Severodonetsk, destrucción y éxodo en la Ucrania tomada por Rusia: “La ciudad era maravillosa, ahora casi no hay vida”

EL PAÍS viaja a la zona controlada por tropas rusas desde hace más de un año. Los pocos habitantes que quedan tratan de retomar sus vidas con el constante ruido de la artillería del frente

El jefe de la administración impuesta por Rusia en Severodonetsk, Nikolái Morgunov, durante una entrevista el 30 de octubre.Foto: Javier G. Cuesta | Vídeo: EPV
Severodonetsk -

Tras los muros del santuario de Lesnaya Dacha se encuentran las tumbas de casi 400 personas, todos ellos civiles fallecidos en la batalla del año pasado por la ciudad de Severodonetsk, en la provincia ucrania de Lugansk. El silencio de aquel bosque de sepulturas lo rompe el estruendo de las constantes explosiones que llegan de detrás de la colina donde se alza la ciudad gemela de Lisichansk, que hace frontera con el estancado frente...

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Tras los muros del santuario de Lesnaya Dacha se encuentran las tumbas de casi 400 personas, todos ellos civiles fallecidos en la batalla del año pasado por la ciudad de Severodonetsk, en la provincia ucrania de Lugansk. El silencio de aquel bosque de sepulturas lo rompe el estruendo de las constantes explosiones que llegan de detrás de la colina donde se alza la ciudad gemela de Lisichansk, que hace frontera con el estancado frente. Y en aquel cementerio no se observa ninguna corona de flores con los colores de la bandera rusa, a diferencia de otros camposantos que lindan con el camino a aquel territorio desde la región rusa de Bélgorod. Allí, algunos ramos con la tricolor despiden a los vecinos que sirvieron en su ofensiva sobre Ucrania.

La mayor parte de la región de Lugansk fue arrebatada a Ucrania en la guerra de Donbás de 2014 y 2015, aunque su anexión sobre el papel por Rusia el pasado año no la reconocen ni siquiera —salvo Siria y Corea del Norte— los socios del Kremlin, como China y la India, que reclaman restaurar la integridad territorial de Ucrania. Ello explica que la destrucción aparezca de forma súbita poco antes de llegar a la demarcación con la siguiente región ucrania, Járkov. Allí los frondosos bosques son sucedidos por un campo ennegrecido por las cenizas y los miles de troncos arrancados durante la batalla en febrero de 2022, y una sucesión de casitas y fábricas destruidas anticipa la entrada a Severodonetsk, donde no se ve un alma en unas calles reducidas a escombros.

“La ciudad era maravillosa, ahora prácticamente no hay vida. Solo ancianos y discapacitados. Eso es todo”, lamenta Andréi, un hombre de 64 años que perdió una pierna durante los combates por Severodonetsk desde marzo a junio del pasado año. “Eché una mano durante los bombardeos, llevaba pan y medicinas en bicicleta. Fui herido y los rusos me llevaron a Lugansk, donde me amputaron la pierna”, explica en su pequeño puesto del mercado central donde vende cigarrillos electrónicos.

Decenas de personas recorren el mercado central de Severodonetsk, el pasado 31 de octubre. Javier G. Cuesta

Parte de la familia de Andréi, incluida su nieta, vive ahora en Alemania y no cree que regresen nunca. “Es una lástima. Bueno, imagino que cada uno elige su propio destino”, suspira con amargura. En Severodonetsk vivían más de 105.000 personas antes de la guerra, aunque se quedaron unas 8.000 durante la batalla, “los que no pudieron huir”, el mantra que repite todo el mundo, y actualmente son 32.000, según la administración impuesta por el Kremlin en la ciudad.

Salvo el centro, donde hay algo de vida, el resto de la ciudad está vacía. Sus jruschiovkа, los tradicionales bloques prefabricados soviéticos de cinco pisos que poblaron todas las ciudades de la URSS, están destrozados y muchos de ellos minados, y cuando anochece y comienza el toque de queda, apenas tres o cuatro luces iluminan sus decenas de ventanas.

“Es como un circo. Sal de las calles centrales. En ellas está todo genial, pero más allá todo está destruido, roto”, deplora Andréi, aunque sus dardos también llegan a Kiev y Europa. “Lo estropearon todo con nosotros, los rusoparlantes. Entiendo ucranio, escribo ucranio, pero no me obligues a hablar en ucranio. Amo el idioma, es hermoso, pero no es necesario venir aquí y obligar a nadie a hablarlo”, subraya el hombre, quien echa de menos los tiempos soviéticos, cuando aún existía una boyante industria química. “Europa lo pasará mal sin Rusia, los americanos os están engañando. Puede que España no sufra en invierno, pero el resto sí”, advierte Andréi tras lamentar que tampoco esperan tener calefacción en la ciudad “por segundo invierno consecutivo”.

Presencia militar omnipresente

Nadie habla en público en ucranio. El ambiente no invita a hacerlo. Los militares rusos son omnipresentes y un miembro de la administración local toma nota de las personas entrevistadas.

La batalla por Severedonetsk entre Rusia y Ucrania ―que defendía la plaza―, comenzó en marzo de 2022. “Un tanque ucranio disparó contra mi casa, le molestaba”, dice visiblemente emocionado Vladímir, de 25 años. Decidió quedarse en Severodonetsk pese a que su familia vive en Portugal desde hace siete años. También reconoce que muchos de sus conocidos han luchado por Ucrania. “Cuando hablamos no lo hacemos desde la política, sino de persona a persona. Muy poco depende de la gente corriente”, afirma tras admitir que esta guerra ha supuesto una ruptura con muchos de los suyos.

Vladímir trabaja en las reparaciones, el único sector que mantiene activa a la población de Lugansk. El Kremlin ha invertido muchísimo dinero en los territorios conquistados para ganarse el apoyo de quienes aún quedan allí. Las nuevas carreteras de la región son uno de los máximos exponentes de esta política, cuyos efectos se multiplican porque una de las principales quejas de la población es que Kiev había dejado de invertir en la zona en las últimas tres décadas.

“Durante 30 años no se reparó nada. Ni guarderías, ni escuelas. La casa en la que vivo fue construida en 1980 y nunca había sido renovada. Las tuberías están podridas, todo está podrido”, dice Svetlana, de 58 años, en su tenderete del mercado. Junto a ella trabaja Liudmila, de 68, quien confía en las promesas de Rusia: “el presidente Vladímir Putin nos dijo que la ciudad será mejor de lo que era”. No obstante, admite que es pronto para valorar el apoyo ruso y que las carencias son enormes, además de que faltan medicamentos, “no hay trabajo. Cuando haya, la gente regresará”.

En una de las jruschiovkа arrasadas malvive Oleg, de 59 años. “Quien pudo irse, se fue. Quien no, se escondió en los sótanos”, cuenta este hombre solitario. Sin parientes, volvió a su hogar tras la batalla. Allí se encontró un bloque totalmente en ruinas con los restos de un tanque ucranio bajo uno de sus arcos. Tras intentar pasar una noche en su hogar, se mudó al bajo. “Mi casa estaba en el octavo piso, pero era imposible vivir allí. Se inundaba al llover, algo se quebró por la noche, daba miedo”, recuerda. Un par de vecinos también viven allí “sin agua, luz ni calefacción”.

Los restos de un tanque ucranio permanecen bajo el arco de un edificio devastado en un barrio exterior de la ciudad de Severodonetsk el pasado martes.Javier G. Cuesta

Más de media ciudad no es bienvenida

Severodonetsk es gobernada por una autoridad impuesta desde Rusia. El alcalde, Nikolái Morgunov, fue miembro del prorruso Partido de las Regiones del huido expresidente Víktor Yanukóvich hasta que, en mayo de 2014, se pasó al lado separatista ruso. En aquellos tiempos fue edil de Brianka, una ciudad donde actuó uno de los batallones prorrusos más violentos, el URSS Brianka. Varios de sus miembros denunciaron en Rusia que se cometieron numerosas torturas y asesinatos entre la población local.

“Los primeros miembros de la administración [rusa] se incorporaron en julio del año pasado, la situación era aterradora. La ciudad había resultado destruida en un 80% (...) no había agua, electricidad ni gas”, relata Morgunov en la sede del ayuntamiento, donde aún son visibles las marcas de la metralla y los agujeros de bala. “Además, todavía había cadáveres insepultos de civiles en las calles, y en los patios había unas 250 tumbas, la gente no podía enterrar a los suyos”, añade.

Morgunov hace hincapié en que las fuerzas ucranias bloquearon las calles con coches destruidos y minaron numerosos edificios, y “trataron de asustar” a la población para que abandonase la ciudad ante la inminente batalla entre sus casas. Según sus cálculos, 92 de cada 100 habitantes huyeron, aunque no desea la vuelta de todos.

“Hay personas que abandonaron deliberadamente Severodonetsk y se dirigieron a Ucrania. ¿Les esperaremos? No. Las personas que viven aquí hoy, que han regresado, son las que tienen derecho a construir su futuro”, advierte Morgunov, y añade: “Todos tuvieron la oportunidad de volver, todos tuvieron la oportunidad de no abandonar esta tierra. Algunos se asustaron, algunos se dejaron convencer, algunos cedieron”. Morgunov, que acusa al antiguo alcalde ucranio de haber puesto personalmente una mina antitanque en su despacho, estima que más de 1.000 civiles murieron durante los combates.

2014, fecha maldita

Los ocho años transcurridos desde la guerra de Donbás han alterado profundamente la situación política de la región: cientos de miles de personas proucranias dejaron atrás sus hogares para marchar a Europa o al oeste del país. Por su parte, gran parte de la población que se quedó ha esperado todos estos años su anexión por Rusia para salir de su limbo legal. Además, suelen situar las protestas de Maidán de 2014 como el origen de la guerra pese a las fricciones anteriores con Moscú —incluidas las crisis del gas de 2009 y 2010, y el envenenamiento del líder proeuropeo Víktor Yuschenko en 2004—.

La ciudad de Lugansk (unos 430.000 habitantes, según las autoridades rusas), muy lejos del frente, podría pasar por una urbe normal salvo por algunos pequeños detalles, como los gigantescos altavoces de sus alarmas antiaéreas. La capital regional bulle de vida, y a diferencia de Severodonetsk, muchísimos niños juegan en sus parques.

Para sus habitantes, su fecha fatídica es el 2 de junio de 2014, cuando un avión de las fuerzas aéreas de Ucrania bombardeó el parque central matando a ocho civiles. “Costaba entender que —en el aparato— no estuviera la bandera rusa, sino la ucrania. Consideramos aquel día el comienzo de la guerra de Ucrania contra la pacífica Donbás”, cuenta Nikolái, de 60 años, dueño de una tienda de armas de caza junto a su esposa, Tatiana, de 52, que también resultó dañada por un proyectil en otro ataque.

El relato es importante en los dos lados de la guerra. Aunque esta pareja describe la región separatista en los últimos años como “una república bananera”, incide en que las milicias locales “solo” tomaron la sede local del Servicio de Seguridad de Ucrania (SBU) en 2014, a diferencia “del golpe de Maidán”, y apuntan que la irrupción de militares rusos en Donbás en abril de aquel año, las escaramuzas y la batalla por el aeropuerto de Donetsk de mayo era algo “lejano” para ellos. Además, pocos reconocen el rostro de una estatua alzada en el centro de Lugansk en homenaje “a los voluntarios”. El militar abrazado por una niña no es otro que Dmitri Utkin, el principal comandante de la compañía de mercenarios Wagner hasta su muerte este verano junto al rebelde Yevgueni Prigozhin en una catástrofe aérea sin aclarar.

Algunos soldados de hoy eran niños en 2014 y su infancia ha estado marcada por la guerra. Yevguenia es una voluntaria rusa que teje redes de camuflaje para el ejército, lo que considera “ayuda humanitaria”. Presenta a dos soldados en su tiempo de descanso en Lugansk.

“Cada hombre debe defender su patria”, dice Andréi, de 22 años y militar desde los 19, cuando se alistó bajo la autoproclamada república. El combatiente remonta su decisión al 26 de julio de 2014, cuando durante el cumpleaños de su abuelo comenzó el asalto del aeropuerto junto al que vivían. “En nuestro pueblo no había ningún soldado y dispararon contra el jardín de infancia. ¿Por qué?”, apunta.

“Mucha gente de Lugansk se ha olvidado de la guerra porque ya está lejos”, admite. “Todo el mundo quiere vivir, todo el mundo tiene miedo”, afirma, opinión que comparte su compañero, de 34 años. “Ucrania no ha existido como tal. Lee la historia. Esto era el Rus de Kiev, la historia se repite”, agrega el militar, también llamado Andréi, antes de mostrarse pesimista sobre el futuro. “¿Qué será lo próximo? ¿Europa contra nosotros?”

La conversación se limita a conocer sus motivaciones: las leyes rusas persiguen con la cárcel cualquier difusión de información que pueda revelar secretos militares y, como ellos dicen, su labor se limita a “sobrevivir y cumplir órdenes”.

Entre Lugansk y Severodonetsk existe un remanso de paz, Shastia, una pequeña ciudad donde los combates fueron breves. Allí, en una placita donde aún es visible un cráter, dos mujeres pasean con sus hijos. “No hay un motivo para elegir entre vivir en Rusia o en Ucrania. Lo principal para mí es que haya silencio, que mis hijos no escuchen disparos, bombardeos y todo eso; que mis hijos estudien”, afirma Yulia, de 34 años y vecina de Kramatorsk (ciudad de Donetsk controlada por Ucrania), que aguarda en aquel pueblo junto a su familia a poder regresar a su hogar.

“No hemos desecho las maletas (...) Quiero paz, estoy cansada de esto. Esta no es mi casa, lo hemos dejado todo atrás”, añade. Tanto ella, como su amiga Yelena, de 37 años y tres hijos, tienen pasaportes rusos. “Hay que alimentar a los niños, hay que vivir. Con un pasaporte ucranio no puedes conseguir trabajo en ningún lado”, apunta Yulia.

Los habitantes de la provincia de Lugansk suelen quejarse de que apenas reciben ayuda humanitaria. “Nos prometieron montañas de oro, pero recibimos 500 rublos (unos cinco euros) al mes, ¿disculpe?”, lamenta Oleg entre las ruinas de Severodonetsk, donde sueña con obtener unas botas nuevas y un móvil para retomar el contacto con sus conocidos, incluso en lado ucranio.

Uno de los puntos donde se entrega ayuda humanitaria es el santuario de Lesnaya Dacha. Allí ha llevado algunos recursos Yevgueni. “Necesitan medicamentos y material de construcción para tapar las ventanas”, explica antes de afirmar que los rusos “luchamos por los nuestros, por nuestra lengua”.

La iglesia salió indemne de los bombardeos, aunque algunos iconos de su colección tienen agujeros de metralla. “Siempre hay una razón para la guerra”, afirma su antigua madre superiora, Liubov Alekseyevna, de 68 años, quien culpa directamente a Ucrania de haber provocado el conflicto “con el cierre de sus iglesias”. “Siempre caminamos con Dios y siempre ganamos con Dios”, asevera suavemente mientras en el aire retumban a lo lejos las explosiones de la artillería. Al mirar hacia allá, tras las vallas de la ermita, se alza el bosque de cruces donde yacen cientos de inocentes “mártires”, como los llama, de esta guerra.

La religiosa Liubov Alekseyevna muestra los iconos del santuario de Lesnaya Dacha, en Severodonetsk.Javier G. Cuesta

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