Macron afronta un otoño caliente en la calle y en el Parlamento

El presidente francés intenta contener las protestas sociales y esquivar el bloqueo a los presupuestos en la Asamblea Nacional

Protestas del sindicato francés CGT, el 11 de octubre de 2022.GUILLAUME HORCAJUELO (EFE)

A Emmanuel Macron, reelegido en mayo, se le han abierto dos frentes en el primer otoño de su segundo y último quinquenio en el poder. El primero es la calle: la izquierda y algunos sindicatos plantean un pulso al presidente francés con la esperanza de poner en marcha la semana que viene...

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A Emmanuel Macron, reelegido en mayo, se le han abierto dos frentes en el primer otoño de su segundo y último quinquenio en el poder. El primero es la calle: la izquierda y algunos sindicatos plantean un pulso al presidente francés con la esperanza de poner en marcha la semana que viene un movimiento generalizado en favor de una mejora de los salarios. El segundo frente es el parlamentario: sin mayoría absoluta desde las legislativas de junio, sin hábito del consenso en el campo presidencial y con una oposición reacia a cooperar, Macron tiene poco margen de maniobra y sopesa recurrir en los próximos días a la vía del decreto para adoptar los presupuestos.

La izquierda francesa celebrará este domingo en París una manifestación “contra la vida cara y la inacción ecológica”, impulsada por su líder, el anticapitalista y euroescéptico Jean-Luc Mélenchon. El próximo martes cuatro sindicatos han llamado a una jornada de paros y protestas en defensa de salarios más altos y del derecho a la huelga.

Tanto Mélenchon como la CGT –el principal de los sindicatos convocantes– confían en aprovechar el impulso de la huelga salarial que desde finales de septiembre paraliza las refinerías y provoca colas en gasolineras de parte del país. Ambos necesitan una demostración de fuerza en la calle. Mélenchon, cuestionado en la izquierda, inició con mal pie el curso tras elogiar la “dignidad” y la “valentía” de uno de sus lugartenientes, el diputado Adrien Quatennens, al admitir que abofeteó a su mujer. Los problemas de la CGT vienen de lejos: ya no es el primer sindicato de Francia –la posición la ocupa la moderada CFDT– y pierde influencia y capacidad de movilización.

Macron quiere evitar el contagio de la huelga a otros sectores y una resurrección del movimiento de los chalecos amarillos, la revuelta de las clases medias empobrecidas en la Francia de provincias que estuvo a punto de arruinar su primer mandato. Ni el presidente ni el Gobierno vieron venir el conflicto en las refinerías ni el impacto que tendría para los automovilistas. Creían que, al aplazar a enero la explosiva reforma de las pensiones, habían desactivado un potencial foco de rechazo este otoño. Hasta esta semana no han reaccionado a la crisis en las refinerías, con llamamientos a la petrolera Total Energies a negociar y confiscaciones forzosas de personal para reabrir las tuberías.

El veterano politólogo Pascal Perrineau, profesor en Sciences Po, resume: “No lo vieron venir”. El problema, según este politólogo, es que “los captadores de Macron sobre el terreno son débiles”. Se refiere a su partido, poco implantado en el territorio, y a los diputados, de poco peso político, y también a la escasez de alcaldes macronistas capaces de avisar a París cuando se avecina una tormenta.

Perrineau duda, sin embargo, de que Francia esté al borde de otra explosión en la calle como la de 2018 con los chalecos amarillos. “La opinión no está preparada para apoyar un movimiento de los chalecos amarillos bis. Esta vez, y al contrario que entonces, el movimiento aparece como un movimiento fomentado y manipulado por la CGT, cuando los chalecos amarillos fueron espontáneos”.

“No vivimos un momento propicio para la cristalización de todas las luchas”, añade Perrineau. “Y la guerra ha cambiado las cosas. La gente se pregunta: ‘¿ahora es el momento de ponerlo todo patas arriba?’. La hora es grave. Y que unos tipos [los trabajadores de las refinerías] que ya están bien pagados pidan un poco más no se considera una prioridad. Es un poco como cuando los controladores aéreos hacen huelga”.

La inflamación del conflicto en Total Energies –en el otro gigante del sector, Esso-ExxonMobil, las refinerías empiezan a funcionar de nuevo– ha coincidido con el inicio del examen, en la Asamblea Nacional, del proyecto de presupuestos de 2023. Durante el primer quinquenio, entre 2017 y mayo de 2022, Macron no tenía ningún problema: con una mayoría holgada, aplicaba el rodillo parlamentario. Ahora los partidos que le apoyan suman 250 diputados: forman la primera fuerza, pero están lejos de los 289 de la mayoría.

La consecuencia es que Macron ya no puede aprobar los presupuestos solo con los suyos. Con unas 3.500 propuestas de enmienda y limitadas perspectivas de pactos con la oposición, el presidente ya ha decidido optar por aplicar el artículo 49.3 de la Constitución. Este artículo permite poner fin a los debates y adoptar los presupuestos por decreto. Si esto ocurre –y el Gobierno ha señalado que podría aplicar el 49.3 desde el miércoles, tras la manifestación del domingo y la huelga del martes–, la oposición clamará contra el “autoritarismo” de Macron. Y le queda un arma para frenar el 49.3 del presidente: la moción de censura.

La moción de censura plantearía un dilema a las distintas formaciones de la oposición. ¿Apoyaría la extrema derecha del Reagrupamiento Nacional (RN) la moción de censura que prevé presentar la unión de izquierdas de Mélenchon? En julio, la izquierda presentó una moción de censura y el RN de Marine Le Pen no se sumó. La otra pregunta es si los mélenchonistas, socialistas, comunistas y ecologistas apoyarían una de Le Pen y se arriesgarían a aparecer como los aliados de hecho de la extrema derecha para derrocar al Gobierno de la primera ministra, Élisabeth Borne. En todo caso, para que la moción prosperase requeriría los votos de Los Republicanos (LR), el partido de la derecha moderada. Y LR, por ahora, no parece estar por la labor.

“No creo que haya en este momento una confluencia de las oposiciones tan diferentes”, dice el politólogo Perrineau. “Pero imaginemos una situación verdaderamente de crisis, en la que haya bloqueos, y en la que la moción de censura sea la única manera de salir de ello. Entraríamos en el guion de 1962″.

Ese año, la Asamblea Nacional ganó una moción de censura contra el Gobierno de Georges Pompidou. El presidente Charles de Gaulle quería cambiar la Constitución de 1958 para que el jefe del Estado se eligiese por sufragio universal y no, como rezaba la ley fundamental, por un colegio de grandes electores. Los diputados se oponían: por eso hicieron caer el Gobierno. De Gaulle disolvió la Asamblea, y en las nuevas elecciones revalidó la mayoría, Pompidou continuó como primer ministro y se adoptó la elección del presidente por sufragio universal.

Una moción de censura ahora sencillamente obligaría, si tuviese éxito, a nombrar a un nuevo primer ministro y un nuevo Gobierno. Macron ha amenazado con disolver la Asamblea Nacional y convocar nuevas elecciones legislativas. Es difícil que ocurra ahora, pero un quinquenio es largo. Y el macronismo no es lo que era: un bloque disciplinado y obediente al líder. Aparecen corrientes. Y se ha abierto una sorda batalla por la sucesión. Además, no hay quinquenio sin crisis inesperadas, y las de este están por llegar.

Un ejercicio de política-ficción

Alain Minc, consultor, ensayista y próximo a Macron, invitaba, durante una conversación en septiembre, a hacer un ejercicio de política-ficción: imaginar el primer quinquenio de Macron con el Parlamento actual. Es decir, los chalecos amarillos, la reforma de las pensiones y la pandemia sin mayoría absoluta.

“¿Usted cree de verdad que un Parlamento como este sobreviviría a acontecimientos como aquellos? No”, dice Minc. “Las dificultades no son las mismas hoy, pero las habrá. Y un día, Los Republicanos presentarán una moción de censura: solo una moción de censura de LR puede recibir los votos de la extrema izquierda y de la extrema derecha”.

Todos, o casi todos, tendrían algo que perder con unas elecciones anticipadas. Los Republicanos, partido de poder durante décadas, se arriesgaría a ser señalados como responsables de las elecciones anticipadas y a perder más diputados aún: hoy tienen 62. Las perspectivas del Partido Socialista son parecidas. La Francia Insumisa de Mélenchon logró unificar a toda la izquierda bajo su liderazgo en las últimas legislativas, pero no es seguro que lograrse repetirlo. Los macronistas podrían ver erosionada, aún más, su actual mayoría relativa. El RN de Le Pen es el único que se ve a sí mismo en una dinámica ascendente: nunca había tenido tantos diputados, 89, y cree que aún podría tener más.

Una derrota de Macron en las legislativas anticipadas le obligaría a cohabitar con un primer ministro y un Gobierno de otro signo político. Otra opción, aventura Minc, sería dimitir. “Si perdiese las legislativas”, vaticina, “yo no excluyo en absoluto que se marchase”.

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