Egipto, tierra prometida del éxodo sudanés
El proceso para cruzar la frontera es lento y limitado, aunque más de 56.000 personas han conseguido atravesarla desde el inicio de los combates
A las puertas de la pequeña localidad de Wadi Karkar, a unos 45 minutos de la ciudad de Asuán, en el sur de Egipto, se extiende bajo el sol del desierto una larga hilera de autobuses que esperan su turno. Aparcados en orden al costado de una solitaria carretera, en mitad de la nada, la fila de vehículos atestigua el gran número de sudaneses que en las últimas semanas han llegado hasta este punto inhóspito de la geografía egipcia, ...
A las puertas de la pequeña localidad de Wadi Karkar, a unos 45 minutos de la ciudad de Asuán, en el sur de Egipto, se extiende bajo el sol del desierto una larga hilera de autobuses que esperan su turno. Aparcados en orden al costado de una solitaria carretera, en mitad de la nada, la fila de vehículos atestigua el gran número de sudaneses que en las últimas semanas han llegado hasta este punto inhóspito de la geografía egipcia, tras cruzar la frontera de su país huyendo de la guerra.
Egipto se ha convertido en uno de los principales destinos del éxodo sudanés. Los combates entre el Ejército de ese país y las paramilitares Fuerzas de Apoyo Rápido, que estallaron el 15 de abril, han acarreado catastróficas consecuencias para la población civil. Más de 550 personas han muerto y al menos 5.000 han resultado heridas en los enfrentamientos, según el Ministerio de Salud. Naciones Unidas estima que 334.000 personas ya se han desplazado internamente y más de 100.000 han huido a países vecinos.
La mayoría de quienes escapan de la zona de Jartum, una de las más castigadas por las hostilidades, ponen rumbo al norte, a Egipto. Más de 56.000 desplazados habían atravesado sus fronteras hasta el jueves, entre ellas al menos 52.500 sudaneses, según los últimos datos del Ministerio de Exteriores egipcio. Se trata de un viaje largo, caro y extenuante de casi 1.000 kilómetros hasta alcanzar los pasos fronterizos de Arqin o Qostol.
Lo que sigue, en la mayoría de casos, es una larga espera en el lado sudanés de la frontera. Egipto no ha cerrado sus puertas a quienes llegan, pero ha mantenido en gran medida el procedimiento habitual de entrada que ya existía antes de la guerra. “La gente se queda en el puesto fronterizo de Arqin tres o cuatro días. Yo salí de Jartum a las ocho de la tarde del jueves pasado y a la una o las dos de la madrugada llegué allí. Tuve que esperar cuatro días más”, explica Ibrahim Buhari, un joven de Darfur que vivía en la capital sudanesa mientras se resguarda del sol en el maletero de un autobús.
Hussein Ahmed, un sudanés que trabajaba en los barcos que navegaban por el lago Nasser, entre el sur de Egipto y el norte de Sudán, explica que se encontraba en la localidad sudanesa de Wadi Halfa, cerca de la frontera, cuando estallaron los combates. El resto de su familia estaba en Jartum, incluida una hermana con problemas de riñón. “Después de que hiciera su último chequeo y el hospital cerrara [una semana después de iniciarse el conflicto], decidimos que tenían que irse”, cuenta en la ciudad egipcia de Asuán.
Para reunirse con él en Wadi Halfa reservaron un microbús para toda la familia, por el que pagaron unos 3.000 dólares (cerca de 2.700 euros). Casi 10 veces más que antes de la guerra, asegura. Y una vez allí, tuvieron que separarse: su madre y sus hermanas, que no necesitan visado —mujeres, niños y ancianos están exentos— cruzaron a Egipto con Ahmed, que ya lo tenía. Los hijos, en cambio, continúan en Wadi Halfa, y su cuñado ha regresado a Jartum. “A mí me queda solo una semana de visado”, afirma Ahmed, agradecido por el trato recibido en Egipto.
La situación para quienes cruzan la frontera es extenuante del lado sudanés, donde la larga espera para pasar a Egipto se hace en condiciones muy precarias marcadas por la escasez de servicios, incluida agua, comida, aseos y atención médica. Al otro lado, ya en Egipto, la situación ha ido mejorando a medida que se ha movilizado la Cruz Roja, agencias de la ONU y algunas organizaciones locales que están distribuyendo todo tipo de ayuda. “Las condiciones humanitarias en el camino son malas”, asegura la portavoz del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Egipto, Christine Beshay. “Nos han informado de que solo hay dos aseos de pago en la zona fronteriza sudanesa y los autobuses permanecen atascados hasta cinco días”, añade.
Pese a la crisis sudanesa, El Cairo no ha reforzado los pasos fronterizos. “La entrada es tan lenta porque solo hay dos funcionarios de inmigración egipcios”, señala Ashraf Milad, un abogado de asilo egipcio que estuvo esta semana cerca de la frontera. Milad asegura que, cuando visitó el lugar el miércoles y el jueves, había decenas de vehículos esperando para cruzar por Arqin. Buhari, el joven de Darfur, constata que se avanza muy poco a poco. “Delante de nosotros había muchos autobuses”, apunta. “No hay hoteles ni nada; había gente que tenía colchones y dormía al lado del autobús, otros dormían en el mismo vehículo o incluso debajo”. Las temperaturas máximas en la zona rozan los 40 grados.
El futuro de quienes ya se encuentran en Egipto depende en gran medida de los recursos de los que dispongan. Los que se lo pueden permitir siguen hacia el norte, dirección a El Cairo. Hasta la fecha, ACNUR ha registrado más de 940 solicitantes de asilo, aunque en Egipto, según el abogado Milad, hace tiempo que los procesos para su concesión están paralizados. Antes de la guerra ya vivían en Egipto unos cuatro millones de sudaneses en los que también se apoyan los que ahora, debido a la contienda, huyen del país.
Mientras se produce el éxodo masivo, el Ejército y los paramilitares siguen enzarzados en Sudán en una lucha por el poder de la que no se vislumbra el final. El sábado, el ministro de Exteriores de Arabia Saudí, Faisal Bin Farhan, informó por primera vez desde el inicio de los choques de que los representantes de ambos bandos se encontraban en ese país “para entablar un diálogo” promovido por Riad y Estados Unidos. Mientras, el Ejército y las Fuerzas de Apoyo Rápido anunciaron el sábado su intención firmar un alto el fuego humanitario. ACNUR ha asegurado que, si no se detienen los combates, hasta unas 860.000 personas podrían tener que acabar abandonando el país.
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