Yenín, una operación más política que militar

Varios analistas defienden que Netanyahu aprobó la incursión para contentar a sus ministros más radicales y a los colonos. En el campamento de refugiados, ha dejado más odio y ganas de venganza

Un niño observa los destrozos causados en una casa por la operación militar israelí en el campo de refugiados de Yenín, el 6 de julio.Foto: ZAIN JAAFAR (AFP) | Vídeo: EPV

En su casa del campamento de refugiados en Yenín, ya vacía de los soldados israelíes que la tomaron el martes, Abdel Karim Mansur busca una foto en un grupo de WhatsApp. En ella, 24 militares israelíes posan frente al doble arco de entrada al campamento, imitando la que se hizo semanas antes el grupo armado local que más jóvenes atrae, las Brigadas de Yenín, con pasamontañas, rifles automáticos y una frase: “Aquí no vais a entrar”. “Es todo lo que ha...

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En su casa del campamento de refugiados en Yenín, ya vacía de los soldados israelíes que la tomaron el martes, Abdel Karim Mansur busca una foto en un grupo de WhatsApp. En ella, 24 militares israelíes posan frente al doble arco de entrada al campamento, imitando la que se hizo semanas antes el grupo armado local que más jóvenes atrae, las Brigadas de Yenín, con pasamontañas, rifles automáticos y una frase: “Aquí no vais a entrar”. “Es todo lo que han conseguido. Una foto, mostrar que han entrado”, lamenta Mansur (56 años) junto a la pared bombardeada y los sofás rajados. “¿Por qué tiene que pagar mi familia los platos rotos de la política interna israelí?”.

Analistas israelíes comparten su sensación: que la operación de esta semana en Yenín ―la primera en casi dos décadas en Cisjordania con bombardeos aéreos y semejante despliegue de tropas― ha sido ante todo una demostración de fuerza guiada por consideraciones más políticas que militares. Y que el primer ministro, Benjamín Netanyahu, la aprobó para apaciguar a sus ministros más ultranacionalistas y al liderazgo del movimiento colonizador en Cisjordania, que comparten ideología política y lugares de residencia.

Unos y otros llevaban meses exhortando a Netanyahu a hacer algo, con llamamientos como el de Itamar Ben Gvir, ministro de Seguridad Nacional, a matar “no a uno ni a dos, sino a decenas, cientos o, si hace falta, miles de terroristas”; el de Bezalel Smotrich (Finanzas) a “vaciar la ciénaga”, o el de Orit Struck a “poner orden” para “proteger la vida civil en Judea y Samaria”, en referencia a los colonos en Cisjordania. Struck es la titular de Misiones Nacionales que recientemente comparó a las fuerzas de seguridad con el Grupo Wagner por criticar la quema por colonos de decenas de casas y coches palestinos.

“La utilización política que se ha hecho del ejército parece esta vez aún más burda. La impresión es que el principal motivo de la decisión […] fue la presión que los colonos aplicaron al Gobierno, en vista del deterioro de la situación de seguridad en las carreteras de Cisjordania. Y no es nada seguro que la operación en Yenín resuelva ese problema específico”, analizaba este viernes Amos Harel, comentarista de asuntos de Defensa del diario Haaretz.

El Ejército tenía el plan de actuación preparado desde hace un año, pero era reacio a una operación de este tipo. Desplegar soldados durante días en las calles suele aumentar las bajas propias, las víctimas civiles y las condenas internacionales. Por eso, prefería el sistema habitual: redadas breves ―generalmente de madrugada y apoyadas por fuerzas de incógnito― para efectuar arrestos y salir. Los jóvenes del campamento, algunos de los cuales también atentan en Israel y en las carreteras y asentamientos de Cisjordania, siempre reciben a los blindados con piedras, cócteles molotov y armas de fuego, pero rara vez logran matar soldados, dada la desproporción de medios. Si la incursión se embrolla, el número de palestinos muertos, entre milicianos y civiles, puede llegar a 11, como en febrero en Nablus.

El mes pasado, sin embargo, un acorazado israelí resultó dañado por un explosivo trampa activado con un cable. Los soldados en su interior salieron heridos y un helicóptero abrió fuego, por primera vez en Cisjordania en casi dos décadas, para apoyar la evacuación de las tropas. Siete palestinos murieron y los mandos castrenses llegaron a la conclusión de que el explosivo casero era más desarrollado de lo habitual y se inclinaron por hacer algo.

Solución de compromiso

El resultado fue una suerte de solución de compromiso entre unos y otros: 48 horas de operación con un número relativamente bajo de muertos tanto palestinos (12, al menos la mitad milicianos) como propios, un suboficial. Los bombardeos aéreos fueron “limitados, tanto en el número como en la carga [explosiva] empleada”, señaló en una videoconferencia con periodistas el portavoz internacional del Ejército, Richard Hecht, en el primer día de operación. El estado de los edificios apunta en ese sentido.

En el hospital estatal de Yenín, ya fuera del campamento y mientras transcurría la operación, algunos jóvenes confesaban que habían burlado el cerco tras dejar escondidos sus fusiles. Algo de lo que, obviamente, es consciente el ejército israelí, con sus drones de vigilancia y sus fuentes sobre el terreno. Mansur, de hecho, recibió en su móvil un WhatsApp con una viñeta en árabe que presenta a las Brigadas como animales huyendo hacia el hospital, en vez de defender el campamento. Proviene de un número desconocido con la bandera israelí como avatar. Los palestinos de la zona suelen recibir mensajes anónimos con instrucciones o propaganda durante las operaciones.

Viñeta enviada por WhatsApp que ridiculiza a las Brigadas de Yenín huyendo al hospital.Antonio Pita

“El ejército percibe el rechazo de los terroristas a pelear hasta la muerte como cobardía, un signo de debilidad”, señala Nahum Barnea, el comentarista más influyente del diario Yediot Aharonot. “Pero puede verse de otra forma: en vez de luchar desde una posición de inferioridad contra los combatientes del ejército israelí, mejor entrenados, los terroristas optaron por centrarse en lo que mejor saben hacer: disparar a colonos y soldados desde coches. Su huida evitó bajas en el ejército y víctimas civiles”.

Un día después de la retirada israelí, un miembro del brazo armado de Hamás mató con una pistola desde un coche a un soldado “en respuesta a la agresión contra Yenín”. Lo hizo en la colonia de Kedumim, en la que reside Smotrich. Luego difundió un vídeo en la que advierte al ministro ultraderechista: “Casi tocamos a tu puerta”. El autor fue abatido tras huir a pie. Este viernes, soldados israelíes mataron a otros dos milicianos en una redada en la ciudad de Nablus, y a un tercero en el pueblo de Umm Safa.

El mensaje en Israel es triunfalista. En una base militar cercana se expusieron para la prensa las armas y los centenares de balas y explosivos incautados en la operación, a lo que las Brigadas respondieron con un vídeo propagandístico preparando nuevos explosivos. El ministro de Defensa, Yoav Galant, la ha calificado de “exitosa, precisa y valiente”, y Netanyahu ha asegurado que “cambia la ecuación con el terrorismo”, igual que en 2021 con Hamás, en la ofensiva Guardián de los Muros, y en mayo con la Yihad Islámica en Gaza, con Escudo y Flecha. Algo que, a juicio de Zvi Barel, comentarista de asuntos de Oriente Próximo de Haaretz, “no se cree una sola persona sensata en el ejército, el Shin Bet [servicios secretos] o incluso los círculos silenciosos de la derecha”. Barel ve más bien “una operación para la galería” engendrada por la dependencia de Netanyahu de sus socios ultranacionalistas que “ha servido al menos para limpiar las babas a los perros de caza que aúllan en su Gobierno”.

También clama victoria un miliciano que regresa a su casa con la cabeza y el brazo vendados, un M-16 al hombro, cinco cargadores y una cinta en la frente de las Brigadas de Yenín. “No puedo hablar mucho. Estoy muy cansado de no dormir estos días”, advierte. Sin dar su nombre, interpreta la operación israelí como un fracaso. “Usaban drones porque tenían miedo a salir a las calles, así que se escondían en las casas, donde saben que no queremos disparar. Decían que había algo enorme en el campamento y lo único que han conseguido es destruir casas y calles”. Durante los entierros, los milicianos en Yenín lanzaban el mismo mensaje disparando al aire con fusiles M-16 y Kaláshnikov.

La mayoría de muertos nacieron en los 2000, sepultado ya el horizonte de paz. Los cuatro que la Yihad Islámica identificó como miembros tienen entre 14 y 19 años. El más joven era Nureddín Marshud y su padre, Hussam, se seca las lágrimas con la mascarilla en el hospital estatal.

Hussam Marshud, en el hospital estatal de Yenín, este martes.Antonio Pita

“Israel le daba permiso para acompañarme cuando yo entraba [a trabajar]. Un día, hace tres años, se sentó y me dijo: ‘quiero encontrar un trabajo para ayudarte”, señalaba. Israel ha difundido una foto suya con un M-16, una exhibición habitual entre los jóvenes del campo. Un amigo que estaba a su lado, Odei, insiste en que iba desarmado cuando recibió el disparo y muestra una foto.

Foto de la muerte de Nureddín Marshud, según su amigo Odei, en el hospital estatal de Yenín, este martes.Antonio Pita

En la misma franja de edad (17 años) está Ahmed, hijo de Abdel Karim Mansur. Viene del entierro de uno sus amigos. Cuenta que los soldados lo interrogaron y mantuvieron horas esposado y con los ojos vendados. “Lo primero que hicieron al subirme al piso de arriba fue obligarme a acercarme a la ventana”, recuerda. Solo entonces, sus tiradores forzaron las rejas y tomaron allí posiciones.

― Ahora odio más a los israelíes. Si matan a mi amigo, pues me dan ganas de vengarme. Si todo sigue igual, seré combatiente.

― “Quiere ser ingeniero, estudiar ingeniería”, tercia su madre, Asma.

― “Es verdad”, se corrige Ahmed, “voy a ser ingeniero”.

― Bueno, en realidad ahora está diciendo lo que yo quiero...

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