Migrantes hacinados y rodeados de mugre a las puertas de un centro de asilo en Países Bajos

Tras varias semanas a la intemperie en Ter Apel, los solicitantes de asilo han sido reubicados en distintas provincias del país. El Gobierno acuerda limitar el flujo de refugiados y endurecerá la reunificación familiar ante la grave crisis

Solicitantes de asilo en el centro holandés de Ter Apel esperan este sábado en una fila.Jilmer Postma (EFE)

Una carretera comarcal separa el centro nacional de recepción de refugiados de la localidad de Ter Apel, al norte de Países Bajos, de un prado pespunteado de granjas perfectamente alineadas. El contraste no puede ser mayor: a un lado, unas viviendas confortables y bien equipadas. Al otro, bajo unos toldos sujetos con palos de madera y que apenas protegen del sol, o de la lluvia, han acampado durante varias semanas unos 700 solicitantes de asilo. Proc...

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Una carretera comarcal separa el centro nacional de recepción de refugiados de la localidad de Ter Apel, al norte de Países Bajos, de un prado pespunteado de granjas perfectamente alineadas. El contraste no puede ser mayor: a un lado, unas viviendas confortables y bien equipadas. Al otro, bajo unos toldos sujetos con palos de madera y que apenas protegen del sol, o de la lluvia, han acampado durante varias semanas unos 700 solicitantes de asilo. Procedentes, entre otros, de Eritrea, Yemen, Palestina, Siria, Sudán, Uganda, Afganistán o Pakistán, los hombres se agrupan bajo las lonas. Las mujeres y los niños permanecen en las dependencias interiores, con capacidad para unas 2.000 personas. La falta de lugares de acogida ha retrasado las inscripciones a escala nacional, y se alarga la estancia en los establecimientos pensados para estancias temporales. En Ter Apel, los que están a la intemperie dan cortos paseos, aguardan la llegada de la comida, intentan asearse en un lavadero improvisado y esperan. Sobre todo, esperan, hasta obtener la documentación que les permitirá salir de allí, dormir a cubierto, ducharse, y dejar atrás los sucios retretes portátiles que usan ahora.

La noche del viernes, cerca de 400 fueron llevados a otros lugares del país, después de que la Inspección de Sanidad y Juventud alertase sobre el riesgo de un brote infeccioso. Las autoridades provinciales seguían buscando sitios para que pudiesen pernoctar varios centenares más, aunque en ambos casos se trataba de alojamientos temporales. Para la madrugada del domingo se había podido ubicar en diferentes provincias a todos los que se habían visto obligados a permanecer fuera. Un grupo reducido ha preferido seguir a las puertas del centro de recepción, según la Cruz Roja, y aunque no está claro por qué han decidido seguir allí, el temor a perder su sitio era una de las conversaciones que más se repetía en la cola. Para ellos, la organización ha instalado camas plegables y ha cambiado los sanitarios instalados.

Situación “degradante, inhumana”

Antes de que se ubicara a los solicitantes de asilo, Monique Nagelkerke, coordinadora de Médicos sin Fronteras, aseguraba que la situación era “degradante, inhumana”. “Esta gente ha cubierto una ruta muy larga y tienen hambre, están agotados. Llevan aquí semanas, y aunque las mujeres y los niños duermen dentro, no hay apoyo médico a partir de las seis de la tarde. Si pasa algo grave, hay que llamar a una ambulancia”, sostiene frente a la unidad móvil destacada desde este jueves por su organización en Ter Apel. Es un servicio de emergencia inédito en suelo holandés, y ha atendido ya a unas 100 personas. Tres han sido derivadas al hospital. El pasado miércoles, murió un bebé en el gimnasio interior, y el caso está siendo investigado. Fuera, las mantas y sacos de dormir con los que se protegen las personas están mugrientos, y los efectos del hacinamiento y la falta de higiene ya se notan. Han empezado a aparecer enfermedades de la piel, úlceras y heridas, algunas visibles, que marginan aún más a los afectados. La Cruz Roja también está presente y atiende primeros auxilios.

Solicitantes de asilo duermen el viernes en el centro de solicitud de Ter Apel.RAMON VAN FLYMEN (EFE)

“He venido de Eritrea y aquí estoy desde hace una semana: aguardando”, dice un joven, de 20 años. Sentado bajo uno de los toldos, apura el almuerzo, consistente en un arroz con un bollo de pan con pasas. La comida es servida desde el otro lado de la valla que separa el centro, con sólidos edificios de ladrillo, del terreno exterior, donde se aglomeran los refugiados. “Por mi problema personal, elegí Países Bajos porque me pareció que lo entenderían”, dice otro joven, de Uganda, que se cubre la cabeza y no explicita su homosexualidad. Llegó en avión con un visado y aguarda fuera a que los funcionarios de inmigración recojan sus datos. Un compatriota, que manifiesta estar “en la misma situación”, asiente a su lado. Un poco más allá, sentada junto a sus maletas, hay una madre siria con dos niños y una niña. Tiene otro hijo que vino sin acompañamiento hace un año. “Él nos espera, pero tenemos que pasar antes por aquí”, dice. Las autoridades deben autorizar la reunificación familiar, y Monique Nagelkerke subraya “la enorme paciencia general, a pesar de la situación en la que se encuentran”.

No todo es calma, sin embargo, en el exterior de Ter Apel. Ha habido choques entre grupos de acampados y la policía ha tenido que intervenir. Hubo también un problema con unas tiendas de campaña, que se acabaron desmantelando por el riesgo de incendio y de daños físicos. La pérdida de la imagen de país tolerante y avanzado que todo esto supone para Países Bajos ha llevado al Gobierno a acelerar la negociación con los Ayuntamientos. Mark Rutte, el primer ministro, ha reconocido sentirse “avergonzado”, y espera que los alcaldes brinden en los próximos meses viviendas a unos 20.000 refugiados con permiso de residencia. En el consejo de ministros de este viernes, se acordó a su vez limitar las reunificaciones familiares cuando el asilado no haya obtenido una casa. De todos modos, si transcurridos 15 meses sigue sin disponer de una vivienda, su familia podrá pedir un visado para trasladarse a Países Bajos. La reagrupación es obligatoria, dados los acuerdos internacionales firmados por el Ejecutivo holandés.

Según cifras de la Agencia Central para la Acogida de Solicitantes de Asilo (COA, en sus siglas neerlandesas), que gestiona Ter Apel, entre los que se agolpan allí y los que aguardan en otros lugares del país, “hay al menos 15.000 personas con permiso para residir que esperan un alojamiento y ponerse a trabajar”. Hay falta de casas para ellos, pero también para las familias y jóvenes holandeses, en especial con bajos ingresos. Por otro lado, el Ejecutivo ha decidido suspender temporalmente la obligación de recibir a mil refugiados anuales en virtud del acuerdo firmado en 2016 entre la Unión Europea y Turquía [Ankara aceptaba frenar las salidas de refugiados hacia Europa a cambio de que la UE acoja legamente a una parte]. Al mismo tiempo, se destinarán 15 millones de euros para abrir nuevos puntos de recepción, “con una infraestructura austera”. Eric van den Burg, secretario de Estado de Justicia, espera que estén listos “para el 10 de septiembre”.

“Días sin ducharnos”

Si bien el rechazo a dar nombres es general, algunos quieren hablar de su situación. “Llevamos varios días sin ducharnos, los baños están muy sucios y la comida es muy mala. Rogamos al Gobierno holandés que lo solucione”, explica un varón palestino que dice tener ya estatuto reconocido de refugiado. A su lado, un joven sirio teme “que no se esté haciendo lo posible por solucionar todo esto, como dicen, porque no vemos avances”, exclama. Mientras habla, la cola del almuerzo ha desaparecido y se oyen comentarios de que ya no habrá nada para comer hasta la cena, hacia las seis de la tarde. Otro joven, esta vez yemení, se acerca y cuenta que ha recorrido “varios países del Golfo y el norte de África, pasando luego por España, Francia y Bélgica”. En la localidad misma de Ter Apel, de unos 10.000 habitantes, hay sentimientos encontrados. Algunos vecinos han declarado a la televisión pública que creen que entre los refugiados, concentrados a pocos kilómetros del centro urbano, “hay buscadores de fortuna que reciben subsidios y apoyo enseguida”.

A la congestión actual se suma la lentitud de los servicios de inmigración, con falta de presupuesto y personal para tramitar las peticiones de asilo. En teoría, las gestiones previas al estudio a fondo de los expedientes deberían prolongarse entre tres y cinco días. En la práctica, tardan unos tres meses en estar listas. Durante el proceso, que incluye la toma de datos, fotos y huellas dactilares, junto con la inscripción policial, se les va poniendo a los recién llegados varias pulseras de colores que muestran el avance de su caso. Luego pasan un chequeo médico y hay una entrevista con los expertos de inmigración. Esta última sirve para explicar las razones del viaje y vertebra la investigación posterior, que resultará en la concesión, o no, del asilo. El plazo para otorgarlo era de medio año y ha sido aumentado por el Gobierno a 15 meses. Muy pocos de los que esperaban al aire libre en Ter Apel llevaban todas las pulseras necesarias en la muñeca.

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