundaria fuera de la localidad. A los 18 años se enfrentan a lo que Nava Sonnenschein define como un “dilema”: el servicio militar obligatorio para hombres y mujeres, del que los árabes israelíes están exentos. Los judíos que han crecido en esta comunidad pacifista pueden ser enviados a bombardear Gaza o a unidades de inteligencia al hablar árabe.

Carteles en árabe y en hebreo en Neve Shalom, el pasado 5 de diciembre. Jaime Villanueva

Otra mujer se acerca a Orr. Enseguida empieza a justificar la guerra de Gaza con un discurso parecido al oficial. Cuando se le pregunta por los al menos 17.000 muertos causados por la ofensiva militar israelí —según datos de las autoridades sanitarias de la Franja—, sostiene que Israel “trata de proteger a los civiles, a quienes Hamás usa de escudos humanos”. “Dime qué otra cosa podemos hacer. Nos estamos defendiendo”, concluye.

La noche cae sobre Neve Shalom y Neriya Mark aparece conduciendo un pequeño utilitario. “A veces la tierra tiembla” por los bombardeos en Gaza, lamenta esta mujer de 35 años. Mark nació aquí, se educó en la escuela local y habla árabe. Tiene un hijo de dos años y está embarazada del segundo. Vive encima de la casa de sus padres, una vivienda acogedora donde ofrece un café, mientras la perra Maga corretea bajo la mesa. “No todos aquí son pacifistas”, deplora esta israelí.

Neve Shalom nació con vocación de modelo, pero los intentos de fundar localidades similares han fracasado, fundamentalmente porque a los árabes se les veta casi siempre adquirir tierras. “Este pueblo ha sido posible porque estos terrenos pertenecían a la Iglesia católica”, explica Eldad Joffe. La comunidad fue fundada en tierras inicialmente arrendadas al cercano monasterio de Latrún por Bruno Hussar, un sacerdote judío convertido al catolicismo. Para sus críticos, el fracaso de este lugar es que sigue siendo una excepción. Roi Silberberg, director de su Escuela para la Paz, matiza que el “objetivo del pueblo es existir”. En las páginas de El oso hormiguero y el jaguar, el libro que escribió Rayek Rizek sobre esta localidad, se lee que estas personas no buscan la utopía, sino “avanzar hacia un mundo mejor”.

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