El terremoto político chileno, una alarma para el Brasil de Lula

En un país aún dominado por el atraso cultural, un racismo que se resiste a morir y por la miseria, el peligro de reproducir las dinámicas chilenas se ha vuelto real

El presidente de Chile, Gabriel Boric, el pasado 1 de enero durante la toma de posesión de Lula en Brasilia.RICARDO MORAES (REUTERS)

El Brasil de Lula ha recibido con alarma la noticia de que en Chile la extrema derecha se ha convertido en la primera fuerza del país, lo que Rocío Montes ha calificado en este diario como “terremoto político”. Ello significa que la nueva Constitución, que debería suplantar a la de Augusto Pinochet, estará dominada por las fuerzas derechistas, quebrando las il...

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El Brasil de Lula ha recibido con alarma la noticia de que en Chile la extrema derecha se ha convertido en la primera fuerza del país, lo que Rocío Montes ha calificado en este diario como “terremoto político”. Ello significa que la nueva Constitución, que debería suplantar a la de Augusto Pinochet, estará dominada por las fuerzas derechistas, quebrando las ilusiones de la izquierda progresista.

El mundo político de Brasil que pretende derrotar, con la vuelta de Lula al poder, la desastrosa política de extrema derecha golpista de Bolsonaro va a tener que verse en el espejo de la sorpresa chilena para no resbalar en los mismos errores. La posibilidad de que el Lula resucitado, una especie de Sansón bíblico para derrotar al Goliat de la derecha, pueda caer en los errores de la izquierda chilena no es sólo una quimera. Es un temor legítimo que empieza a incrustarse en la aún turbulenta política posbolsonarista.

Los primeros síntomas habían empezado a aparecer justamente días atrás, cuando Lula se dedicaba en cuerpo y alma a la política exterior llegando a viajar en sus primeros 120 días de gobierno a 11 países, entre ellos, Argentina, Estados Unidos, China, Egipto, Emiratos Árabes, Portugal, España, Inglaterra, además de los que ya tiene en programa de visitar. Y es que mientras Lula se exhibía como un líder mundial, capaz hasta de acabar con la guerra entre Rusia y Ucrania, en el Congreso, donde se amasa la verdadera política local, su Gobierno no ha conseguido aún aprobar un solo proyecto de ley.

La gran preocupación de las fuerzas progresistas en un país hasta ayer herido duramente en sus valores democráticos, aún aturdido por la política extremista y neofascista durante el anterior mandato, es que el nuevo Gobierno, considerado de centro izquierda, no consiga hacerse protagonista en un Congreso en el que el bolsonarismo ha conseguido echar raíces y hasta dominarlo.

Mientras Lula es aplaudido en el exterior, donde aún conserva el prestigio que le dieron sus dos anteriores períodos de gobierno, en Brasil empieza a temerse que sus excursiones planetarias dejen espacio para que en el Congreso, donde se juega la verdadera política, se refuerce una derecha que creció y se envalentonó con Bolsonaro. Una derecha no golpista, pero que empieza a convertirse en un muro que impide al nuevo Ejecutivo implantar su nueva política de apertura democrática y de reformas fundamentales.

Ya no es cuestión de la presencia o no de Bolsonaro. Son la derecha y la extrema derecha como tales las que están haciendo la fiesta en un Congreso que aparece como un muro difícil de derribar por el nuevo Gobierno reformista.

Tan envalentonados están los timoneros del Parlamento y del Senado, que hasta ahora no han permitido que el nuevo Gabinete apruebe una sola de sus reformas. Y ya se empieza a hablar de un paso más, avistando un posible cambio de régimen, dando vida a un verdadero parlamentarismo con un primer ministro. Y todo ello dominado por los tres grandes grupos de presión en el interior del Congreso, como lo son el de los evangélicos, el de las armas y el de los ganaderos, que en los cuatro años de gestión extremista de Bolsonaro no sólo han crecido sino que se han robustecido políticamente. Son ellos los que empiezan a dar las cartas de la nueva política.

Lula va a tener que entender que el Brasil de hoy, sobre todo el del posbolsonarismo, que no se ha ido aunque su líder esté bajo la lupa de la justicia, es muy diferente al que él presidió durante sus ocho años anteriores y parte de los Gobiernos de su colega de partido, Dilma Rousseff.

Es verdad que Lula tuvo la intuición esta vez de presentarse a las elecciones arropado no sólo por su partido, el PT, rodeado de fuerzas del centro y hasta de la derecha moderada, que es lo que le dio la victoria aunque apretada. La receta era buena y consiguió arrastrar a las urnas a su favor a muchos que no querían votar de nuevo a Bolsonaro, pero tampoco a la izquierda de Lula.

Y en ese juego de equilibrios políticos, que era algo nuevo para Brasil sobre todo después de la desaparición de la socialdemocracia, del PSDB, que fue durante años el fiel de la balanza contra la extrema derecha.

El peligro que hoy acecha a Brasil, que puede espejarse en la sorpresa chilena, es que la extrema derecha, despojada ya de las estridencias vulgares del bolsonarismo, pueda estar más incrustada en el Congreso de lo que el mismo Lula pensaba.

Y es esa la gran incógnita: hasta dónde la fuerza derechista no golpista, diría menos deselegante, machista y hasta nazista de Bolsonaro, esté ya sentada en el Parlamento y en los gobiernos regionales y locales. Una derecha sin los resabios extravagantes del incapaz e histriónico Bolsonaro, el amigo del alma de Trump, pero dispuesta a no dejar espacio para la vuelta de una izquierda que llaman de comunista.

En un Brasil aún dominado por el atraso cultural, por un racismo que se resiste a morir, por millones aún de semianalfabetos y pobres, a quienes poco les emocionan los gritos de la democracia y los valores de la modernidad y que más bien tienen oídos para la ambigua consigna de la extrema derecha de Dios, Patria y Familia como escudo y defensa, el peligro de imitar a Chile se ha vuelto real.

Que Lula siga viajando. Es importante que el mundo toque con sus manos que el Brasil del atraso y de las tentaciones de golpes militares ha muerto en las urnas. Pero que no se olvide al mismo tiempo que los demonios el atraso y del derechismo político y moral resucitados por el vulgar bolsonarismo no ha sido aún sepultado. Sigue vivo como lobo disfrazado de piel de cordero.

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