La brasileña ejemplar que con 80 años denunciaba al narco con videocámara
Dona Vitória, fallecida el jueves, es el seudónimo que durante 17 años protegió la identidad real de la jubilada Joana da Paz, que tuvo que huir de Río de Janeiro
La señora Joana Zeferino da Paz, una brasileña con principios e ingenio, era una ciudadana ejemplar. Solo se conoció su verdadera identidad este jueves, cuando falleció a los 97 años. Fue preservada con mimo durante casi dos décadas para protegerla de los traficantes de drogas y los policías corruptos a los que denunció. Harta del trapicheo debajo de su casa, en una favela al lado de la playa de Copacabana, en Río de Janeiro, acudió a la policía y a los jueces. No sirvió de nada. Así que, cumplidos los ...
La señora Joana Zeferino da Paz, una brasileña con principios e ingenio, era una ciudadana ejemplar. Solo se conoció su verdadera identidad este jueves, cuando falleció a los 97 años. Fue preservada con mimo durante casi dos décadas para protegerla de los traficantes de drogas y los policías corruptos a los que denunció. Harta del trapicheo debajo de su casa, en una favela al lado de la playa de Copacabana, en Río de Janeiro, acudió a la policía y a los jueces. No sirvió de nada. Así que, cumplidos los 80, adoptó una nueva estrategia: grabar en video lo que veía desde la ventana. Un día de 2004 se presentó en comisaría con un puñado de cintas de VHS que, con el tiempo, llegaron a las manos del reportero Fábio Gusmão, del diario Extra, del grupo Globo. Él reveló en un reportaje la extraordinaria historia de Dona Vitória, el seudónimo con el que adquirió fama en todo Brasil. Fue también el encargado de informar ahora de su fallecimiento y de sacar a la luz su verdadero nombre.
“Cambió la historia de Río de Janeiro cuando, con su coraje, decidió enfrentarse al tráfico de drogas que veía debajo de su ventana”, dice el periodista Gusmão en un video que acompaña a la noticia de que la antigua masajista falleció en un hospital público de Salvador de Bahía tras sufrir un ictus. El reportero se esmeró en que, a su muerte, la valentía y el sacrificio de la brasileña sean reconocidos porque, escribe, “su deseo era tener un reconocimiento público”.
Cuenta Gusmão en su crónica que, ante la indiferencia de las autoridades, la señora Da Paz decidió comprarse la camarita de video Panasonic, a plazos, en 12 pagos, lo más parecido a principios de siglo a un móvil con cámara. Con sigilo, fue grabando lo que resultó en un diario visual de la rutina en un punto de venta de drogas. Mostraba el trapicheo, la convivencia cotidiana entre delincuentes (chavales de bañador y chanclas armados con pistolas o fusiles y polis corruptos) debajo en su callejón de la barriada Ladeira dos Tabajaras, a un kilómetro del mar que baña Copacabana, la playa más famosa de Brasil. Sus videos fueron fundamentales para condenar a una treintena de criminales, incluidos nueve policías militares que recibían sobornos a cambio de mirar hacia otro lado.
Concluidas las operaciones policiales y con ella bajo protección de las autoridades, en agosto de 2005 el periódico Extra contó su historia en un suplemento especial. Fue entonces bautizada como Dona Vitória.
Al entregar las cintas a un comisario de policía y protagonizar aquel primer reportaje, Da Paz tuvo que cambiar radicalmente de vida por protección. Vendió el piso en el que había vivido casi la mitad de su vida, abandonó Río de Janeiro y entró en un programa oficial de protección de testigos en el que pasó varios meses antes de varias mudanzas con parientes y de reconstruir su vida en otra punta del país, en Bahía. Allí vivió sus últimos años.
La señora Da Paz tocó varias puertas de la administración pública antes de verse forzada a grabar los videos para que alguien atendiera sus súplicas. Como la policía no movía un dedo ante sus quejas, acudió a los tribunales para denunciar a las autoridades porque la compraventa de droga mermaba el valor de su piso. Tampoco funcionó. Uno de los policías que testificó puso en duda aquellas denuncias, alabó el trabajo de sus colegas y le reclamó pruebas. Ahí surgió la idea de la cámara.
El periodista Gusmão supo de la existencia de las cintas en una de sus rondas por las comisarías en busca de noticias para el fin de semana. Un comisario le contó que una señora se había presentado con horas y horas de grabaciones. Gusmão necesitó conseguir primero que la inspectora responsable de la comisaría le permitiera verlos. Alucinó. Después conoció a la jubilada y durante meses negoció con ella para que aceptara marcharse y ponerse a buen recaudo antes de la publicación.
Las escenas grabadas eran rutinarias, pero lo que para el periodista las distinguía de lo que cualquier carioca conoce —porque lo ha visto o se lo han contado— eran los comentarios de la autora, en los que era patente su impotencia ante el tráfico de drogas, que estaba arruinando su vida, las de sus vecinos y su barrio.
El periodista escribió un libro sobre ella. Y Globo acaba de anunciar que su fascinante historia se convertirá en una película. La elegida para encarnar a la masajista es una de las actrices ás aclamadas de Brasil, Fernanda Montenegro, que es blanca y en el filme se llamará Josefina, no Joana.
El diario O Globo relata en su edición de este viernes que la favela de la señora da Paz es todavía estratégica para el narco y que sigue bajo el control de los mismos traficantes que hace 17 años. Esa es la mala noticia.
La buena es que la enérgica anciana reconstruyó su vida en Salvador. Hizo amigos entre sus nuevos vecinos, a los que invitaba a bizcocho. A Joana Zeferino da Paz, ciudanana ejemplar de Río, gustaba bailar.
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