Tanques contra cebollas: Erdogan enarbola el poderío turco ante las críticas a su gestión económica
El presidente sube el sueldo a los funcionarios, decreta la gratuidad del gas y anuncia hallazgos de petróleo y oro durante la campaña electoral para tratar de remontar en las encuestas
“Nosotros decimos TOGG [el nuevo automóvil turco], y estos tipos dicen cebollas. Nosotros decimos TCG Anadolu [el nuevo portaaviones nacional], y estos tipos dicen ajos”. Con estas palabras, el vicepresidente del partido gobernante AKP, Numan Kurtulmus, pretendía atacar a la oposición turca, aunque, involuntariamente, describía perfectamente los debates que han centrado la campaña para las elecciones de este domingo. El Gobierno de Recep Tayyip Erdogan ha enfocado su discurso en subrayar sus logros, particularmente ...
“Nosotros decimos TOGG [el nuevo automóvil turco], y estos tipos dicen cebollas. Nosotros decimos TCG Anadolu [el nuevo portaaviones nacional], y estos tipos dicen ajos”. Con estas palabras, el vicepresidente del partido gobernante AKP, Numan Kurtulmus, pretendía atacar a la oposición turca, aunque, involuntariamente, describía perfectamente los debates que han centrado la campaña para las elecciones de este domingo. El Gobierno de Recep Tayyip Erdogan ha enfocado su discurso en subrayar sus logros, particularmente en el campo de la industria militar y en el poderío alcanzado por Turquía en la esfera internacional. La oposición, en cambio, ha dirigido sus críticas a las políticas económicas y el alto precio de los productos básicos —la inflación interanual supera el 40%, según datos oficiales; el 100%, según cálculos independientes—, una de las cuestiones que podrían provocar la derrota de Erdogan tras 20 años en el poder.
“Vamos al mercado y volvemos con las bolsas vacías, no tenemos con qué llenar nuestras cazuelas”, se queja Semra, ama de casa. A su lado, la jubilada Nazli coincide con ella: “Recorro cinco o seis supermercados, pero ¿cómo voy a comprar cebollas a 20 liras el kilo [en torno a un euro]? Hace dos años que no me compro una prenda de ropa. Si quieres me saco los zapatos y te enseño cómo tengo los calcetines”. En un país en el que algo más de la mitad de los trabajadores cobra el salario mínimo (8.506 liras o unos 400 euros), hacer la compra se ha convertido en un verdadero suplicio.
En Estambul resulta casi imposible encontrar carne picada por menos de 300 liras el kilo (unos 14 euros), entre dos y tres veces lo que costaba hace un año. Y eso que es la base de muchas comidas turcas —desde los kebab a los köfte (albóndigas) o los dolma y sarma (verduras rellenas de arroz y carne)— y la principal forma en que los turcos consumen carne, por ser la más barata. Esa es la razón por la que estas dos señoras votarán por el candidato opositor, el centroizquierdista Kemal Kiliçdaroglu: “Apoyamos a diferentes partidos, pero votaremos por Kemal”, dice Nazli. “No es que estos [el AKP de Erdogan] no hayan hecho cosas buenas, las han hecho —añade Semra—, pero es necesario un cambio”.
La crisis económica que sufrió Turquía en el cambio de siglo, tras años de desgobierno financiero, propulsó a Erdogan al poder a finales de 2002. Y una de las razones que lo han mantenido en el Gobierno es su gestión económica, especialmente el crecimiento experimentado durante su primera década. Sin embargo, en su segunda década en el poder, esa imagen de buen gestor se ha ido desvaneciendo: Turquía ha seguido registrando grandes incrementos del PIB (entre el 3% y el 8,5% anual antes de la pandemia), pero el poder adquisitivo de la gente corriente se ha estancado o ha disminuido. Esto se debe a que el Gobierno ha centrado sus esfuerzos en sectores menos productivos como la construcción (tanto de vivienda como de infraestructura), beneficiando a grandes empresas cercanas a los islamistas (“la banda de los cinco”, como la califica la oposición) y creando un sistema fuertemente clientelar.
Además, a medida que amasaba el poder en sus manos, Erdogan ha incrementado su interferencia en la política monetaria, forzando continuos cambios en la dirección del banco central y reducciones de los tipos de interés. Esto ha disparado la inflación y hundido la moneda turca: la lira ha perdido el 90% de su valor en los últimos 10 años, lo que a su vez repercute negativamente en los precios, porque Turquía debe importar la mayoría de los bienes necesarios para producir (desde combustibles y materias primas a productos semielaborados y patentes).
Uno de los sectores con cierto valor añadido y proyección internacional en los que sí ha despuntado Turquía en los últimos años ha sido la industria militar, y por eso Erdogan trata de sacar pecho. Durante las últimas semanas ha presentado el nuevo tanque Altay, el nuevo caza ligero Hürjet, el nuevo dron armado Akinci o el nuevo buque de asalto anfibio TCG Anadolu (diseñado por la española Navantia).
“Es una obra que muestra nuestro progreso tecnológico y eso a nosotros nos llena de orgullo”, afirmaba, frente al enorme barco, Yasar Karakas, un empleado público y simpatizante de Erdogan llegado desde Erzurum —en la otra punta del país— para la botadura del TCG Anadolu: “Es importante que nuestra nación tenga una fuerza militar lo suficientemente grande para defenderse. Lo primero es la seguridad, luego las cebollas. Podemos pasar con una cebolla en lugar de dos, o con una patata en lugar de cuatro. Pero sin buques como este, no podremos defendernos de nuestros enemigos”.
Muchos de estos proyectos llevaban años en desarrollo, pero su puesta de largo ha coincidido —casualidades de la política— con la campaña electoral. Igualmente, en las últimas semanas, se ha iniciado la venta del TOGG, el primer coche eléctrico de fabricación nacional; se ha producido la carga de combustible en la primera central nuclear del país (construida por una empresa rusa); se ha iniciado el bombeo de gas en las reservas submarinas del mar Negro descubiertas hace tres años y se han anunciado el descubrimiento de reservas de petróleo y oro. Todo esto, arguye el Gobierno, servirá para incrementar la autonomía del país y su poderío a nivel internacional en el segundo siglo de existencia de la República turca —cumple su centenario en octubre—, que anuncian como el “Siglo Turco”.
“El mundo islámico nos mira”
“Turquía no tiene otra opción que mantenerse fuerte y fortalecerse aún más para no caer en la dependencia política y económica. Estamos aquí para abrir las puertas del Siglo Turco junto a nuestra nación, contra los golpistas y los imperialistas globales”, dijo Erdogan en una de sus inauguraciones diarias: “El AKP es mucho más que un partido político, es un movimiento, una causa, una nación y una visión. Todo el mundo islámico está pendiente de lo que ocurra el 14 de mayo”.
Erdogan, con gran influencia en la mayoría de los medios de comunicación del país, ha logrado convencer a muchos votantes de que las dificultades económicas que atraviesa la población no son su responsabilidad, sino que forman parte de un complot, tanto de fuerzas extranjeras como de los enemigos internos. “En todo el mundo hay problemas económicos. Aquí intentan derribar a este Gobierno y acabar con la clase media, y por eso dejan que se pudran las patatas y las cebollas en los almacenes, para que así suba el precio y haya descontento con Erdogan”, sostiene Rabia Arslan, votante del AKP.
Pero a medida que las encuestas han empezado a sonreír a la oposición —Kiliçdaroglu obtendría una ligera ventaja sobre Erdogan en el voto de las presidenciales— Erdogan ha dado rienda suelta al gasto social. Se ha decretado la gratuidad del gas de consumo doméstico durante el mes de las elecciones y descuentos durante un año (y Ankara ha logrado que Moscú retrase el pago de las importaciones gasísticas hasta el año que viene); se ha rebajado un 15% la factura de electricidad; se han incrementado un 36% las pensiones de jubilación mínimas (hasta los 350 euros) y un 45% los salarios de cerca de 700.000 funcionarios. Erdogan ha prometido un segundo aumento de cerca del 50% para los funcionarios que menos cobran si gana las elecciones. Además, se ha comprometido a una nueva subida del salario mínimo en julio tras haberlo incrementado un 50% en enero. También ha copiado varias promesas inicialmente hechas por la oposición, como un programa de ayudas a las familias más necesitadas.
El economista Bilge Yilmaz, profesor la Escuela de Negocios Wharton (EE UU) y probable ministro de Hacienda en caso de una victoria opositora, teme que el estado de las cuentas públicas sea “mucho peor” de lo que se conoce. “La situación es peor que en la crisis de 2001. Las instituciones se han venido abajo, hay una gran incompetencia en los puestos de mando. Los burócratas competentes han sido sustituidos por personas afiliadas a ciertas congregaciones religiosas”, explica en una reunión con periodistas extranjeros a la que asistió EL PAÍS.
Sin embargo, Yilmaz cree que es posible enderezar el rumbo y recuperar la confianza tanto de los mercados internacionales como de las propias empresas turcas para volver a atraer inversiones productivas, al mismo tiempo que se asiste a la población más desfavorecida con programas de ayudas “bien diseñados”. El economista calcula que 30 millones de personas —de los 85 millones de habitantes de Turquía— reciben subvenciones públicas: “Pero están mal repartidas, son programas corruptos, que no bastan para cubrir las necesidades de los beneficiarios y solo generan adicción y relaciones clientelares”.
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